Zelenski junto a Pedro Sánchez hoy en Madrid.
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Si la semana pasada Pedro Sánchez se proponía como líder internacional antiextrema derecha (con el incidente con Milei y el anuncio del reconocimiento del estado palestino), ha reincidido esta semana. La declaración del reconocimiento en el estado palestino ha sido solemne, y emitida por todos los medios a primera hora de la mañana. Justo el día anterior, Sánchez –acompañado del rey de España, en su papel de jefe de las fuerzas armadas–, durante la visita de Zelenski a Madrid, anunció la concesión de mil millones en armamento para Ucrania.

Sánchez, por tanto, arriesga y fija posiciones. El tópico dice que, en el segundo mandato, los presidentes españoles suelen sucumbir a la tentación de la política internacional, como si fuera un mal asunto o un descuido de los asuntos “internos”, pero ni siempre es así (la política exterior de Rajoy va ser tan irrisoria que no hace falta mencionarla, salvo que tuvo un papel destacado el pesadísimo García Margallo) ni tiene por qué ser negativo el hecho de construir una agenda internacional clara. Naturalmente, todo esto ocurre en período de elecciones europeas. Pero también deben entenderse en el contexto electoral las reacciones del PP contra el reconocimiento de Palestina (que en épocas anteriores habían defendido, y que ahora deben criticar con argumentos forzados) o las de los socios de mayoría contra el apoyo armado a Ucrania, que España ha ido dando desde febrero de 2022, cuando Rusia inició la invasión. Estos últimos pueden quejarse, si acaso, de cómo Sánchez abusa de que la política española no ofrece alternativas (o Sánchez o PP y Vox) para tomar decisiones unilaterales, sin siquiera avisar antes a la vicepresidenta Yolanda Díaz, que ve su figura, y el proyecto de Sumar, cada día más empequeñecidos y absorbidos por el PSOE.

A Sánchez ya se le impuso, entre Bruselas y Rabat, el giro salvaje del gobierno de España en relación al Sáhara y Marruecos: uno de los peores momentos de la presidencia de Sánchez, que él se ha negado a contar con claridad incluso entre sus colaboradores. Ahora ve la oportunidad, ante la atonía de una UE que se dispone a entrar en una etapa marcada por la pujanza de la ultraderecha, de ocupar un espacio de referencia en la comunidad internacional. Acaba de posicionarse con contundencia contra la Rusia de Putin y contra el Israel de Netanyahu. Se puede criticar o no criticar, pero Sánchez es un político haciendo política, lo que descoloca un entorno en el que todo el mundo se limita a gesticular. Empezando por el PP, y siguiendo por los partidos independentistas catalanes, que arrastran todavía viejas ilusiones rusófilas y aún más viejos reflejos con un Israel que ya no existe, o que seguramente nunca existió. Mientras, la respuesta de Israel al reconocimiento del estado palestino ya las órdenes del Tribunal Penal Internacional son insultos y, sobre todo, la masacre del campo de refugiados de Rafah, confirmando la certeza de la acusación de genocidio. Llega un momento en que el odio y la sed de sangre no tienen justificación, ni vuelta atrás, ni perdón.

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