A medida que la población de Gaza ha tenido que ir desplazándose hacia el sur de la Franja, la falta de alimentos y las dificultades para la entrega de la ayuda humanitaria han provocado una grave crisis y un hambre solo explicable como estrategia de guerra por parte de Israel. No es el primer ejemplo, pues ocurre en muchos conflictos armados. Aunque es cierto que las crisis alimentarias y la lucha por los escasos recursos son fuente de conflictos, es más evidente que las guerras son generadoras implacables del deterioro de la seguridad alimentaria. Existe, por tanto, una vinculación entre los dos fenómenos, la guerra y el hambre, por lo que hay que dedicarle toda la atención que se merece e intentar ver si hay causa-efecto y en qué medida.
Los motivos por los que la gente puede pasar hambre en un contexto tan degradante y destructor como es una guerra siguen un patrón generalizado, que se puede describir en la siguiente secuencia: inseguridad – ataques a la población civil, incluso en épocas de siembra y de manera expresa – saqueo de los graneros y destrucción de la producción agrícola – apropiación de tierras y otros recursos por parte de los combatientes – daños a las infraestructuras agrarias o a los productos agrícolas (fertilizantes, semillas, etc.) – control o dificultad para a acceder al agua – limitaciones a la pesca – desplazamientos internos y movimiento de personas que buscan refugio en el exterior – restricciones a la circulación de personas o bienes – abandono de los campos, con cosechas estropeadas al no cosecharlas – pérdida o venta del ganado – saqueo de tierras – disminución de los activos de las personas y aumento de la pobreza – disminución o destrucción deliberada de los servicios esenciales disponibles (salud, educación, alimentación, etc.) – falta de combustible – aumento de los precios – reducción de la actividad productiva y comercial, hasta llegar al colapso económico – a veces, asedio a las ciudades y la consiguiente falta de llegada de alimentos – hostigamiento y restricciones a las organizaciones humanitarias, incluidas las que proporcionan alimentos – a veces, control o cerco a los puertos o fronteras por donde llegan los alimentos y productos esenciales – dificultad para importar los alimentos necesarios.
El listado sobre los modos de matar de hambre es una muestra de la perversión de la guerra y su desprecio hacia la suerte de quienes la padecen, un cálculo nunca contemplado por quienes la promueven, ya que el impacto y las consecuencias de las guerras o no se consideran o se calculan muy mal. La guerra no solo tiene a los civiles como punto de la diana, sino a toda la cadena alimentaria necesaria para su supervivencia.
Yendo ya al análisis de cómo estas guerras han afectado a la inseguridad alimentaria aguda de la población, los datos muestran que, además de que en el 57% de las guerras se produce algún nivel de hambre, cabe añadir que, de media, casi la tercera parte de la población total de estos países más afectados termina en situación de “crisis o emergencia alimentaria” en algún momento, con casos que afectan a más de la mitad de la gente. Los casos de hambruna han sido pequeños y puntuales, y de ahí la gravedad de lo que ocurre ahora en Gaza, aunque en años anteriores la franja de Gaza ha tenido igualmente niveles muy elevados de inseguridad alimentaria severa.
En síntesis, existe una relación directa y muy estrecha entre los momentos de más desplazamientos de las personas, ya sea como refugiadas o desplazadas internas, como ocurre actualmente en Gaza, con los mayores momentos de crisis o emergencia alimentaria, ya sea porque se produzcan pronto, como en Gaza, o, como es el caso de la mayoría de las veces, al cabo de varios años. En cualquier caso, la situación de hambruna en Gaza es insostenible, y una vergüenza colectiva no ser capaces de evitarla.