¿De qué nación hablan los medios?

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Pendientes de televisión Los ciudadanos, desconcertados, se informaron en las calles de Barcelona a través de las televisiones expuestas en las tiendas de electrodomésticos.

Es bien conocida la definición que Arthur Miller (1915-2005) hizo de lo que debía ser un buen diario: “Una nación hablando consigo misma”. Una definición que podemos extender a cualquier otro medio de comunicación y, en cierto sentido, incluso a lo que podría ser un buen uso de las redes sociales.

La frase debe entenderse bien. No dice que en un buen medio de comunicación la nación deba hablar de sí misma, sino con ella misma. En el primer caso, sería lo que llamamos mirarse el ombligo. En el segundo, significa observar autocentradamente. Es decir, un buen medio de comunicación no sólo se realiza desde la nación, sino que construye la nación generando una conversación interior que haga posible unos vínculos de pertenencia. Una idea que nos acerca a aquella otra de Ernest Renan (1823-1892) cuando definía a la nación no como una esencia sino como un plebiscito cotidiano.

El problema viene cuando no se sabe con qué nación hablamos. O de sí, en un marco político colonial, es la nación que nos dicta la metrópolis. Y, lo que es peor, de si se hace un lío entre la nación impuesta y la nación deseada, en una lógica confusa que disimula la coacción y anula el deseo. Se trata de un conflicto que, por ceñirnos a la España autonómica, se hizo especialmente visible con la creación de los medios de comunicación públicos. Lo que para el Estado debían ser unos medios antropológicos –como había dicho José María Calviño, entonces director general de RTVE–, en el espíritu fundador debía ser la nación catalana hablando consigo misma.

Sin embargo, muy rápidamente el objetivo fundador derivó en un notable acomplejo por no ser tildados de provincianos. Lo advertí en un artículo en elHoy de diciembre de 1987, Uno cierto provincianismo en TV3. Y más adelante todavía había escrito que "Catalunya se les hacía pequeña, pero el mundo se les acababa en España". Ahora, esos comentarios pueden hacerse extensivos a muchos de los medios públicos y privados del país. Y es que después de los años en que el proceso soberanista había ido dibujando un perfil más claro de con qué nación se hablaba, la aplicación del artículo 155 no sólo afectó a la administración pública, sino que rápidamente reocupó a la mayoría de las estructuras mediáticas.

Ni que decir tiene que en una nación debe haber lugar para todo tipo de modelos de medios de comunicación. Desde los especializados en información internacional a los de contenidos estrictamente nacionales y locales. Hace muchos años, en algunos viajes a Andalucía me había llamado la atención la existencia de emisoras de sólo música andaluza. Y pasabas la raya hacia el estado francés y la música en las radios era, de mucho, francesa. Aquí, esto habría parecido una muestra de provincianismo. Ahora mismo, este modelo lo ofrece Radio Vilablareix de forma ejemplar por no decir heroica. Se hace desde el voluntarismo, refugiado en una radio local que, gracias a internet, puede dirigirse –y conversar– con la nación entera, y entendida cómo debería ser: la de los Països Catalans.

En cambio, muchos de los medios de comunicación dichos generales han ido dando cabida, cada vez más, a los localismos españoles. A menudo tienes la impresión de que son "la nación catalana hablando de la española", y en algunos programas, directamente, "la nación española hablando a los catalanes", en un proceso acelerado de desnacionalización propia y renacionalización ajena. También en el uso de la lengua. Una evolución que, al margen de intereses empresariales o de conciencias y voluntades individuales, ha ido de la mano con la restitución autonomista de los últimos años.

Hay que decir que este provincianismo –entendido como el sometimiento a los localismos de la metrópoli– no es sólo político, sino que también tiene una dimensión ideológica, cultural y estética. Ahora mismo los productos culturales españoles –pero no los franceses, ingleses, alemanes...– se presentan sin distinción ni jerarquía con los catalanes. Da igual dedicar tiempo a los treinta años de la Macarena de Los del Río que en la exposición de la trayectoria de cerca de sesenta años de Núria Feliu. Elstar system y la crónica negra preponderante es la que se produce en Madrid y provincias. Hay, claro, excepciones muy notables –que por razones obvias, y por no ser injusto con nadie, no miento con detalle–, pero que tienen una audiencia limitada dentro de lo que es el panorama mediático global.

Esta nación, la nuestra, necesita independizarse políticamente, sí. Pero éste es un proceso que debe ser paralelo al del autocentramiento mediático. No por mirarse el ombligo, sino por saber desde dónde mira el mundo y con quién se conversa.

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