Mientras en la Barcelona de las bajas emisiones se queman neumáticos con coches de lujo, igual de ridículo que hacerlo con coches que no lo son, en España se celebran los 10 años de la monarquía felipina, tan contemporánea y democrática como clavar banderillas a un toro. La ventaja para Barcelona es que este alcalde no estará siempre, aunque siempre podrá venir alguien que lo empeore, mientras que el monarca será vitalicio, aunque abdique, y siempre será peor quien venga, porque perpetuar la monarquía es un naufragio social. Pero el humo que ensucia no acaba ahí. Los parlamentos han abierto sus puertas al fascismo y para demostrarlo ya no son espacios libres de violencia sino avenidas recién asfaltadas donde los presidentes también queman neumáticos y, de paso, la memoria histórica. Por eso no disimulan ante el asco que les da una mujer libre. No hace falta ser políticamente correcto porque no se hace política, y no se sabe exactamente si hacen lo que hacen porque no reconocen los hechos tal y como ocurrieron o porque quieren repetir la historia a su manera contemporánea, como la monarquía. O ambas cosas. Y el asco. Queda claro, sin embargo, que poner fascistas en los parlamentos para debatir opiniones (en lugar de lo que se espera del fascismo, que es la imposición de una sola idea) es como poner un torero de consejero de cultura, que acaba matando a la cultura pensando -se que es un toro. Normal. Las contradicciones nos han perseguido toda la vida y, ¿quiénes somos nosotros para criticarlas, cuando la conciencia ecológica nos lleva a ir de compras con bolsas de tela en los supermercados de Singapur, donde hemos ido a pasar las vacaciones porque en Barcelona no s ¿puede estar por culpa del turismo? A veces somos injustas con las instituciones, que sólo hacen que seguir el modelo humano de contradecirse. Porque las instituciones también son personas.
En Madrid, aparte de felicitar al rey, ocurren otras cosas interesantísimas, como las peleas bipartidistas y el pasarse por el forro sus instituciones, que son personas, para que después digan que esto sólo lo hacemos (hacíamos, si lo hicimos) los catalanes. La presidenta Ayuso ha dado un premio a Javier Milei, la Medalla Internacional de la Comunidad, que digo yo que debe silbar al control de seguridad del aeropuerto, y que tan seguro no será si dejan pasar incendiarios de todo tipo. En cualquier caso, Milei, enemigo declarado del gobierno de Sánchez, si no viene con la sierra mecánica no hace tanta gracia. En Ayuso, por cierto, el prestigioso diario La Razón hace poco también le dio un premio. El de la gestión sanitaria de su comunidad. Normal. Porque las 7.291 personas que murieron en las residencias madrileñas durante la pandemia debían morir igualmente. Como ella, que también se va a morir. Y Milei, y el rey, y Sánchez. Y mientras tanto, a quemar neumáticos, que son cuatro días y no hay nada más divertido para pasar la vida que ver cómo un coche da vueltas.
Putin también ha volado, como Milei, pero en dirección a Corea del Norte, donde se ha tomado una foto con Kim Jong-un y unos libros rojos guapísimos. Si en la foto pones un filtro sepia recuerda aquellos grandes momentos de la guerra fría. No sé si con el cambio climático puede haber otra guerra fría pero, por si hay una caliente, este par se han puesto de acuerdo para defenderse mutuamente. Normal. Hay muchos insensatos gobernante. No puede estar tranquilo.
Angela Davis dice que “necesitamos esperanza si queremos conseguir algo en este mundo”. Para encontrarla debe mirarse en la dirección opuesta del mundo. Porque incluso la lluvia con la que hemos iniciado el verano es fangosa.