Terratenientes contra jornaleros: la eterna batalla del campo andaluz
La tecnificación de las explotaciones multiplica la producción, pero la riqueza no llega al territorio
Sevilla"Esto es la vega del Guadalquivir, una zona negra para la agricultura. Piensa que esto antes era un delta; por lo tanto, hay muchos sedimentos y es una tierra muy fértil", declara solemne Carlos Ferraro, uno de los socios de Inagro, una empresa de administración de fincas agrícolas que gestiona más de 30.000 hectáreas en Andalucía. Ferraro, que es hermano del economista Francisco Ferraro, está a punto de jubilarse, pero se nota que disfruta con su trabajo. Confiesa que, si no fuera por el covid, que ha pasado hace poco, no pensaría en retirarse. De su mano visitamos la finca de La Cabaña. Son 300 hectáreas al lado del aeropuerto de Sevilla, pero ya en el municipio de La Rinconada. En su Audi nos va enseñando los diferentes cultivos que se hacen: aquí trigo duro, allí algodón, más allá girasoles y al final zanahorias y patatas.
Ante una enorme recolectora que funciona a pleno rendimiento, no oculta su satisfacción por la evolución del mercado de materias primas. "Este campo es de trigo duro de la variedad Athoris, que ha triplicado su precio por la guerra de Ucrania", afirma. Una visita en la web de la Lonja de Sevilla confirma que el trigo duro se pagaba a 230 euros la tonelada hace un año y ahora el precio es de 530. El resto de los cultivos también han subido a pesar de que no tanto. Lo único que no ha ido bien este año han sido los cítricos, por la competencia de Marruecos y Suráfrica. Aun así, las cosas, según su visión, van bien en el campo andaluz. "En 43 años no había visto unos números parecidos. Lo que pasa es que el agricultor es un llorica, pero yo no he llorado nunca", afirma orgulloso.
Este ingeniero agrónomo nos explica cuál es el secreto del campo andaluz: la tecnología aplicada a grandes extensiones de terreno. El PIB agrario es un 6% en Andalucía, un 2,4% en España y un 1,2% en Europa. Y solo hay que coger el coche y viajar por Andalucía para darse cuenta de su potencia agroalimentaria: hasta donde llega la vista todo son campos y campos de cultivo, sea con cereales, tubérculos o con arboledas (olivos, cítricos y almendros). Ferraro nos explica que todo está muy tecnificado: "Aquí hay la distancia exacta entre hilera e hilera para que pase el tractor. Y con un hombre solo sentado en la cabina puedo hacer todo el campo. ¡Se puede dormir si quiere porque la máquina no se equivoca!", dice riendo. Pregunto cuánta gente trabaja de manera fija en la finca y la respuesta me deja helado: dos personas. "En momentos puntuales podemos ser 80 o 90, pero fijos solo dos; no nos hace falta más", asegura.
Ferraro saluda con la mano a uno de los trabajadores de la finca mientras paseamos. "Este se te jubilará pronto", le digo atendiendo a la piel ennegrecida y la profusión de arrugas de su rostro. "¿Qué dices? ¡Pero si solo tiene 50 años!", me responde. Esta es una de las razones por las cuales la gente joven prefiere otro tipo de trabajo. El trabajo al campo es duro y más con las temperaturas que tienen en el valle del Guadalquivir, una zona que algunos identifican como la sartén de Andalucía porque casi se pueden cocer huevos solo con el calor del sol. Ferraro confiesa que tiene que recurrir a las ETT para cubrir la demanda durante la recolección. "Son la esclavitud del siglo XXI", admite fastidiado, pero su trabajo es hacer que los propietarios tengan el máximo de beneficios, de los cuales él también se queda con una parte.
La gran pregunta es: ¿esta tecnificación del campo andaluz y el aumento de producción repercute en más riqueza para el territorio y todo el mundo que vive de la agricultura? Para responder esta pregunta vamos a buscar a un veterano sindicalista del campo. Javier Ballesteros es miembro del SOC, el Sindicato Obrero del Campo, y vive en Posadas, un pueblo agrícola próximo a Córdoba. Ballesteros es todo un personaje. Ahora está en plena recogida del ajo, un cultivo que ha ido a menos los últimos años. Mientras nos enseña la parcela que él mismo cultiva al lado de una riera (son terrenos a disposición de los vecinos que pertenecen a la Confederación Hidrográfica), nos introduce en un concepto nuevo: los cultivos sociales. ¿Cuáles son estos cultivos? Pues los que proporcionan jornales a la gente del territorio. "Los ajos, las patatas, las zanahorias y los cítricos son cultivos sociales porque dan trabajo a los jornaleros, pero ahora la mayoría no lo son. El cereal, el girasol o los olivos están ya tan mecanizados que con una sola persona tienen suficiente".
