Pedro Sánchez en el Parlametn Europeo
14/12/2023
3 min

Pedro Sánchez no ha pagado por adelantado. A finales de mes terminará la presidencia española de turno de la Unión Europea y no se habrá cumplido el compromiso de convertir el catalán en la 25a lengua oficial de la Unión Europea. Quien quiera ver el vaso medio lleno se consolará diciendo que el gobierno español ha hecho todo lo que podía, pero no ha salido adelante. En cambio, quien conozca los mecanismos de la política internacional y la forma en que se relacionan los estados, tendrá dudas razonables sobre si el Reino de España ha jugado a fondo sus cartas para conseguir ese objetivo.

Que el catalán sea una lengua oficial de la UE no es ni un tema de legalidad ni un tema económico. Es política y bastante. Sería de ingenuidad incomprensible pensar que el trasfondo de la oficialidad del catalán depende de estudiar unos informes o depende de recibir explicaciones más completas en el marco de una reunión con los 27 estados presentes. Las objeciones que puedan tener algunos estados son de orden político, ya sea porque consideren que es un precedente que puede interferir en alguna cuestión de su realidad interna o sea porque se ha prestado a hacer el juego partidista en favor de los partidos que hacen oposición al PSOE.

España es uno de los estados grandes de la Unión, después de Alemania, Francia e Italia. Cuando le ha convenido, ha sabido moverse y transaccionar con otros estados para conseguir sus objetivos, negociando con discreción y haciendo pactos debajo de la mesa siempre que le ha hecho falta. En cambio, para cumplir el compromiso adquirido por convertir el catalán en una lengua oficial ha hecho todo lo contrario; ha escenificado con cartas públicas y declaraciones y ha alargado el debate en la reunión de octubre, noviembre y diciembre del Consejo de Asuntos Generales de la UE.

¿El gobierno español ha hecho todo lo que podía hacer para convencer a los estados sobre la oficialidad del catalán durante la presidencia de la UE? Viendo el resultado, está claro que no fue así. ¿Cuántas veces el presidente español habrá descolgado el teléfono para hablar con otros primeros ministros sobre la conveniencia de desatascar la cuestión? Parece que todo lo ha fiado a los buenos oficios del ministro de Exteriores, José Manuel Albares, que ni siquiera ha asistido a la reunión europea de esta semana en la que se debatía sobre el asunto.

No está todo perdido, dicen. Resulta que la ministra belga de Exteriores ha dado a entender que, a partir de enero, cuando Bélgica tome el relevo de España a la presidencia de turno del Consejo de la Unión Europea, seguirá debatiéndose sobre el tema. Mientras, aunque el catalán es la decimotercera lengua con más hablantes de la UE, la decisión no se ha tomado por las dudas que tienen algunos estados. Uno de ellos es Suecia, que, pese a haber menos hablantes de sueco que de catalán, encuentra que la decisión cuesta demasiado dinero. Francamente, suena un poco cínico.

Me haría una ilusión inmensa equivocarme y disfrutaré tragándome, letra por letra, este artículo, pero soy escéptico sobre la consecución del objetivo prometido. Visto cómo ha ido todo, da la sensación de que los esfuerzos del gobierno español han ido más encaminados a parecer que querían la oficialidad del catalán que a conseguirlo. Yo quería, sin embargo... Y al final, el debate acabará virando hacia quien ha puesto los bastones en las ruedas en lugar de analizar si de verdad se ha hecho todo lo que puede hacer un estado desde el punto de vista político , con tantos resortes y cromos para cambiar como tiene a su alcance.

Conseguir la oficialidad del catalán en la Unión Europea sería un hito histórico para nuestra lengua. Sería un reconocimiento institucional de primer nivel que permitiría sacar al catalán de la invisibilidad a la que está sometido en muchos ámbitos. Y esto nos hace mucha falta, porque los datos de los usos lingüísticos son preocupantes, especialmente entre las franjas más jóvenes, que demasiadas veces piensan que defender nuestra lengua no es una causa que valga la pena.

Por ahora, este incumplimiento objetivo del PSOE y de Pedro Sánchez no parece haber generado demasiada inquietud entre quienes le han puesto esa condición. Que el reconocimiento como lengua oficial acabe pasando depende, sólo, de la voluntad política de quienes lo tienen a su alcance. Veremos si se pone toda la carne en la parrilla o sólo lo hacen ver. Y esperamos que la ley de amnistía que se ha empezado a tramitar esta semana, que el PSOE también hizo suya arrastrando los pies, no acabe también en buen propósito cuando tenga que pasar el filtro del Tribunal Constitucional. Si al final le pasan el ribot y queda en papel mojado siempre podrán decir: yo quería, pero...

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