1. Pasado. Pedro Sánchez quiere conmemorar los cincuenta años de la muerte de Franco. Es evidente que para algunos ese día fue una fiesta: me acuerdo jugando a ping-pong en la terraza de mi casa con Manolo Vázquez y Juan Marsé (con las quejas de unos vecinos en luto) mientras esperábamos las declaraciones oficiales, o subiendo con discreción unas botellas de champán a un taxi y el taxista diciéndome que tranquilo que él también iría a comprar. Pero el recuerdo de un momento que contenía de forma implícita –ahora sí– la posibilidad del cambio de régimen no puede hacernos olvidar que era la culminación de un fracaso: la incapacidad del país de tumbar a la dictadura Franco murió en la cama. Pedro Sánchez no hace nada porque sí, y en este sentido el aniversario cae en un momento oportuno: cuando discretamente, pero firmemente, se van tejiendo los acuerdos entre el PP y Vox, en la línea del giro autoritario que la derecha está aplicando por toda Europa. Y para Feijóo es incómodo que se pongan en escena los orígenes de la derecha española. Los hilos son claros: del franquismo a Alianza Popular y de ésta al PP con un personaje –central en la historia de la derecha española– surgiendo los equilibrios: Manuel Fraga. Y en el centro, a cierta distancia, Adolfo Suárez, la cara amable que rompía con las adustas formas del franquismo, que fue pronto marginado de ese proceso.
Al mismo tiempo, no podemos olvidar un hecho capital: todo podía haber sido de otro modo, y seguramente bastante peor, si no hubiera habido el atentado que mató a Luis Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973, que abría la lleva de la sucesión y desplazaba el centro de atención hacia el rey Juan Carlos. En todo caso, Franco murió sin que nadie le hubiera desplazado del poder y eso es un fracaso colectivo sobre el que siempre se pasa de puntillas. Y, sin embargo, la dictadura estaba suficientemente tocada para que fuera imposible detener la transición hacia la democracia. El proceso fue lento, y pasó muchos momentos de peligro –algunos conocidos y otros entre sombras–. Probablemente, si un tonto como Tejero no hubiera tenido tanta prisa, podían haber pasado cosas peores. Aquella grosera operación –a la que finalmente sólo se apuntó Milans del Bosch desde Valencia– fue bastante decisiva. Y aquí aparece la figura inexplicablemente menospreciada de Leopoldo Calvo-Sotelo, elegido presidente al día siguiente de un golpe de estado y que al año y medio entregó el poder, con los golpistas juzgados, y en condiciones izquierda, el PSOE, gobernara después de cuarenta años de dictadura. A partir de ahí comienza ya otra historia que hoy no toca: hasta qué punto los socialistas, que disponían de una rotunda mayoría absoluta, dotaron al país de las formas de hacer democráticas que no tenía pero pusieron por delante la permanencia en el poder a expensas de no renovar suficientemente las instituciones heredadas y anteponer el control de la situación a la remodelación.
2. Presente. Ahora estamos en otra fase. El ya indisimulado asalto de unas derechas en vías de radicalización a las instituciones democráticas, no exento de complicidades judiciales. Trump ha subido el tono de un proceso que ya está en marcha en buena parte de Europa. Seguramente es esta coyuntura la que ha llevado a Sánchez a sacarse del sombrero la ocurrencia de conmemorar la muerte de Franco a lo largo de este año. Ciertamente, es un hito por recordar, y los que tenemos cierta edad no lo olvidamos, pero para eso el 20-N sería suficiente. Es el pasado. ¿Qué más quiere hacer?
Evidentemente, Sánchez sabe que al PP le incomodan estos recordatorios porque son historias familiares que no ayudan demasiado. Quieran o no, vienen de allí, y saben que para unos sectores significativos –de la gente mayor o de los jóvenes más inflamados- la figura de Franco todavía funciona. Feijóo ha corrido a decir que no quería saber nada de todo esto y que el pasado es el pasado. Precisamente por eso a Sánchez le interesa el tema: por insistir en la amenaza que representa la alianza PP-Vox, cada vez más indisimulada, que nos reporta a la tradición más reaccionaria de las derechas españolas. De hecho, ésta es una de las consecuencias del franquismo, el retraso que vive España en la formación de una derecha realmente liberal. Y viendo por dónde van ahora las derechas europeas, temo que ya no está a tiempo: se puede quedar en el lugar donde está y tender la mano a Vox para construir la versión española del autoritarismo posdemocrático. Desgraciadamente son los signos del tiempo.