Esta es la paradoja del campo andaluz. Cuanto más tecnificación, menos trabajo para la gente local. Además, una parte muy importante de los terrenos son grandes fincas propiedad todavía de terratenientes, sean aristócratas, nuevos ricos madrileños, fondos de inversión internacionales o jeques árabes. Ballesteros explica que el territotio de Posadas y los alrededores están en manos de cuatro terratenientes: los Martínez Sagrera ("Estos tienen colgada la bandera con el águila en la finca y reciben cada año tres millones de la PEC"), Fernández de Mesa ("Ignacio Fernández de Mesa es el presidente de Asaja, la patronal del campo, y firma convenios que después él incumple en sus propiedades"), las Koplowitz ("Han comprado una finca para hacer montarías de lujo, con una guarda de seguridad y muchas cámaras tienen suficiente") y los hijos de Ramón Mendoza, el que fue presidente del Real Madrid ("Cuando venía se pegaba unas buenas fiestas y todo el pueblo quería hacerse fotos con él"). Muchas de estas familias tienen la sede de sus empresas en Madrid o fuera de España, de forma que una parte muy importante de los beneficios del campo andaluz no repercute en Andalucía, sino que se va fuera.
El resultado de este sistema de propiedad de la tierra es que, para fijar la población en el territorio, se tiene que ayudar a los jornaleros. Aquí es donde entra en juego el subsidio agrario y el famoso PER, el antiguo programa de ocupación agraria que ahora se conoce como Profea. Hay que tener en cuenta que solo una infinitísima parte de los 500.000 jornaleros que se calcula que hay en Andalucía tienen un trabajo fijo durante todo el año. Más del 90% son eventuales y dependen de los cultivos. "Antes en Córdoba se producían 75.000 toneladas de ajo, pero ahora son solo 5.000. Esto quiere decir que, si antes yo podía trabajar 60 días en el ajo, ahora apenas podré ir 15 o menos", denuncia Ballesteros. Para tener acceso al Profea se tiene que haber trabajado un mínimo de 35 días (las "peonadas") al año. Parece una cifra baja, pero no todo el mundo llega. De hecho, durante la pandemia esta cifra se redujo a 20 para ayudar a los jornaleros.
Para Carlos Ferraro no es cierto que la propiedad continúe tan concentrada como antes. "Yo siempre digo que la reforma agraria en Andalucía se ha hecho en la cama", explica refiriéndose al hecho de que las propiedades se han ido subdividiendo entre los descendentes. "Si mi padre hubiera sido hijo único y yo también, ahora sería rico, pero en cambio él tuvo 10 hermanos y yo tengo 8", afirma. La finca de La Cabaña es un buen ejemplo. En un principio pertenecía a cinco hermanas de una familia aristócrata. Tres de ellas, sin embargo, ya han muerto y lo han heredado los hijos. Todos forman parte de una misma sociedad y al final del año se reparten los dividendos en función de las hectáreas que tiene cada uno. "Aquí hay algunos a los que solo le quedan 6 o 7, de forma que tiene que trabajar de otra cosa. Con esto como mucho se puede pagar las vacaciones", relata.
Olivar intensivo
La última innovación que causa furor en Andalucía es el olivar intensivo. Donde antes había 100 olivos ahora colocan mil, más pequeños, con regadío por goteo y preparados para ser recolectados de forma mecanizada. De este modo, la producción y los beneficios se multiplican, a pesar de que los críticos afirman que el aceite es de peor calidad y se agotan los nutrientes de la tierra. "Algunos están arrancando olivos de 50 o 60 años, cuando han llegado a la madurez, para plantar de forma intensiva. Esto es un crimen", dice Ballesteros.
"Yo aplico la ciencia en la agricultura para multiplicar la producción. Y hago que una finca que antes producía 690.000 toneladas ahora haga 1.700.000", relata Ferraro. "En un campo de naranjos tengo un laboratorio que analizando una hoja me dice qué adobo tengo que poner. Esto solo lo puedes hacer si tienes grandes fincas", concluye. Así es como Sevilla ya ha superado a Valencia como provincia con más producción de cítricos.
Las carreteras entre Málaga y Córdoba, y también entre esta ciudad y Sevilla son todo un espectáculo, una explosión de relevos y colores de reminiscencias vanghoguianas, del amarillo vive en todas las tonalidades de verde. Campos y campos, sin final visible. Eso sí, se ven pocas personas. Como mucho algún tractor, allí lejos. Las empresas que los gestionan son auténticos gigantes del sector, como Migasa, que comercializa marcas de aceite como Ybarra o La Masía.
El campo andaluz, hoy moderno y competitivo como ningún otro en Europa, continúa siendo, sin embargo, el campo de batalla social que a obligó la población a emigrar en masa durante el siglo pasado. La eterna batalla entre terratenientes y jornaleros sigue viva, con la distinción de que hoy una parte muy importante de estos jornaleros ya son inmigrantes.