Un Govern para mejorar las cosas

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El pasillo exterior que conduce hacia el despacho del presidente de la Generalitat, sobre el pasaje del Bisbe.

Artículo del Grup Pròleg*

Pocos días después de haberse celebrado las elecciones autonómicas catalanas, cuando todavía se están analizando los resultados y empiezan los primeros tanteos de cara a la investidura del nuevo presidente de la Generalitat, el foco de la atención mediática se ha desplazado bruscamente hacia los disturbios que se han producido en las calles de Barcelona y otras localidades catalanas, con réplicas que han llegado incluso a Madrid. Manifestacions protagonizadas por jóvenes, ciertamente minoritarias, y que sistemáticamente han acabado con destrozos y enfrentamientos violentos con la policía, a cargo de grupos todavía más reducidos. Con todo, sería un error minimizar la importancia de estos hechos, no captar la advertencia que representan. El motivo oficial de las protestas ha sido el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél. Pero todo el mundo puede entender que la reivindicación de la libertad de expresión –con formas que más bien contradicen su espíritu– no es más que un reclamo para salir a la calle. Estamos ante el síntoma de una profunda frustración, de una desesperación que deriva en una especie de furia nihilista y que, sin duda, afecta a amplios sectores sociales. No se ha prestado tanta atención a otro incidente ocurrido esta misma semana en Torredembarra, cargado también de significado: una manifestación de centenares de vecinos, irritados por el aumento de robos y otras actividades delictivas, ha degenerado en el asalto a un centro de menores tutelado por la Generalitat.

El ambiente se está cargando de electricidad. Las elecciones del 14-F estuvieron marcadas por una gran abstención, que no se explica únicamente por la pandemia. Los partidos independentistas, a pesar de haber conseguido una mayoría de escaños, se han dejado centenares de miles de votos por el camino. En los barrios populares, donde se ha impuesto limpiamente el PSC, la participación ha sido muy baja. Y la extrema derecha ha irrumpido con un empujón notable. Hay cansancio e irritación en determinadas franjas de la ciudadanía que se ilusionaron con la independencia. Hay un enorme descrédito de las instituciones entre los sectores sociales más desfavorecidos, que se sienten literalmente desamparados y empiezan a dar muestras de desesperación, enfrentando a pobres contra pobres. Los escudos sociales no consiguen revertir las desigualdades ni contrarrestar los efectos de la crisis actual. El confinamiento y la parada económica lo han empeorado todo. Los diversos brotes de violencia de estos días nos hablan de irritación, pero también de una inquietante desafección respecto a la democracia como marco idóneo para la solución de los problemas de la ciudadanía. En estas condiciones, los retos que tendrá que afrontar el próximo Govern son enormes. No lo podrá hacer sin un cambio de rumbo contundente, después de años de parálisis y confrontación institucional que han empobrecido y dividido el país.

Con todo, hay una ventana de esperanza para conseguirlo. Las elecciones han puesto de manifiesto la existencia de una amplia corriente ciudadana favorable a iniciar un tiempo nuevo, cerrar las heridas del Procés y mirar hacia adelante. Una corriente que desea que la Generalitat se ocupe de las urgencias sanitarias, económicas, sociales y medioambientales; que gestione adecuadamente unos fondos europeos vitales para la transformación de Catalunya; que sitúe el conflicto territorial en un plan político, consiguiendo una mejora sustancial en relación al autogobierno y su financiación, y que permita construir finalmente una solución de convivencia democrática. Esta corriente de fondo se ha expresado a través del voto al PSC, que, con un discurso favorable al reencuentro, ha recuperado la confianza de muchos electores que habían sido seducidos por la beligerancia de Ciutadans después del "otoño caliente” de 2017; y a través del voto de los comunes, abanderados de un acuerdo progresista que supere la lógica de bloques. Pero también lo han hecho mediante los sufragios de ERC, cuya victoria en el campo soberanista se puede leer como apoyo a una actitud pragmática que parece alejarse de las vías unilaterales, que ha permitido facilitar la investidura de Pedro Sánchez y la aprobación de los presupuestos generales del Estado , así como la formación de una mesa de diálogo. El indulto a los líderes independentistas daría, sin duda, un impulso decisivo al trabajo que esta mesa tiene que llevar a cabo.

Ahora bien, ¿serán estas fuerzas políticas capaces de materializar, con una u otra fórmula, este anhelo social? Llegarán a hacer emerger un Govern que “se ocupe de las cosas”, como reclamaba recientemente el profesor Antón Costas, y que ponga los cinco sentidos a "mejorar la vida de la población"? Voces reconocidas del antiguo espacio convergente, como la de Andreu Mas-Colell, inciden también en la necesidad de volver a la política útil. Aun así, sigue habiendo una apuesta decidida por el “cuanto peor, mejor”. Los disturbios de estos días no solamente no han merecido ninguna condena por parte de JxCat, sino que han suscitado palabras de comprensión y ánimos. Y a la inversa, los Mossos d'Esquadra, que están bajo la responsabilidad directa del partido de Puigdemont, han sido desautorizados y considerados sospechosos desde el mismo departamento de Interior. De forma que hemos visto, de parte de aquellos de quien se podía esperar una actitud conservadora, una subasta de radicalidad verbal que a veces llega a superar a la CUP. Es así como estos partidos están encarando la “negociación” con ERC: emplazando a la formación de un Govern independentista desde los contenedores en llamas, como quien dice. Repetir la fórmula de la anterior legislatura acentuaría todavía más la decadencia del país. Hacerlo bajo estos auspicios sería por lo pronto el anuncio de un fracaso. Devolver la esperanza a la sociedad catalana exige huir de los extremismos, propiciar el diálogo, dar forma a la demanda transversal de entendimiento que empezó a aflorar el 14-F. Los avisos se multiplican. No hay tiempo para perder. Más que nunca nos hace falta un Govern dedicado a mejorar las cosas.

* El Grup Pròleg se constituyó el mes de febrero de 2018, con el afán de recuperar espacios de diálogo democrático en Catalunya y con el resto de pueblos de España. Está integrado por personas procedentes de las izquierdas catalanas no independentistas. Sus miembros actuales son Jordi Amat, Marc Andreu, Marga Arboix, Oriol Bartomeus, Laia Bonet, Joan Botella, Victoria Camps, Joan Coscubiela, Jordi Font, Mercedes García-Aran, Oriol Nel·lo, Raimon Obiols, Lluís Rabell, Joan Subirats, Marina Subirats y Josep M. Vallès

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