Al día siguiente de la catástrofe eran muchos los que decían que "ahora no es el momento de hablar de ello, por respeto a los muertos", pero justamente por respeto a los muertos era y es pertinente hablar de las responsabilidades políticas existentes en esta tragedia. Y era y es pertinente empezar a reflexionar sobre cómo deben exigirse estas responsabilidades. Me imagino que no he sido la única en pensar cómo se acabó resolviendo el espantoso accidente del metro de Valencia, donde murieron 43 personas. La responsabilidad la acabó cargando el conductor, fallecido en el accidente. Aunque después, muchos años más tarde y gracias a la persistencia de la Asociación de Víctimas del Metro, hubo una “mínima reparación judicial” en la que se demostró que las malas decisiones las habían tomado directivos de FGV y no el conductor . También se hizo un monumento para recordar a las víctimas, por lo que los monumentos deben recordarnos hechos que no pueden volver a ocurrir, como accidentes que podían haber sido evitados. Es el caso. La DANA, el fenómeno meteorológico, es inevitable, pero ignorar las alertas de AEMET, poner por delante la actividad económica y despreciar los servicios públicos necesarios para gastarse el dinero de los impuestos en actividades reprobables es totalmente evitable. Y estas decisiones, entre otras, son las que han provocado tantos fallecidos y desaparecidos. Por eso, una negligencia de estas dimensiones debe tener consecuencias. El principal responsable, el presidente Carlos Mazón, encima, no ha tenido ningún pudor al salir con un chaleco del personal de emergencias, cuando él no consideró lo suficientemente urgente alertar a la población antes de que se viera atrapada en medio de la tormenta.
Sí, es muy pertinente en estos momentos tan dolorosos y para respetar a los muertos señalar todo lo que se ha hecho mal y que ha derivado en una tragedia descomunal que nos ha hecho llorar de tristeza, de rabia y de impotencia. Que todavía nos hace llorar. En estos momentos es muy difícil ver y sentir la clase política aprovechando la desolación para sus propias estrategias y ver y sentir como siempre es la misma gente que lo pierde todo. La vida. De la misma manera que es insoportable ver y oír charlatanes que se atreven con un “Yo no soy negacionista del cambio climático, pero...” como si se acabaran de sacar un título de ciencia por correspondencia y tampoco les diera vergüenza demostrarlo. Esto sí que no es pertinente. Pero es pertinente recordar que la prevención es una buena consejera. Da igual si después la tormenta no es tan fuerte como se preveía. Da igual si después no llueve. Es verdad que entonces también habría quejas. Pero siempre es mejor quejarse sin tener que lamentar muertes. Hay frases hechas que deberíamos tomarlas más en serio.
Tenemos mala memoria y los monumentos no ayudan a ello. Pero es pertinente pensar en estas tragedias cuando decidimos cuáles son las prioridades de los responsables políticos y cuáles son las nuestras cuando las elegimos, antes de ver las calles llenas de barro y de tragedia. Nos jugamos, literalmente, la vida. Aunque la vida, para cada uno, es un juego distinto. Hoy pienso en toda la gente que tendrá que empezar de nuevo después de haberlo perdido todo. En las pertenencias amontonadas en el barro. En los recuerdos mojados. En el desconcierto. Pero pienso, sobre todo, en las personas que han sufrido estas terribles muertes. Es pertinente no olvidarlas para poder exigir responsabilidades y la construcción, de una vez por todas, de un sistema de vida que no ponga la economía por delante de la naturaleza. Porque la naturaleza también somos nosotros.