Me encuentro a Carme Ruscalleda en “la Melero”, y me detengo, sin poder evitarlo, para sentirla hablar un rato. Le pregunto cosas de alimentación, como siempre. Supongo que es su destino, como es el destino de los hombres del tiempo hablar, siempre, de clima, cuando se encuentran admiradores. Todos los que nos encontramos la Ruscalleda (es "la Ruscalleda") queremos que diagnostique, proponga o descubra. Ella explicando una receta es una lección de sociolingüística, de historia y de arte.
Hablamos sobre la dificultad de encontrar, en las grandes ciudades catalanas, restaurantes donde haya fricandó, escudella, habas y guisantes o –y eso es un drama– una buena ensalada. Una ensalada que no sea de bolsa, con apio, rábano, cebolla... Ella sonríe y hace: “Una persona que come fresco es fresca, una persona que come gris, es gris”. Me quedo abrumada por la frase, tan cierta. ¿Mi generación qué cocina va a transmitir? ¿Cuál será la magdalena de Proust de nuestros descendientes si no tenemos tiempo de ir a comprar a plaza, de pedir que nos limpien el pescado, de aprender a elegirlo y darle la importancia que merece cocinarlo?
“Los padres de los niños de hoy quizás no se pueden recuperar”, dice Carme, “pero los niños, sí”. La receta de Carme para una cuestión tan importante como la alimentación y la cultura gastronómica es muy sencilla: que se enseñe en la escuela. Cataluña será región gastronómica el próximo año. Es una oportunidad y un reto. Estamos obligados a divulgar esta cultura, como la del vino, antes de que sea tarde, y empieza a serlo. No es normal que en Barcelona sea más fácil comer un poke y sushi que fricandó y ternera con setas. Y estamos hablando de cultura.