La tendencia a esconder la cabeza bajo el ala es tan humana como universal, pero cuanto más informados estamos en la era de más conocimiento científico y técnico que hemos vivido nunca, más queda en evidencia que cerrar los ojos a la realidad solo es un recurso infantil para aplazar el que un problema nos explote en la cara.
La pandemia nos ha cambiado la manera de vivir, de relacionarnos y de trabajar durante más de un año, pero no está claro que hayamos aprendido que toca hacer las cosas de manera diferente si queremos evitar la marcha determinada que llevamos hacia el colapso ecológico y, de rebote, también económico.
Cuando se nos reveló la pandemia de covid-19 en Wuhan, muchos no creímos que pudiera pasar en nuestro propio país lo mismo que veíamos en China.
Cuando fue en Italia donde la muerte se imponía, tampoco entendimos que nosotros iríamos detrás; y cuando fuimos nosotros, ni los nórdicos ni los Estados Unidos pensaron que les llegaría a ellos del mismo modo o peor. En conjunto, en pocos países se actuó con previsión y en la mayoría se tomaron solo medidas reactivas. Entre nosotros, miles de personas mayores murieron sin oxígeno en las residencias. Solas o, en el mejor de los casos, acompañadas por humanidad por una enfermera u otro trabajador sanitario.
A pesar de las cuatro oleadas anteriores, la quinta también nos ha superado, a pesar de que la buena marcha de la vacunación ha evitado miles de muertes.
En estos últimos meses la ciencia ha ocupado un espacio central en la toma de decisiones de la mayoría de gobiernos, pero la ciencia es un conjunto de disciplinas tan diversas como la biología, la virología, la farmacología, la estadística, la ciencia política y la economía, que se han equilibrado con más o menos acierto. En esta quinta oleada, en Catalunya las consecuencias de la parálisis económica y los efectos del último año sobre la salud mental han pesado más que el temor a la imprevisibilidad de este virus, que tendrá capacidad de mutar y llevarnos de cabeza hasta que la vacunación sea un hecho en todo el mundo.
Actuar diferente
El covid puede ser un ensayo general de los efectos del cambio climático y hace falta que seamos conscientes de los riesgos que tendrá sobre nuestra manera de vivir. No se trata con solo que cambie el gusto de la uva y del vino porque el calentamiento haga variar la maduración de la fruta, sino de saber que las lluvias vividas esta semana en el centro de Europa o la devastación del Gloria no tienen un origen misterioso sino el de los efectos del cambio climático. Las lluvias de Alemania, Bélgica y Suiza han sido de una intensidad nunca vista y, muy probablemente, la concienciación ciudadana convertirá la cuestión en un tema relevante en las próximas elecciones.
Durante la parálisis de la economía las emisiones globales solo se han reducido un 17%, y la agenda ecológica tiene que ganar peso en nuestras sociedades y en las preocupaciones ciudadanas que se imponen después en la agenda política más allá de los partidos verdes, que siempre han estado alerta y con una capacidad muy limitada de actuación.
En Catalunya y en España todavía hay que empujar para hacer posible el cambio en muchos sectores. Como con el tabaco y el consumo excesivo de alcohol, llegará el momento del menor consumo de carne, por más que a los partidos tradicionales les asuste la reacción del grupo de presión de turno.
Serán los ciudadanos los que tendrán que exigir una economía de mercado, un capitalismo, con preocupaciones medioambientales, animales y sanitarias convertidas en urgencias.
La alternativa a actuar es la destrucción de ecosistemas milenarios, que provocará todavía más migraciones masivas de animales y, especialmente, de personas que huirán de territorios desérticos o anegados.
¿Qué podemos hacer?
De entrada, cooperar. Como se ha hecho con la vacuna del covid, producida en tiempo récord y que ha salvado millones de vidas gracias a haber puesto talento y recursos al servicio de los investigadores que han trabajado en red.
De momento, la Unión Europea tiene un plan, el presidente Biden ha vuelto a los Acuerdos de París y China se ha comprometido a lograr la neutralidad de carbono en 2060. Las élites políticas tienen que sentir la presión ciudadana para actuar y cada cual de nosotros tenemos que cambiar la dureza de nuestra huella.
Uno de los hombres mejor informados del mundo, Bill Gates, propone en Cómo evitar un desastre climático (Plaza & Janés) algunas medidas más allá de presionar a los que tienen la capacidad de tomar decisiones. Por ejemplo, reducir las emisiones de casa, utilizar un vehículo eléctrico, comer hamburguesas vegetales o trabajar con empresas pioneras al adoptar las innovaciones. Las empresas pueden imponer un impuesto interno sobre el carbono, priorizar la innovación en soluciones bajas en carbono y asesorar la investigación pública para acercarla a lo que necesita el mercado.
Hoy hablamos de la recuperación económica del covid, y tendrá que ser diferente a lo que estamos acostumbrados. Iniciamos una inmensa transformación social y económica que dejará por el camino muchas industrias y trabajadores que necesitarán planes de reconversión. El futuro es inaplazable.