El despido de Xavi

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Laporta y Xavi llegando a la rueda de prensa

Del despido de Xavi (ahora digo que me voy, ahora yo te ratifico, ahora yo acepto, pues ahora yo que ya te he ratificado te echo...) dicen los entendidos que en aquella cena, “la cena del sushi ”, en casa de Laporta, lo que tenía que pasar es que le dijeran adiós. Pero hubo emoción y lágrimas nuñas y al final decidieron volver a intentarlo.

Lo que dicen los entendidos es eso, pero hay algo que no me cuadra. Yo, si quisiera echar a alguien de mi vida, nunca de la vida le invitaría a casa. Le invitaría a casa si quisiera, justamente, que se quedara. Entonces sí, escucha, encargo un sushi, así no debemos movernos, no debemos ir a un reservado; hacemos algo de entre semana, un sushi, que no engorda... Si quieres despedirte de alguien le envías un whatsapp cobarde, no contestas o –si te toca dar la cara– vas a un bar o restaurante normal. Un bar no muy bueno, no le invitarás a según qué lugar si quieres despacharlo, porque el menú degustación es largo y no se trata de estar dos horas despidiéndote. En un bar, por otro lado, se corta más a la hora de llorar, suplicar o arrojar objetos por el suelo. No me imagino nada más incómodo que decirle a alguien que adiós a tu casa. ¿Y si no se va? ¿Y si quiere quedarse a dormir por última vez? ¿Y si se te abalanza en el sofá?

¿Sushi y vino blanco o burbujas? ¿Sushi que no sería del rotatorio La Botritis Noble, sino de un lugar elegante? No puede. No puede ser en modo alguno. Como mucho, si le invitas a casa, no haces nada obsequioso. Verdura, un pez a la plancha... Algo elegante pero claramente “de régimen”, es decir, de cada día, que no dé para hablar. Un vino baratito, de aquellos que recomienda elinfluencer Gourmet Somontano, que dejas en la nevera para el día siguiente. Ya se sabe qué pasa cuando le invitan a langosta y burbujas.

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