El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, en el Palacio de la Moncloa.
10/03/2024
2 min

Más que nunca, en la escena mediática actual, la política necesita espectáculo ya menudo asistimos a unos ejercicios de tira y afloja difíciles de comprender. Ver cómo la negociación de un pacto se eterniza, cuando todo el mundo sabe que es inevitable por interés de las partes, se hace a menudo insoportable. Sea como fuere, la amnistía llega, ahora sí. Y hay que decir que tan magrejada que casi estaba descontada. Mientras, de forma casi natural la sociedad catalana –pese a la excitación del PP y las señales de politización de los altos tribunales de justicia– ya está en otra fase.

De hecho, lo único que ha pasado es que se está cerrando el ciclo de confrontación que culminó en octubre del 2017. Es la eterna repetición de un recorrido que con diferencias, por las particularidades de cada lugar , vemos constantemente cuando alguien amparado en una gran promesa pierde la noción de límites y se entra en la pendiente de una conflictividad desigual. Puigdemont ha querido ser el protagonista, quizás como forma de hacer olvidar su error, del cierre de una etapa que él llevó al precipicio cuando hizo la retórica proclamación de independencia en lugar de convocar elecciones. De manual: un gesto realizado sabiendo que no tenía la fuerza para hacerlo efectivo; es decir, que pretendía lo imposible. Y tan consciente de ello era que se marchó al día siguiente. Y se entró en un desconcierto y en una escalada represiva que ahora quiere cerrarse.

Hay un responsable de todo ello: el entonces presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, que tuvo cinco años para afrontar el conflicto políticamente y acabó transfiriendo la responsabilidad a Manuel Marchena, el presidente del Tribunal Supremo, algo que va activar la ola represiva. Un hecho decisivo que hace que ahora mismo sea un sector de ese poder judicial el principal obstáculo para la reconciliación. La amnistía aporta el sentido común que no hubo en ninguna de las dos esquinas en ese momento. Sánchez, que lleva tiempo surfeando sobre una mayoría el mar de movida, ha visto esta oportunidad como vía para mantener a la derecha aislada y afrontar una nueva etapa. E incluso el PP, que ha intentado sacar todo el jugo posible de la confusión, parece que empieza ya a asumir la realidad. Y se atreve a tentar a Puigdemont y compañía para salir del rincón en el que Vox le tiene atrapado. ¿Regreso al pasado u oportunidad de tejer de nuevo? La lección está clara: hacer política es optimizar lo posible. La pérdida de noción de las relaciones de fuerza es garantía de fracaso.

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