Ya estamos en el primer martes después del primer lunes de noviembre, que es el día que una ley de 1845 estableció para celebrar las elecciones a la presidencia de Estados Unidos. En noviembre, porque entonces eran un país rural, la cosecha ya estaba terminada, y aún hacía suficiente tiempo para coger el carro e ir a votar. En martes, porque el domingo era el Día del Señor y el miércoles era día de mercado. Y que las elecciones no fueran el 1 de noviembre si se caía en el martes lo decidieron para evitar la coincidencia con la celebración de Todos los Santos (y porque el día 1 era el día de cerrar la contabilidad de octubre).
Las elecciones americanas están hechas con una mezcla de tradiciones de la época preindustrial, el más afilado marketing político del mundo, la última tecnología digital disponible y una lluvia torrencial de millones de dólares para pagar las campañas. Pero el ingrediente más importante sigue siendo el factor humano. ¿Cómo te hace sentir al candidato?
Donald Trump tiene una personalidad tan potente que ha cambiado la política americana de arriba abajo, y quién sabe si para siempre. Ha chupado al tradicional Partido Republicano hasta reducirlo a un dócil sirviente. Ha convertido en normales las groserías, las amenazas y las mentiras más grandes. Ha logrado que no sólo le penalice sino que le vaya a favor un veredicto de culpabilidad de 34 cargos por haber influido ilegalmente en las elecciones del 2016 con el dinero pagado a una actriz porno con la que había tenido relaciones sexuales.
Da igual. Medio país le ve como el mejor guardián de las fronteras para que no pasen más inmigrantes, el hombre que bajará impuestos, que evitará la inflación, que terminará la guerra de Ucrania. En la otra mitad del país, Trump les da miedo. Por eso este 5 de noviembre le sería de aplicación aquella frase que hace casi un siglo se inventaron para el banquero Joan March y la Segunda República: o la democracia acaba con Trump o Trump acabará con la democracia.