Yolanda Díaz y la izquierda posible

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Yolanda Díaz e Irene Montero en el Congreso .

BarcelonaEl interés preelectoral continúa centrado desde hace días en la posibilidad de que Sumar empiece realmente a unir a los partidos de la izquierda, después de una etapa en la que ha habido más de desafíos y pulsos que afán de colaboración. Resulta evidente que en este conflicto quien lleva ventaja en términos de opinión pública es la vicepresidenta segunda del gobierno y líder de esta operación, Yolanda Díaz. Podemos tiene un camino recorrido y el capital político que pueda derivarse de la gestión en el ejecutivo de coalición presidido por Pedro Sánchez. Pero se trata de un capital muy perjudicado por los efectos indeseados de la ley del solo sí es sí. En estos momentos, Podemos no aporta a una eventual sociedad compartida encabezada por la líder de Sumar el mismo volumen de activos que el que supone el proyecto presentado públicamente el fin de semana pasado en el polideportivo Antonio Magariños de Madrid.

Desde el pasado domingo no ha habido ningún signo de distensión entre Yolanda Díaz y Podemos, singularmente con su ex líder, Pablo Iglesias, y con las dos ministras Irene Montero e Ione Belarra. Al contrario, a los emplazamientos hechos por las dos últimas, donde destaca qué fácil sería supuestamente pactar unas primarias para confeccionar después de mutuo acuerdo las candidaturas, ha seguido un conjunto de declaraciones que confirman la naturaleza de este conflicto, que no es otro que la lucha por el poder. Nadie ha explicado, en este sentido, cuáles son las inasumibles diferencias entre el proyecto que ha lanzado y quiere consolidar la líder de Sumar y las líneas maestras del movimiento ciudadano que un día lideró Pablo Iglesias.

Diferencias de formas y estilo

Las diferencias, en todo caso, existen, como se ha visto varias veces durante esta legislatura. Pero son, sobre todo, de formas y de estilo. En el fondo, las divergencias ideológicas se derivan sustancialmente del hecho de que Yolanda Díaz ha buscado en su labor en el gobierno unos objetivos más posibilistas que las ministras de Podemos. Y todo esto dicho considerando que en política, si hablamos de política democrática, las maneras y los enfoques de los problemas son muy importantes. Se podría decir que Yolanda Díaz no es, en este sentido, una izquierda tradicional. Hace tiempo que tengo la sensación de que la líder de Sumar representa un tipo de izquierda de manos blancas, más que rojas, por su manera de comportarse. No se trata de los vestidos que escoge para las grandes ocasiones, que suelen ser blancos, como el día de la presentación de Sumar. Se trata de que su actitud más habitual y esencial es de carácter propositivo, y huye de las situaciones sin salida y los esfuerzos inútiles.

Estos tipos de razonamiento me recuerdan un pasaje de la autobiografía del escritor húngaro Arthur Koestler, injustamente olvidado en los últimos años. El autor de El cero y el infinito explica sobre su experiencia durante la Guerra Civil Española que, cuando estaba encarcelado esperando ser fusilado como espía comunista –una ejecución que nunca se produjo, porque fue intercambiado por tres aviadores del ejército franquista–, su carcelero le dijo un día que no entendía cómo un señor como él podía ser comunista. Y Koestler añade que él mismo se sorprendió de su respuesta, cuando contestó al comentario del funcionario que lo vigilaba: “No, si yo ya no soy comunista”.

Koestler acabó su vida en Londres, muchos años después de su recorrido por Rusia, donde pudo comprobar personalmente el gran fracaso de los planes quinquenales y la economía planificada. Su peripecia vital e ideológica me volvió a la memoria cuando, durante la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid el año pasado, oí el relato de un supuesto diálogo que habría mantenido el presidente norteamericano, Joe Biden, con el español, Pedro Sánchez. Biden se habría interesado por la convivencia ideológica en un consejo de ministros en el que los socialistas conviven con varias representantes de una izquierda más radical, y se habría mencionado el hecho de que una de ellas fuera incluso vicepresidenta. El relato se completaba atribuyendo a Sánchez la explicación de que Yolanda Díaz no es, en realidad, comunista.

El episodio me pareció muy verosímil desde el primer momento. Entre otras razones, porque había oído las mismas manifestaciones de Yolanda Díaz durante una entrevista en el canal 24h de Televisión Española el mes de septiembre del 2021. En aquella ocasión, cuando le preguntaron qué entendía por comunismo, y qué tenía ella de comunista, respondió: "Sería bueno recordar que el Partido Comunista de España ha estado a la altura de las circunstancias de nuestro país y, sobre todo, que ha defendido dos valores fundamentales: los derechos humanos y la democracia. En este camino yo me encuentro cómoda, en ensanchar la democracia y defender los derechos fundamentales. El resto, las etiquetas, no me interesan mucho". Y después añadió que lo que cuenta es andar “para hacer una democracia más ancha” en la que “quepa mucha gente” para que el país avance y mejore.

Huir de las etiquetas

Toda la operación de Sumar es la confirmación del intento de fuga de los nominalismos y las etiquetas, pero con la contradicción de que el principal reto del proyecto es la necesidad de unir en un solo mosaico reconocible varios grupos y grupitos que no siempre hablan un mismo idioma. Y, sobre todo, que pierden el tiempo en peleas inútiles, como la que ahora enfrenta a Sumar con Podemos. Felipe González nos explicó a un grupo de periodistas que lo íbamos a ver de vez en cuando a la Moncloa que Gorbachov le había dicho que el sistema comunista había fracasado por culpa del hombre, que no había sabido adaptarse a las renuncias necesarias de un modelo de organización social sin los estímulos del capitalismo. González añadió que su réplica fue muy breve: “El fracaso no fue del hombre, del individuo, sino del sistema, porque son los sistemas los que tienen que dar respuesta a las personas, no al revés”. Los dirigentes de Podemos harían bien en dar una vuelta a estas ideas, porque ahora el debate ya no es sobre la vigencia de antiguos conceptos, sino sobre la capacidad real de transformación social de las iniciativas concretas. Y diría que en esta concepción de la política Yolanda Díaz les lleva una sensible ventaja.

   

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