El Cercle d'Economia, las crisis y Europa

Trabajadores ferroviarios.
12/05/2022
4 min

Desde un obligado confinamiento he seguido con satisfacción la reciente reunión del Cercle. Satisfacción por el acierto de poner el foco de este 2022 lleno de crisis en su dimensión europea y en el papel de la Unión para ayudar a encontrar salidas. ¡Les felicito!

Y satisfacción por mucho de lo que he escuchado, puesto que me ha parecido que se respira un ambiente que permite prever que, una vez más, el proceso de construcción europea dará un paso importante adelante en la creación de nuevas herramientas supraestatales imprescindibles para hacer frente a los actuales retos. No puedo esconder un aspecto personal, puesto que, habiendo trabajado en la Comisión en la primera mitad de los 90 (una época creativa y acelerada con los Delors, Mitterrand, Kohl, González...) y habiendo visto el importante estancamiento de los siguientes 20 años, lo que está pasando los últimos dos o tres me suscita recuerdos y me da esperanza. Tenemos que reconocer que el comportamiento de las instituciones de la UE en la crisis sanitaria, en sus repercusiones económicas y sociales y en las consecuencias de la invasión de Ucrania ha sido muy útil para todos los países miembros y permite esperar un futuro diferente.

Quiero solo comentar dos líneas de trabajo que pienso que tenemos que establecer y que tienen una característica importante: son necesarias para salir de las actuales crisis, y pueden mejorar la situación de todos los países europeos, ayudándolos a construir una Europa más preparada para las futuras etapas de la globalización.

1. Transición energética. Evitamos que se entienda la transición como un simple cambio de combustible (del fósil al renovable), puesto que tan importante como esto es la reducción del consumo basándose en la eficiencia, que supone disminución de demanda, y en el autoconsumo, que supone menos dependencia. Debido a las diferencias entre países europeos hay que mejorar la seguridad en el suministro a través de una cierta solidaridad energética, y esto implica el establecimiento de una política energética europea que incluya armonización de precios, intercambios entre países e infraestructuras de conexión.

Europa es un espacio muy densamente poblado, y con relativamente pocos recursos energéticos, cosa que ha supuesto una gran dependencia histórica de los combustibles procedentes de otras áreas. Hay que hacer una transición que reduzca esta fragilidad con el uso de nuevas energías, y que a la vez tenga en cuenta posibles nuevas dependencias, como la disponibilidad de semiconductores o de nuevos minerales para construir placas fotovoltaicas o baterías. Esto pide esfuerzos en varias áreas, como la creación de conocimiento, la generación de tecnología y la fabricación local de herramientas y productos que nos harán falta. La noticia de que Gazprom deja fuera de funcionamiento una parte del suministro de gas en Europa no hace más que obligar acelerar este tipo de esfuerzos. 

2. Organización política, seguridad y relaciones externas. No hay ninguna duda de que la coincidencia de una serie de crisis en pocos años está provocando, y haciendo necesario, un replanteamiento del modelo de globalización que hemos vivido en las últimas décadas, con unas nuevas relaciones de poder global, y nuevas interrelaciones entre los que lo compartirán.

Se acabó la larga etapa de posguerra, de los “dos pulsos” (Estados Unidos y la Unión Soviética) con el fracaso rotundo de esta y el crecimiento, por un lado, del papel chino y, por el otro, de la UE, que con su integración en la OTAN ha visto reducida su necesidad de protección por parte de EE.UU.. Es difícil detallar cómo se podría configurar, pero creo que podemos plantearnos un escenario de “tres pulsos” (EE.UU., China y la UE), teniendo claro que el primero y el tercero serían una pareja de hecho. Para poder llegar al objetivo, tenemos que avanzar en dos caminos paralelos que esquematizo.

En el campo socioeconómico, la vida de los ciudadanos europeos tiene que estar basada en la libertad, el bienestar, la convivencia democrática y la seguridad personal y colectiva. Las herramientas para conseguirlo son: un gran esfuerzo en la creación y reparto de conocimiento y de aptitudes para todos a lo largo de toda la vida, un sistema económico que cree valor real y lo distribuya equitativamente, un bienestar basado en el acceso a servicios más que no en la apropiación de herramientas materiales, un crecimiento en todas las actividades colaborativas tanto privadas como públicas, y una adecuada protección tanto ante la insostenibilidad ecológica como de los peligros de inseguridad. Esto significa educación, salud, tecnología, productividad, aprovechamiento de recursos, consumo responsable y colaboración en el ámbito global.

Y en el campo político, la UE tiene que avanzar seriamente desde el actual Tratado entre Estados Soberanos a una nueva Unión Política de carácter Federal que elimine la necesidad de la unanimidad. Tenemos que saber encontrar unos buenos equilibrios entre unidad y pluralidad, entre libertad y solidaridad, y entre autonomía y colaboración. Si no se refuerza el actual peso y nivel de liderazgo de la UE, el papel de sus estados será totalmente marginal, y provocará en sus ciudadanos una voluntad equivocada de repliegue y una progresiva desmembración, como ya hemos empezado a experimentar. Tenemos que dejar de ser un gran gigante económico, pero un enano político. No podemos seguir distraídos. Creo que se está entendiendo.

Acabo diciendo que los hechos recientes no dejan claro si Rusia formará parte de este posible tercer pulso, como algunos pensaban, o se convertirá en una pequeña parte del pulso chino. Los próximos meses nos lo dirán.

Joan Majó es ingeniero y exministro
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