Los dos kilómetros que Jordi Sànchez quiere hacer andando cada día

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NÚRIA ORRIOLS GUIU
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El secretario general de Juntos, Jordi Sànchez, ayer durante la ejecutiva de la formación en el despacho que tiene en la sede.

BarcelonaEl primer día laborable de Jordi Sànchez después del indulto empieza temprano. A las ocho y media de la mañana se pone en marcha con una batería de reuniones que no acabará hasta entrado ya el anochecer, después de la recepción de todos los indultados en el Palau de la Generalitat y en el Parlament. La primera conversación (profesional) que tiene el secretario general de Junts cuando se levanta por la mañana es con el ex president Carles Puigdemont. Hay dirección de Junts a las diez de la mañana, y abordan la primera ejecutiva del partido con Sànchez ya en libertad. Lo hará desde la sede, junto a Sagrada Familia, donde ha llegado andando desde el barrio del Guinardó solo con el móvil y la cartera encima. Dos kilómetros que a partir de ahora quiere intentar hacer cada día. Es una de las sensaciones que quería recuperar después de estar más de mil días cerrado en la prisión: las rutinas, las cosas menos trascendentes y, en definitiva, la libertad de decidir.

Sànchez empieza la ejecutiva telemática a las diez por la mañana en un despacho todavía vacío. La sala es blanca, con una mesa de trabajo y otra para hacer reuniones, pero sin ninguna impronta personal: el attrezzo llegará próximamente, incluido su propio ordenador, puesto que por ahora se conecta con un portátil del partido. A medida que pasen los días, Sànchez tiene que convertir este despacho en su espacio de trabajo -hasta ahora era la celda- y “hacer territorio” en uno de sus hábitos más habituales. El secretario general de Junts tiene el reto ahora de construir el partido -con la mirada puesta en las municipales-, consolidar los órganos internos de Junts -con el consejo nacional de julio como primera estación-, apaciguar las críticas internas y establecer el contacto directo con las bases que entre la prisión y la pandemia le han impedido tener.

Encuentros con 'consellers'

Después de la rueda de prensa telemática desde la sede, es difícil encontrar un espacio en su agenda. Tiene una comida con el conseller Jaume Giró en el Hotel Neri, después se verá con la titular de Exteriores, Victòria Alsina, en la Casa dels Canonges, y más tarde todavía tiene una reunión de trabajo con el vicepresidente, Jordi Puigneró. Entremedias, la recepción institucional a los indultados. Todo esto Sànchez lo hace solo: a diferencia de otros dirigentes políticos, que acostumbran a tener un equipo convertido en su sombra, Sànchez no lo quiere. Ni ahora ni cuando estaba en la prisión. Por más que el partido le ofreciera un coche para venirlo a buscar a Lledoners, él prefería coger el suyo. No quiere chófer. Y por más que el partido le ofrezca ahora un vehículo para desplazarse de un lugar a otro, él prefiere ir a pie, en metro o en taxi. “Decía Joan Margarit que para ser libre los que te quieren no tienen que saber dónde estás”, dice Sànchez irónicamente citando uno de los versos del poeta.

En todo caso, durante su primer día laborable tiene pocas posibilidades de escaparse: a las cuatro de la tarde, una vez ha hecho la reunión con Alsina, se encuentra con el resto de ex presos en la Plaça Sant Jaume para escenificar su regreso a Palau. En el Pati dels Tarongers y en el Saló Mare de déu de Montserrat los recuerdos y la emotividad se hacen inevitables: una de las últimas veces que estuvieron todos fue la tarde del 1-O antes de la comparecencia del entonces president, Carles Puigdemont. Unas horas cruciales para decidir los siguientes pasos después del referéndum.

Momentos intensos, como los de hace tres años, pero muy diferentes: la recepción en el Palau se produce justo una semana después del anuncio de los indultos por parte del gobierno español, pero también siete días después de un encuentro muy especial: el lunes de la semana pasada los siete de Lledoners decidieron pedir unas horas de permiso -solicitadas el viernes antes- para hacer una comida de despedida y cerrar una etapa. El lugar escogido fue Cal Miliu, en Rajadell, a 15 kilómetros de la prisión. Cuando volvieron quedaban muy pocas horas para que no tuvieran que entrar más.

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