La temporada de congresos que, meses atrás, ilusionaba a los que se ilusionan con los congresos de los partidos parece que ya ha terminado. Han hecho congresos los partidos independentistas catalanes (CUP, Junts y ERC, por orden cronológico) y también el PSOE. Todos han salido, según ellos, reforzados. En el caso de la CUP, la ponencia estratégica y el secretariado nacional surgidos del congreso de finales de septiembre en Sabadell obtuvo un 82% de apoyo a los militantes. Un mes después, Junts cerró filas, como estaba escrito, en torno a Carles Puigdemont y una ejecutiva nacional renovada (con Jordi Turull como secretario general en lugar de Laura Borràs), que obtuvieron un apoyo del 90%. También alcanzó estos porcentajes en la búlgara Pedro Sánchez en el congreso federal del PSOE de finales de noviembre, que se saldó con la renovación de los órganos de gobierno del partido y un apoyo casi unánime al liderazgo de su secretario general y presidente del gobierno español. Y este fin de semana se ha celebrado la segunda vuelta de las primarias de ERC, de la que han salido vencedores Oriol Junqueras y su nueva ejecutiva, con Elisenda Alamany como secretaria general, con un 52% de los apoyos por en la candidatura Militancia Decidim, frente al 42% obtenido por la candidatura Nueva Izquierda Nacional, encabezada por Xavier Godàs. En el congreso de ERC, por tanto, es donde se ha puesto de manifiesto una mayor discrepancia interna, porque la cohesión del partido se ha resentido de los pactos con los socialistas para investir a presidentes Pedro Sánchez en España y Salvador Illa en Catalunya.
Por lo demás, todos los congresos han acabado igual: optando por la continuidad en relación al lugar de donde venían. Hasta cierto punto es lógico, porque los partidos políticos son organizaciones que alimentan una lógica interna y es difícil que de un día para otro se desdiguen de su historial (sobre todo de inmediato) y quieran hacer Foc Nou, como proponía desde su nombre una de las candidaturas que se postulaban para dirigir a ERC. Ahora bien: dejando aparte al PSOE y las vicisitudes de la política española, lo que llama la atención es que los partidos independentistas catalanes hayan hecho tantos aspavientos para quedarse –una vez más– allí estaban. Si acaso algo peor, por el desgaste. Pero principalmente, allí donde estaban.
La CUP, por ahora, es irrelevante, y Junts y ERC han logrado perder el poder en Catalunya y se disputan la capacidad de influencia sobre el gobierno de España. Juntos amenaza con tumbarlo, el gobierno español, no se sabe si para marcar perfil o porque realmente se creen que de este nuevo estropicio saldría algo (y algo saldría, pero ninguno positivo). ERC hace tiempo que pierde votos y representación en todas las elecciones, pero ahora acaba de cerrar un congreso que concluye que no es necesario cambiar nada. Los odios entre partidos, y también los odios internos dentro de los mismos partidos, no sólo se mantienen, sino que se han vuelto más agrios después de los congresos. Negar los problemas nunca ha sido una forma de resolverlos.