Superar tabúes

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Una criatura nada con la ayuda de un adulto.

Desde hace un sexenio, ha sobrevolado todo un hemisferio de la política catalana –el identificado con el objetivo de la República– la idea de que la CUP era la depositaria, la guardiana y la expendedora de algún tipo de pureza, de virginidad, de fuego sagrado independentista, sin el cual uno se convertía en sospechoso de tibieza, de cobardía o de botiflerisme. Ha sido esta idea, este cliché, lo que permitió a la Candidatura d'Unitat Popular llenar a discreción la papelera de la historia, bloquear investiduras presidenciales con absoluto desprecio de las circunstancias históricas (estoy pensando en la frustrada elección de Jordi Turull, el 22 de marzo de 2018), vetar presupuestos y condicionar políticas.

En realidad, sin embargo, la CUP solo es –como cualquier otra sigla partidista– depositaria de su propia ideología, dentro de la cual el anticapitalismo y el antiestatismo resultan tanto o más importantes que el objetivo de la independencia. Una ideología, encima, que en materia social, económica, fiscal, de “modelo de país”, es en buena parte antagónica con los programas que defienden Esquerra y Junts. Una ideología que en estos momentos tiene el apoyo del 6,68% de los votantes.  

En estas condiciones, y a mi entender, lo que la CUP tendría que hacer es presentar su proyecto de país con claridad, con detalle y sin eufemismos. Por ejemplo: ¿qué presión fiscal propugnan los anticapitalistas en IRPF, en sucesiones, en patrimonio...? ¿Qué habría que hacer con el Circuit de Barcelona-Catalunya, una vez excluidas y condenadas a la abominación las carreras de motor? ¿Se tendría que demoler el complejo, arrancar el asfalto y plantar coles? Después de haber sentenciado que el proyecto Hard Rock es una monstruosidad medioambiental, económica e incluso moral, ¿creen los cuperos que tendríamos que empezar a planear el desmantelamiento de Port Aventura, Ferrari Land, etcétera? ¿Piensan que se tiene que abandonar la aspiración a los Juegos Olímpicos de Invierno aunque una mayoría apabullante de la población pirenaica estuviera a favor? Si All cops are bastards, según un eslogan muy popular entre los cuperos, ¿habrá que disolver el cuerpo de Mossos d'Esquadra, y quizás sustituirlo por agentes cívicos desarmados y con un lirio en la mano?

Quiero hacer constar que en toda mi vida no he pisado ni pisaré un circuito automovilístico, ni un casino, ni un parque temático, y que estoy en contra del proyecto de Juegos de Invierno. Pero la cuestión no es esta; la cuestión es que opina sobre todo ello la mayoría democrática del país. El día que la CUP, con un programa anticapitalista y revolucionario explícito, concreto y sin tapujos, obtenga el 40% de los votos, tendrá el derecho y la legitimidad para aplicarlo. Mientras tanto, y en función de su fuerza actual, solo puede aspirar a retocar el programa de los otros. Si esto le parece poco, la coherencia dictaba a los cuperos la postura que han acabado adoptando: autoexcluirse de la negociación presupuestaria.

Algunas voces, sin embargo, han sobrevalorado el paso al lado de los cuperos, ya fuera para celebrarlo o para deplorarlo. Y no hay para tanto: ni se ha acabado el Procés ni se ha dinamitado la mítica –por no decir legendaria– “mayoría de la investidura”. De hecho, la mayoría –minoritaria– que habría que preservar es la de gobierno, la del 41,37% de los votos que suman Esquerra Republicana y Junts per Catalunya. Y, en las turbulencias internas de este bloque, la CUP no es más que una excusa. Es más: la mayoría política y social necesaria para ganar la independencia no depende de los menos de siete puntos porcentuales que aportan los anticapitalistas. Para divorciarse de España no basta con el 48,05% que suman ERC, JxC y CUP, ni siquiera con el 52% que, forzando un poco la realidad y la aritmética, se ha erigido en bandera. Haría falta algo más.

Dentro del pequeño revuelo que ha suscitado el president Aragonès cambiando de aliados presupuestarios, se ha llegado a insinuar que los comuns exigían en la negociación lo mismo que la CUP y que, por lo tanto, preferir a los de Jéssica Albiach era una apuesta ideológica de ERC, con el espantajo del tripartito de izquierdas ahí al fondo.

A ver: quizás sí que, en términos retóricos y gestuales, los comuns y la CUP muestran algunas similitudes (la fijación contra el proyecto Hard Rock, por ejemplo). En el terreno de la política real, la analogía no tiene ningún sentido. Los comuns gobiernan el Ayuntamiento de Barcelona y forman parte del ejecutivo español, en ambos casos de la mano del PSOE-PSC. Quiero decir que han tenido que dejar de lado muchas abstracciones ideológicas –todavía no todas– en favor de la gestión del día a día. Por eso con ellos ha sido posible un clásico do ut des (Te doy para que me des): presupuestos de la Generalitat a cambio de presupuestos municipales de Barcelona. A algunos les debe de parecer horroroso, pero se llama política.

En cuanto a la CUP, tal vez, libre de hipotecas gubernamentales, podrá clarificar si prioriza la independencia o la revolución. Porque, como se dice, soplar y sorber, no puede ser.

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