¿Habrá debates electorales en Cataluña, y para qué servirán? Cuento que tendremos el preceptivo debate de TV3, con ocho candidatos: una polifonía que raramente resulta útil para el espectador y que, en este caso, además, tendrá un candidato de más (Carlos Carrizosa, que ya está amortizado) y quizá uno menos, Carles Puigdemont, que por razones legales hará toda la campaña desde lo que la prensa española llama “el sur de Francia”. Seguro que TV3 le ofrecerá la posibilidad de participar en el debate telemáticamente, pero la última palabra la tiene la Junta Electoral y eso no augura nada bueno.
Puigdemont es uno de los favoritos del 12-M y en un debate no le puede sustituir nadie de su lista. Detrás suyo está el flamante fichaje de Anna Navarro, que tiene un currículo que hace caer de culo, pero quizá sea demasiado independiente para ir a un debate de siglas; y en el número tres está Josep Rull, que es un histórico de CDC y de Junts, un hombre del 2017, lo que suma, pero resta. De hecho, a Puigdemont sólo puede representarlo Puigdemont. Es su apellido el que figura en la candidatura y supongo que su flequillo rebelde ilustrará las papeletas en lugar del logo de Junts. El personalismo es su apuesta, para bien o para mal, puesto que si bien el expresidente tiene un grado de conocimiento altísimo, su valoración es inferior a la de sus rivales directos, según el CEO. Lo que es probable es que su presencia lleve a más gente a las urnas: desde independentistas hibernados hasta espanyolistas que esta vez irán al colegio electoral por miedo a la “restitución”.
Pere Aragonès ha propuesto un debate a tres, o incluso a dos, lo que indica que las encuestas no le favorecen. El presidente está intentando sacudir la campaña, de forma propositiva o propagandística, según se mire. La consigna de su equipo es adelantarse a sus rivales, ya sea rescatando el pacto fiscal y el referéndum (lo que le permite coleccionar portazos del PSOE, que en campaña siempre suman), proponiendo una conselleria para el catalán, y buscando el cuerpo a cuerpo, como hará en el Senado el lunes, donde defenderá la amnistía y se las habrá con siete presidentes autonómicos del PP: un auténtico ejercicio de puigdemontización. La aventura tiene sus riesgos, porque Aragonès no es Puigdemont, pero el dirigente de ERC no tiene alternativa si quiere combatir la inercia preelectoral.
Sol frente a la jauría pepera, Aragonés se arriesga, efectivamente; en un debate a dos oa tres, tiene más que ganar, porque el carisma que no tiene en mítines o actos de masas se convierte en solvencia cuando puede contrastar ideas y proyectos en un marco más ordenado. Por eso no tiene nada de extraño que Puigdemont e Illa –de momento– le hayan dado calabazas. El primero necesita instalar el dilema entre él y la victoria final del 155, borrando los últimos siete años (y el gobierno de Aragonès) del mapa mental colectivo. Y Salvador Illa quiere el mínimo ruido posible hasta la misma víspera de las elecciones, porque su propio talante le lleva hacia aquí, y porque el PSC ha renunciado hace tiempo a presentar un proyecto nacional con cara y ojos. Como escribía ayer Ot Bou, “el PSC acalló al país [en el 2017] y por eso ahora no tiene nada que decir”. Pero, ay, este páramo discursivo es el que tiene una mejor intención de voto: una parte del país está, por encima de todo, harta del ruido ambiental.
Y sin embargo, ni Aragonés, ni Puigdemont ni Isla lo tienen nada fácil para reunir a una mayoría a su alrededor. Tanto es así que algunos analistas aventuran la posibilidad de una repetición electoral. La perspectiva da mucha pereza, pero no habría forma más gráfica de expresar el callejón sin salida en que nos encontramos.