Donald Trump en un mitin reciente en Georgia. El expresidente ha demostrado una gran capacidad para circular hechos alternativos.
12/03/2024
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1. Poliética. Aznar se queja de "manipulación mendaz". Parece mentira que a estas alturas él, su entorno y algunos de los periodistas que alimentaban el engaño aún estén surfeando obscenamente sobre el 11-M para no tener que reconocer la monumental chapuza interpretativa que hicieron, ya fuera por cálculo estratégico o por efecto de los prejuicios con los que miran el mundo. Cuando ya se ha decidido cómo tiene que ser lo que ocurra, es difícil asumir que la realidad ha sido otra cosa. Mantenerse empeñados en el error es una falta de respeto a las víctimas y a los ciudadanos del país que sufrió la tragedia. Y, sin embargo, el tesón en el engaño no es porque sí. Es precisamente para seguir practicando el fraude político o periodístico. Para poder seguir adecuando la visión de la realidad a sus intereses. Y, de hecho, vemos todos los días cómo aquí y fuera de aquí hay sectores que distorsionan deliberadamente la realidad e intentan sustituirla por el relato político de su conveniencia.

Ay de quién tiene que hacer del engaño estrategia. El día que se le ve el plumero, el día que queda en evidencia ante una noticia terrible, aunque sea incapaz ni siquiera de sonrojarse, cae estrepitosamente. Como le ocurrió a Aznar ese 11 de marzo. ¿Nunca se le ocurrió pensar que si hubiera optado por la verdad quizá hubiera tenido más posibilidades de ganar que optando por una huida hacia adelante, a caballo de la mentira? Cuando uno piensa que la razón y él son lo mismo es incluso incapaz de evaluar las situaciones. Parece que la lógica del poder lo sesga todo. En definitiva, el caso Aznar y compañía no es más que una extrema expresión de una realidad cotidiana: la adecuación de las versiones de los hechos a los intereses de cada uno.

Demasiadas veces, en política, da la sensación de que todo vale mientras sea por la causa. Y ahora estamos en un terreno especialmente resbaladizo porque, en el desconcierto de unos cambios acelerados de difícil control, se da con mucha facilidad el salto de los conflictos reales que afectan a las personas a la retórica de unas derechas desbocadas que, por ejemplo, están convirtiendo a Estados Unidos en icono del desconcierto universal. No queríamos creer que Trump volvería después de perder hace cuatro años. Y, sin embargo, él y su caravana de las quimeras de la insolencia ya vuelven a estar aquí. El asunto revela una inquietante inconsistencia de la política y sus principios reguladores.

2. Bioética. He tenido la oportunidad de conversar con Lluís Montoliu, que acaba de publicar No todo vale, un libro sobre la ética y las ciencias de la vida. "No todo lo que sabemos o podemos hacer tenemos el deber de hacerlo", y de eso se ocupa la bioética. Y se funda en un principio que debería ser elemental, también en política: “Todas las personas tienen una dignidad que es lo que debe preservarse”. El autor lo dice así: “El mensaje general del libro es que tenemos normas, que hay límites, que los investigadores no podemos hacer todo lo que queremos, y los médicos tampoco, aunque una parte de la sociedad pueda pensarlo. Y que hay experimentos que, pese a ser técnicamente posibles, no deben llevarse a cabo”. No es nada más que la aplicación de los principios morales básicos a la medicina, definidos en el Informe Belmont en 1979. Y, sin embargo, no es fácil de hacer por la razón de siempre, porque la pulsión de poder es lo que guía a los humanos. Y es difícil detenerse cuando se avanza y la proximidad del objetivo hace olvidar los obstáculos y efectos indeseables que puede haber por el camino. Pero, al menos, hay unos criterios definidos que deberían respetarse.

Hacer de ello una práctica universal ya es más complicado. Las tentaciones son muy grandes. Y los investigadores y los médicos trabajan en condiciones diferentes: Europa está más regulada que Estados Unidos, y en China hacen lo que les place, sin que forzosamente se cumpla el principio básico: no perjudicar a los humanos involucrados. Y por si no fuera suficientemente complejo, solo ha faltado incorporar la IA: ¿quién pone límites? En ciencia, como en política, éeta es la cuestión. Y, sin embargo, debería guiarnos la razón fundamental de la condición humana: no todo es posible.

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