De nada sirve esconder la cabeza bajo el ala con la Constitución
El aniversario de la Constitución se ha celebrado al día siguiente de la crisis entre Podemos y Sumar y en pleno debate sobre si debería reformarse y en qué puntos, pero con cero expectativas de que se pueda llevar a cabo cualquier modificación. El problema es que la Constitución se ha convertido en arma arrojadiza de la política española –solo hay que ver cómo se acusaban ayer a Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo de incumplirla– y no hay manera de saber a ciencia cierta qué opina la ciudadanía. Este miércoles explicábamos que el CIS evita hacer una pregunta directa sobre la valoración de la Constitución desde el 2012, cuando quienes estaban descontentos con la carta magna superaron por primera vez a los satisfechos. Se trata de un fenómeno que ya se ha reproducido con la monarquía, donde el apagón estadístico se aplica desde 2015, justo cuando los escándalos del rey emérito empezaron a salir a la luz pública.
De alguna manera , el Estado actúa como el avestruz, esconde la cabeza bajo tierra (o bajo el ala) e ignora el problema. Como no hay datos que demuestren que existe este problema damos por sentado que no hay ninguno. Pero esta actitud infantil no solucionará nada. Cuanto más tiempo pase sin que se afronte un debate serio sobre la Constitución, mayor será la desafección de la ciudadanía. En lugares como Cataluña o Euskadi, donde sí se han realizado encuestas, es evidente que la carta magna recibiría hoy un apoyo muy minoritario.
Ahora bien, hay que tener cuidado con cualquier intento de reforma porque hay un riesgo claro de involución. Ahora mismo existe en el Congreso una formación política de extrema derecha, Vox, que cuestiona aspectos básicos del pacto constitucional como el derecho al autogobierno de las comunidades autónomas. Si se iniciara el melón, la derecha presionaría para centralizar competencias y poner límites al autogobierno y reconocimiento nacional. Incluso el término "nacionalidades", fruto del pacto de la Transición por referirse a las naciones históricas, está hoy en discusión.
También es cierto que, en un contexto en el que el PP ni siquiera cumple con el mandato constitucional de renovar el CGPJ, es completamente ilusorio pensar que puede haber algo más allá de cambios superficiales. Pero incluso un cambio como hacer desaparecer la palabra disminuido del texto legal lleva años estancado. Es lo mismo que ocurre con la preferencia masculina en la línea sucesoria en la Corona. En la política española se ha instalado una especie de temor reverencial a cambiar la Constitución, y algunos hablan de ella como si fueran las tablas de la ley. En algunos casos, como el de José María Aznar, se trata de recién llegados a la causa, ya que jóvenes eran muy críticos. Les parecía demasiado avanzada, claro.
Sea como fuere, la Constitución española no cuenta hoy ni de lejos con el apoyo que había tenido en los años 80 o 90, y ha acabado convirtiéndose en un tabú. En lugar de aceptar la reforma como práctica habitual en democracia, justamente para asegurar la pervivencia de los textos legales, en España la ruptura de los consensos básicos ha llevado a fosilizar la Constitución ya alejarla de la población. Sin embargo, a la larga los problemas que no resuelves hoy te acaban estallando en la cara.