El futuro de Europa se empieza a decidir en Francia

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Marine Le Pen durante su último mitin a Villepinte.

BarcelonaFrancia va este domingo a las urnas para elegir algo más que un presidente o una presidenta de la República. Como ya pasó hace cinco años se enfrentan un candidato republicano, Emmanuel Macron, con la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen. Y, a pesar de que los sondeos prevén una victoria más o menos cómoda de Macron, lo cierto es que la extrema derecha ha ido ganando terreno en Francia desde aquel lejano 2002 en el que Jacques Chirac se impuso a Jean Marie Le Pen, padre de la actual candidata, con un 82% de los votos. Hace cinco años la diferencia fue de 32 puntos, 66% contra un 34%, pero en estas se prevé que esté entre los 8 y los 14 puntos. La conclusión es que, aunque hoy se salve el match point y Macron se vuelva a imponer, las posiciones nacionalistas, xenófobas y euroescépticas están cada vez más normalizadas en Francia.

La crisis del sistema institucional y de partidos francés es solo el síntoma de una crisis mucho más profunda que afecta también a otros países europeos. Sin ir más lejos, hace unos años habría resultado increíble que hubiera 11 diputados de extrema derecha en el Parlament catalán y hoy ahí están. Y en el Congreso de Diputados son 52. La paradoja es que tanto la pandemia como la guerra de Ucrania están forzando una integración europea más fuerte, de forma que nos encontramos en un momento clave de la construcción del proyecto de la UE. Desde este punto de vista, una victoria de Le Pen en Francia supondría un frenazo en seco de esta dinámica y una victoria de los enemigos de la UE, empezando por el ruso Vladímir Putin. La renacionalización que promete Le Pen implica volver al paradigma de la Europa de los estados, en la que la UE dejaría de ser un proyecto político para pasar a ser una simple alianza comercial o ni siquiera eso. Es por eso que todo Europa estará este domingo pendiente de Francia.

Macron necesita ganar, pero sobre todo necesita aprender de los errores y hacer una lectura autocrítica de su mandato, en el que ha sido incapaz de convencer a importantes capas de la sociedad francesa de la importancia de mantener los principios europeístas y republicanos. Hay una Francia periférica que se siente cada vez más lejos de las élites de París y que se ha convertido en presa fácil de los discursos populistas como los de Le Pen o Zemmour. Hay que atender las razones de los que se sienten perdedores de la globalización y añoran la Francia de sus padres, una etapa que tienen idealizada y que ignora muchos de sus puntos oscuros (como pasa aquí con los nostálgicos del franquismo, por cierto), porque si no se suman al proyecto europeo acabarán votando los que pretenden destruirlo.

La UE, que ya tiene un problema grave con los gobiernos populistas conservadores de Polonia y Hungría, no se puede permitir una Francia o una Alemania euroescépticas. En este momento histórico, con Putin amenazando la frontera este de Europa, hay que dar un paso adelante y demostrarles a los ciudadanos que el futuro se encuentra en este espacio compartido de prosperidad y derechos sociales más que en regresos engañosos al pasado. Y la primera batalla se libra hoy en Francia.

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