Efemèride

40 años de la ley que hizo libres a las familias

En estas cuatro décadas se han roto más de dos millones de parejas

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Activistas de la Asociación Democrática de la Mujer, en una cerrada de protesta a favor del aborto a la basílica de San Miguel de Madrid, el diciembre del 1977

BarcelonaA la puerta de Maria Ribas llamaban vecinas buscando el consejo de una mujer que antes de que hubiera divorcio ya se había separado amistosamente. Sus hijos, ahora ya superada la cuarentena, recuerdan cómo el comedor de casa se convertía de vez en cuando en un consultorio de mujeres que querían saber con qué toparían si se animaban a seguir sus pasos. "Entonces no era tan normal separarse o divorciarse, la gente era moderna solo de boca", dice Ribas.

Son los años en que la ley del divorcio, la 30/1981 de 7 de julio, apenas empezaba a andar, y llegó como una bocanada de aire de modernidad para una sociedad que lo esperaba para equipararse a la mayoría de los países de su entorno. En honor a la verdad, sin embargo, la de 1981 es la segunda ley: la República se avanzó y entre 1932 y 1939 hubo otra en vigor, hasta que la dictadura la derogó y declaró nulos todos los divorcios, con lo que condenó a las familias –y sobre todo, a las mujeres– a arrastrar vidas que no querían, a poner bastones en las ruedas y rehacerse sentimentalmente.

En los últimos meses de gobierno de la UCD, el 22 de junio de 1981, el Congreso aprobó con 162 votos a favor, 128 en contra y siete abstenciones la reforma del Código Civil que permitía cuatro décadas después deshacer un matrimonio de manera legal. La discusión política fue dura, por la presión de la derecha ultramontana y de la Iglesia católica, sin embargo, en este ambiente de crispación, la incipiente fuerza del feminismo y la voluntad del ministro ucedista Francisco Fernández Ordóñez, después en las filas del PSOE, fueron claves para sacar hacia delante la ley, a pesar de que 30 diputados suyos rompieron la disciplina de voto. “Suerte tuvimos, de Fernández Ordóñez –recuerda la abogada Magda Oranich, que el 14 de agosto de aquel año, cinco días después de que la ley entrara en vigor, ya presentó de golpe dieciséis demandas de divorcio–. Era un hombre avanzado a su época y enredó a los suyos que no aceptaban el divorcio por acuerdo mutuo”. El ministro fue diana de reproches de los más conservadores: “No hay nada que canse tanto como luchar por las causas que son evidentes, pero, afortunadamente, hemos conseguido derrocar una barricada importante”, les dijo.

Victoria en el Senado

En el debate parlamentario no prosperó la llamada cláusula de la dureza, que daba la potestad a los jueces para denegar la petición de divorcio. Para divorciarse se requería que la pareja llevara como mínimo dos años casada y un año separada. Esto hizo que las primeras parejas que tuvieron la sentencia del divorcio fueran las que llevaban años haciendo vidas separadas y que habían formado nuevas familias clandestinas, explica Oranich, que recuerda cómo las prisas para oficializar relaciones obligó a algún juez a hablar con enfermos moribundos. “En el franquismo los hijos fuera del matrimonio estaban totalmente desprotegidos”, dice. La situación se corrigió en marzo con una ley que dio filiación e igualdad a la descendencia independientemente de la relación legal de los progenitores. 

Los padres de Ares Farré hacía dos años que estaban "separados haciendo ver que no" y cuando se aprobó la ley corrieron a los juzgados. "Seguramente fueron los primeros de Lleida en divorciarse", dice ahora, y recuerda que "lo peor eran los cuchicheos en todas partes" y cómo la escuela religiosa donde cursaba los primeros cursos de EGB las monjas la trataban "diferente" a ella y a la otra niña que estaba en la misma situación. "Ibas a fiestas de cumpleaños y notabas que dabas lástima", recuerda. El divorcio fue libertad, pero a la vez en aquellos primeros años y en según qué sectores también señalamientos a las familias, que algunas intentaban esconderlo inventándose viajes o estancias en casa de parientes. En Barcelona, los hijos de Ribas también eran "los únicos", y esto que era una escuela "laica y progresista", matiza. "Intentábamos normalizar la situación familiar, pero el entorno no lo normalizaba", añade.

Montse Cornet sentada en la butaca de su comedor, en Barcelona.

Un año antes de la aprobación, Montse Cornet, esposa y madre de cuatro hijos, decidió no esperar el divorcio y separarse de su marido. A los 45 años, el 31 de julio de 1979, dejaba la casa familiar acompañada de su único hijo menor de edad, harta de la vida que la hacían llevar y sin saber qué le esperaría una vez cerrara la puerta. “Lo tenía tan decidido que lo habría hecho incluso si hubiera tenido que ir sola”, recuerda sentada en su comedor. Su puente fue un pisito destartalado que le dejó el cura del barrio, que, después de hablar con su marido, le aconsejó que no volviera y le dijo que había tomado una buena elección dejándolo, asegura divertida. A pesar de las reticencias de su marido, hacía unos años que había conseguido un trabajo en el mundo de los seguros que le dio para ir tirando sin ningún lujo pero, confiesa, mucha felicidad y alegrías por las cosas buenas que le ofrecía la vida. “A los 45 años quería saber qué era el sexo, y lo descubrí”, dice.

“Nos separamos en su contra, que me pedía que me quedara, pero después él fue el que quiso el divorcio –explica sentada en su comedor–. A mí ya me iba bien como estábamos, porque solo quería la libertad”. Dice que no ganó nada, a pesar de que su marido tenía propiedades y un buen negocio, y recuerda cómo el abogado de su marido le cuestionó su voluntad de empezar de cero. “Se creía que tenía un amante”, dice esta octogenaria escritora, semifinalista del Sant Jordi que dramatizó su separación en Entre dos estius.

La necesidad de la separación previa y obligatoria se mantuvo intacta hasta la ley del divorcio expreso de 2005, que también eliminó la justificación de causas, tan diversas como el alcoholismo o drogadicción, la infidelidad o el abandono del hogar. En estos 40 años, más de 2,2 millones de parejas se han divorciado en el Estado, según el Consejo General del Poder Judicial, situándose en 1,9 por cada 100.000 habitantes, en la media europea. Después de más de 100.000 y 200.000 demandas anuales durante la década de los 90 y 2000, ya en 2019 bajaron a las 162.000, de las cuales 1.100 correspondían a finales de matrimonios del mismo sexo, otro hito conseguido en 2005.

Tres leyes que cambian la familia

Adulterio

Antes de aprobar la Constitución española de 1978, el Congreso había acabado con el delito de adulterio, que castigaba con hasta seis años de prisión, con un agravante en el caso de la infidelidad de la mujer. También se eliminó la prohibición que el adúltero pudiera volver a casarse.

Filiación y régimen económico

La modificación, el 13 de mayo de 1981, del Código Civil en materia de filiación, potestad y régimen económico supuso una inflexión para desterrar el arcaico concepto de familia. Protegía a los hijos, dándoles filiación y derecho a pensión, independientemente de la situación legal de los progenitores. 

Divorcio

El 22 de junio de1981 el Congreso aprueba con 162 votos a favor, 128 en contra y siete abstenciones la modificación del Código Penal que autoriza el divorcio. La división era evidente y 30 diputados de la UCD rompieron la disciplina de voto y votaron en contra, siguiendo la negativa visceral de la Iglesia. El BOE publica la ley el 7 de julio y entra en vigor el 9 de agosto

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