29/01/2021
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La Unión Europea se ha fijado objetivos muy ambiciosos en cuanto a las emisiones de CO 2. Además, y simultáneamente, nos hemos propuesto cerrar todas las centrales nucleares, que son la fuente de electricidad descarbonizada más potente de la que disponemos. Finalmente, nos hemos fijado estos dos objetivos sin autoexigirnos reducir el consumo de energía, es decir, prescindir de la climatización del hogar, del vehículo privado o de los viajes en avión de fin de semana. El reto es mayúsculo, y no son pocos los que dudan de que sea realista.

Posible o no, lo que es indudable es que abordar la parte que nos toca exige ser rigurosos, y uno de los aspectos en los que esto es más necesario en Catalunya es en la relación entre territorio y energía.

Empezamos a acostumbrarnos a ver placas solares en los tejados. No nos importa verlas en la ciudad, pero nos desagrada su proliferación sobre los tejados rurales que forman parte del patrimonio visual que hemos heredado de nuestros padres y que se supone que tenemos que dejar a nuestros hijos. Lo mismo puede decirse de los huertos solares y de los molinos. Es indudable que hay un conflicto entre la generación de electricidad renovable y el paisaje, y el valor del paisaje es inmaterial, pero es enorme.

Cubierta solar del centro sociosanitario del Carme, en Badalona

Es menos reconocido el conflicto entre superficie alimentaria y energía. Catalunya dispone de una de las superficies cultivables por habitante más bajas de Europa; en consecuencia, la producción agrícola es muy baja. Ahora bien, sabemos que vamos a un mundo donde tanto o más que energía faltarán alimentos, y China y grandes empresas están comprando o arrendando enormes superficies de terreno preparándose para este mundo. En estas circunstancias, parece que tendríamos que proteger la poquísima superficie fértil de la que disponemos. Aun así, la mejor superficie –plana y muy comunicada– es la más atractiva para instalar huertos solares.

Los conflictos sobre el uso del territorio no son nuevos en Catalunya, por supuesto. Porque somos muchos y porque amamos la tierra. Por eso hay que poner números al conflicto que nos ocupa.

Queremos cerrar tres centrales nucleares (Vandellòs 2, Ascó 1 y Ascó 2). La electricidad que genera cada una de estas centrales nucleares exigiría disponer de 100 km2 dedicados exclusivamente a placas fotovoltaicas. Pero estas centrales solo suministran un 25% de la energía que consumimos. El gas natural y el petróleo que quemamos, por ejemplo en centrales eléctricas o en vehículos, equivalen a cinco centrales nucleares más. Si toda esta energía la tenemos que suministrar con solar, necesitamos cubrir 800 km2.

Aparentemente, 800 km2 representan solo el 1,3% del territorio catalán. Aun así, cubriendo toda –absolutamente toda– la superficie de la comarca del Priorat, solo sustituiríamos el gas y el petróleo. Cubriendo toda –absolutamente toda– la superficie insolada de los tejados de todos los edificios de Catalunya, podríamos sustituir dos centrales nucleares más. Cubriendo todas las autopistas de Catalunya con placas en una anchura de 40 m, sustituiríamos media central nuclear más. Todavía faltaría sustituir media más.

¿Y los molinos? Son mucho menos eficientes en uso del territorio. Concretamente, sustituir una sola central nuclear exige dedicar unos 300 km2, tres veces más que las placas. Por otro lado, el impacto visual de los molinos es enorme. El toro de Osborne, que tiene 14 metros de altura, parecía omnipresente, pero solo había uno en Catalunya. Ahora de loque se trataría es de poner 5.000 molinos de más de 300 metros de altura cada uno.

Ciertamente, los molinos se pueden colocar sobre el mar. Ahora bien, la costa catalana no es como la del mar del Norte, donde los molinos se pueden anclar en el suelo muchos kilómetros mar adentro. En Catalunya los molinos tendrían que ser flotantes, y la tecnología para hacerlo no está del todo probada. Además, tienen que estar muchos kilómetros mar adentro para que no ofendan la vista desde la costa.

Estos hechos me suscitan tres reflexiones.

La primera, que no podemos dejar que la iniciativa privada dirija esta enorme ocupación de un patrimonio común que es el paisaje. Si algo exige planificación, transparencia y evaluación para equilibrar los sacrificios, es esta.

La segunda, que la energía renovable no se tiene que producir necesariamente donde se situaron las nucleares. El sur no puede volver a ser sacrificado.

La tercera, que la pretensión de que Catalunya sea energéticamente autosuficiente me parece una barbaridad cuando estamos junto a una enorme superficie vacía que puede considerar que las renovables no constituyen ningún sacrificio. Si toda la electricidad que necesitamos puede venir de menos de una tercera parte de la superficie de los Monegros, ¿por qué nos tendríamos que empecinar en ser autosuficientes?

Miquel Puig es economista.

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