

La palabra mejora ocupa un lugar principal en la nube de palabras que rodean actualmente a los indicadores educativos de los informes internacionales, que se ocupan de establecer criterios estandarizados y hacer comparativas entre países. El gobierno de Salvador Illa convirtió la palabra mejora en una idea-fuerza del convenio firmado con la OCDE, que se propone "adaptar a la realidad de Cataluña los modelos de éxito y las políticas educativas que funcionan en otros países con retos similares". En la nube de palabras podemos encontrar también otras palabras como excelencia, competencias, calidad.
Me gustaría hacer una reflexión sobre la palabra mejora. Mejorar significa perfeccionar, progresar, avanzar en el sentido de obtener un beneficio. En el contexto actual de los sistemas educativos y sus indicadores, mejorar significa, como bien dice la frase del Govern, "adaptar a modelos de éxito". El aprendizaje se define como la coincidencia entre una situación inicial y resultados finales. El éxito sería la correspondencia exacta entre unos y otros, así como la adecuación de la práctica a los niveles establecidos por los indicadores. La mejora, en este contexto, implica un ajuste en el marco considerado eficaz. ¿Qué diferencia podría existir entre esta lógica de ajuste a resultados y la que opera en un sistema logístico orientado a rendimiento? Puede parecer que ninguna.
En cambio, se puede interpretar la mejora como un valor añadido. Esto quiere decir que, entre las condiciones iniciales establecidas y las finales obtenidas, surgen unas variables que desatar la maquinaria. Alteran la correspondencia exacta entre el delantero y el después, porque el proceso ha introducido una novedad inesperada. La mejora educativa tendría entonces otras connotaciones y matices.
Encontramos bastantes ejemplos de esta idea en la tradición pedagógica de la escuela nueva catalana, desconocida por los técnicos expertos de los organismos internacionales (y tal vez, dicho sea de paso, por muchos de los catalanes también). En uno Boletín del Instituto-Escuela, publicado en 1932, el director, Josep Estalella, escribe sobre la disciplina en el centro y dice que, para mejorar, hay que desvelar el sentido de la responsabilidad en el profesorado: "Este sentido de la responsabilidad era inútil consignarlo en un reglamento: había que encontrarlo, y desvelarlo si sólo era latente, en el profesorado que, otras instituciones de otras tierras, pero no podrían emplear un espíritu ajeno al que debía de ser el más auténtico: hacía falta que saliera de dentro". La escuela es algo más que un conjunto de prácticas traducidas en unas evidencias de evaluación, porque en la escuela hay vida. Ocurren cosas inéditas y excéntricas. La curiosidad de maestros y niños abre un mundo de valor incalculable. Si la sociedad actual vive orientada al rendimiento, haciendo interminables listas de evidencias y de tareas, la escuela debería ser un lugar donde, justamente, y más allá de la evaluación, pueda encontrarse algo con un valor intrínseco.
Aristóteles hiló delgado al diferenciar entre producción y acción. La producción tiene sentido por el resultado final que determina el valor del conjunto del proceso. En la lógica de la producción, el proceso no cuenta que en relación de dependencia del resultado. En cambio, en la lógica de la acción, todo lo que hacemos, antes, durante y después, tiene valor por sí mismo, en todos y cada uno de los puntos del recorrido, porque muestra cómo somos y qué somos. La acción de un maestro amable, que no abuchea a los alumnos, que tiene paciencia, que muestra interés por la lectura y el arte, que tiene una relación intensa con los contenidos que enseña y, en definitiva, que enseña algo, ¿cómo se evalúa? Los indicadores hacen higo frente a la experiencia profundamente humana, impregnada del tejido cultural de un país en su lengua y en su historia. Hay cosas que no se pueden evaluar y que quizás son más importantes porque se pueden valorar.
¿Qué valoramos del sistema educativo en Cataluña, más allá de los modelos de éxito, que "salga de dentro"? Sin menospreciar el interés que tiene hoy en día, de cara a las políticas educativas, el prêt-à-porter de los indicadores de calidad, si quien se ocupa de la educación (no sólo la consellera o el presidente de la Generalitat) no tiene claro qué valoramos, de lo que ya hacemos, en nuestras escuelas, si sólo damos respuesta a las exigencias de los informes internacionales, pues sí, lo diré así, sin tapujos: habremos perdido el alma.