La derecha macho

Karol Nawrocki, el candidato ultra a la presidencia de Polonia, el 18 de mayo.
21/05/2025
3 min

1. La escalada reaccionaria. La derecha arrasa en Portugal, el partido socialdemócrata se hunde –pierde más de 900.000 votos– y la extrema derecha planta cara. Y, ufana, se proclama oposición contra la derecha que le había puesto el veto. Dicho de otro modo, mientras la socialdemocracia, que no ha encontrado la manera de leer el presente, se esfuma incapaz de dar respuesta al malestar de las clases populares, la derecha, dejándose llevar por los vientos que empujan desde el poder económico, toca poder mientras la extrema derecha emprende –y más aún desde que Trump se la ha hecho suya- la estrategia que la tiene que llevar al asalto de los que todavía le cierran las puertas.

El presidente americano despliega el espectáculo, su delirio nihilista, con la ciega convicción de que todo le está permitido, y se hace contagioso. Las derechas europeas van tratando de resistir a tientas, con éxito desigual, mientras las extremas derechas son las que crecen y, con las singularidades de cada caso, van controlando el perímetro a la espera del momento de oportunidad que les permita poseer a sus rivales. No hay día en que no lleguen noticias en la misma dirección. Y esta semana no toca solo Portugal. La escalada reaccionaria sigue. Es cierto que la derecha rumana ha evitado la victoria de la extrema derecha en la segunda vuelta. Pero allí, como en Polonia, los ultras se consolidan preparados para asaltar a unas derechas cada vez más asediadas. Cabe decir que, de momento, quien todavía tiene ánimo para hacer de vez en cuando algún gesto que pueda despertar el recuerdo de la socialdemocracia es Pedro Sánchez, mientras el PP hace ya tiempo que flirtea con Vox. ¿Cuánto durará todo esto? El escenario puede sintetizarse así: las extremas derechas crecen, la socialdemocracia se desdibuja y las derechas actúan como si no fuera con ellas, cada vez más cerca de ponerse en manos de los ultras.

Europa atenazada. De punto de partida, a sentirse rodeada. Estamos frente a una crisis estructural: cambio de régimen económico, aceleración tecnológica, desconcierto político. El orden surgido de la Segunda Guerra Mundial había simplificado el mundo: Occidente/Oriente y el Tercer Mundo como territorio de disputa: capitalismo/comunismo. La caída del Muro de Berlín nos ha ido devolviendo a la complejidad. Europa se arrastra y los países atrapados en la órbita rusa se acercan. Gran Bretaña se va por libre (y no le sale bien). En la Guerra Fría, Europa representaba la paz y el bienestar tutelados. Ahora ha llegado la hora de ser ella. Y aquí se atasca: las naciones y sus poderes se resisten, aunque el miedo –ahora a China– crece. Y los modos de Trump han hecho evidente la necesidad de emanciparse de Estados Unidos. Son estas contradicciones las que –a la defensiva– ha intentado capitalizar Rusia. Y a Europa le cuesta hacerse mayor y coherente: la Unión Europea es delgada como institución y corporativista en los modos, alejada de la ciudadanía.

2. Melancolía. Europa se lo ha creído demasiado, convencida de que tanto EEUU como la URSS eran fruto de nuestras fabulaciones. Y ahora queremos seguir teniendo razón y nos falta fuerza. La socialdemocracia y la democracia cristiana fueron los refugios de Europa. Y una y otra se tambalean. La crisis de 2008 desató el neoliberalismo –Thatcher y Merkel como referentes– que nos ha llevado a otra época: el paso del capitalismo industrial al financiero y digital. Nuestro sitio era la fábrica. La dialéctica empresarios/trabajadores. Ahora es melancolía. El poder tiene otros caminos, el estado-nación se ha hecho pequeño. Y nos ponemos nerviosos cuando la extrema derecha se dispara y la socialdemocracia se desdibuja. El estado del bienestar patina. La amenaza reaccionaria está a la orden del día: no podremos argumentar ignorancia.

Los poderes, económicos y sociales, han cambiado. De la dialéctica burguesía-proletariado, en la que la socialdemocracia hizo de puente, no queda nada. Las élites que marcan el paso en el capitalismo financiero y digital van a su aire. Las clases medias se tambalean. Y la sensación ciudadana de desatención y desamparo, cuando fallan elementos básicos –empezando por la vivienda–, es grande. En la fatalidad gana el que es capaz de engañar a la ciudadanía con la patria y con el resentimiento. Trump es la caricatura. Y si los demás siguen claudicando y las redes hacen la suya, los jóvenes y varones seguirán haciendo crecer a la extrema derecha: en Portugal, aquí y en toda Europa.

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