Soldados ucranianos en Zaporíjia el 19 de junio.
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La propuesta ha sido clara: elevar el gasto en defensa de los países de la OTAN hasta el 5 % del PIB. Para España, eso supondría un incremento de 50.000 millones.

En economía, toda decisión tiene un coste de oportunidad. Cada euro destinado a una partida es un euro que no va a otra. ¿Está justificado? Es obvio que el mundo es hoy menos estable: Ucrania, Gaza, el Indo-Pacífico, la volatilidad de los bloques tradicionales… Pero también es cierto que el conflicto militar no es la única forma de amenaza. Ni la más probable. La inteligencia artificial, las crisis energéticas, el cambio climático, los ciberataques o la presión migratoria exigen recursos estratégicos igualmente urgentes.

Conviene recordar, además, un dato clave: España no tiene una gran industria armamentística. De cada euro que se destine a defensa, una parte considerable terminará en compras exteriores: aviones, sistemas antimisiles, fragatas, armamento pesado. Empresas como Lockheed Martin, Dassault, Raytheon o Rheinmetall serán algunas de las beneficiadas. Es decir, se dinamizarán economías ajenas con impuestos locales.

Frente a esto, cabría preguntarse: ¿Y su invirtiésemos este dinero en cooperación en lugar del enfrentamiento?

Con 800.000 millones adicionales al año –la suma del aumento de todos los países europeos– es imaginable otra estrategia: proyectos de desarrollo conjunto con países vecinos en tensión. Por ejemplo, construir hospitales, plantas energéticas con gestión compartida, infraestructuras logísticas cofinanciadas, corredores comerciales en zonas conflictivas, redes de telecomunicaciones que unan en lugar de dividir.

800.000 millones equivale a una cuarta parte del PIB español. ¿Pueden imaginarse el valor económico que en otros países puede crearse con este dinero? Se trata de crear intereses comunes. Tejer interdependencias. Sembrar tejido productivo que, a medio plazo, dificulte el conflicto.

Sé que esto puede sonar ingenuo. Pero no es muy diferente a lo que sucede después de una guerra: los países vencedores reconstruyen, invierten, reordenan y se implican en la reconstrucción de los países vencidos y devastados. Recordemos, entre otros muchos, el Plan Marshall. Entonces, ¿por qué no empezar por ahí?

La prevención, muchas veces, es más rentable que la contención. El verdadero gesto de liderazgo político no es, a estas alturas de la historia, escalar la tensión, sino encontrar formas creativas de rebajarla.

Invertir en paz puede ser, paradójicamente, la mejor estrategia de seguridad.

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