En cuanto al sector vinícola –y entendamos por sector los sujetos, pero también todos los objetos, directos, indirectos y circunstanciales–, hemos tenido un verano movido. Hablemos, cuando hablamos de vino, del terruño, pero deberíamos también hablar del terrario.
El periodista de vino o el comunicador (diga como desee, excepto winelover y influencer) debería tener un papel concreto: divulgar. El vino es el protagonista y, por extensión, quienes lo hacen. Nunca, el periodista o comunicador (winelover y influencer) debería ser el protagonista del post o delstory (o de la noticia). No es importante, no es relevante saber si tal periodista o comunicador (winelover y influencer) ha sido el primero en probar el Viña del Escroto, a 1.000 euros la botella, con su gran amigo, el enólogo Pere Camàndules, que lleva el proyecto El sablazo. No es importante que Pere Camándules le haya invitado a comer al Bistrot Gastronómico La Clavada, donde han pedido unas gambas que fotografía como puede con las gafas de cerca. Todos nosotros, si probamos un Viña del Escroto, querremos compartir una foto. Pero la foto no es para hacer un elis, elis, no es para demostrar a los demás periodistas que tú sí y ellos no.
Las exclusivas del mundo del vino son poco, comparadas con las del mundo de la política. Se parecen más bien a las del corazón. Cuentas que el Marqués del Buen Prepucio se ha peleado con la instagramer Cochi Pezón, y esta pelea, baladí, lo que dice en realidad es que tú conoces el Marqués del Buen Prepucio o la influencer Conchi Pezón. ¿Qué aporta? No mucho.
No se trata de tomar fotos de lo que hemos bebido o comido, para hacer el mec. Se trata de querer, muy fuertemente, que los viticultores vendan. Si querías una exclusiva, pero no te la dan, y entonces ya no quieres publicarla como los demás, el sector te importa poco. Te importas tú.