"Filomena, saluda a tu padre"

De ovejas a museos, la montaña de Montjuïc tiene diferentes caras totalmente opuestas

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El rebaño que vive al lados de los huertos municipales de Montjuic

Barcelona"Filomenaaaaaaaaaaa, saluda a tu padre", grita Benito. Y la pequeña oveja, obediente, responde con cariño: "Beeeeeeeee". La demostración ha sido un éxito y Benito saca pecho. "Yo la bauticé. Nació justo después del temporal Filomena y le pusimos este nombre". Con el permiso del gallo, que se llama Manolo, Filomena es el animal más famoso de la Masía Can Mestres, una pequeña granja rodeada de huertos urbanos en el regazo de la montaña de Montjuïc, en el barrio de la Marina del Port. Pedro Climent, de 64 años, es uno de los agricultores urbanos que gestiona una parcela generosa de lechugas. "Montjuïc es una maravilla", dice. Con cara de pícaro, mira hacia la montaña y dice: "Aquí veníamos de pequeños al parque de atracciones y después, si tenías pareja, buscabas un rincón..." Tal vez por aquellas investigaciones que hizo de joven a oscuras, se conoce ahora todos los rincones de la montaña. Esta misma semana se volvió a perder por los caminos y asegura contento que volvió con suficientes espárragos para hacer varias tortillas. "Las lluvias de hace unos días han ido muy bien", remata.

Como evidencia esta pequeña granja, Montjuïc tiene muchas caras. La entrada principal a la montaña es desde plaza Espanya. Una vez superado el ajetreo de la caótica rotonda, hay que atravesar las torres venecianas y ensartar la subida a través de aburridos pabellones feriales, pasando por las Quatre Columnes de Puig y Cadafalch para llegar hasta el MNAC. El recibidor de la montaña es un buen resumen de lo que encontraremos arriba: una amalgama de espacios más o menos bonitos pero que no acaban de ligar. La montaña es rica en jardines y miradores, museos y equipamientos deportivos, pero para llegar hace falta mucha paciencia en transporte público o dos buenas piernas: "Hay algún autobús..., pero yo solo me planteo subir la montaña a pie o en bicicleta", explica Jaume, un hombre jubilado que viene pedaleando desde Poblenou. "Es un espacio fantástico y ahora todavía hay un poco de gente, pero en verano estaba solo", dice encantado.

La oveja Filomena, en Montjuic

Los jardines están bien cuidados y en esta etapa postpandemica es un placer disfrutar de un espacio tranquilo al aire libre no masificado: "Es que tenéis mar y montaña, tenéis de todo", destaca Pascual Martínez, un madrileño de 59 años que ha venido a visitar a su hija que vive en Barcelona. "Está muy bien cuidado y tiene mérito porque no es un jardín pequeñito", valora. Los más fieles de la montaña coinciden que en verano estaba prácticamente vacía y que ahora de vez en cuando se ven turistas, sobre todo cuando atraca algún crucero en el Port, y también barceloneses, que parecen ir descubriendo el espacio poco a poco.

"No estamos en una de las mejores etapas"

Tanto los agricultores urbanos que miman a Filomena como los turistas repartidos por museos y jardines tienen una buena consideración de la montaña. Todo lo contrario que los vecinos de Poble-sec consultados por este diario. "Aquí vamos pasando etapas y ahora no estamos en una de las mejores", dice Paquita, de 59 años. Vive y trabaja en el barrio y las ha visto de todos los colores. Delante suyo está el Parque del Mirador del Poble-sec, un espacio que se limpia cada día y que cada día se ensucia: colchones, latas de cerveza, papeles, algún mueble y defecación humanas. Todavía recuerda los peores años del barrio: "Cuando estaba Can Tunis veías venir a chicos al barrio que poco a poco se iban deteriorando hasta que un día dejaban de venir", dice triste fumando un Ducados. Ahora hay menos heroína, pero el espacio continúa siendo complicado. "Cada mañana a las 8.30 h vienen los equipos de limpieza con dos furgonetas de la Guardia Urbana para echar a las personas que duermen en el parque y poderlo limpiar", explica Marc, que también vive y trabaja en esta frontera entre Poble-sec y Montjuïc. Según explican los dos, además de los problemas que generan las personas que viven en la calle, muchas de las cuales con enfermedades mentales o adicciones, también está el problema de los botellones que acaban haciendo algunos de los jóvenes que salen de fiesta por Paral·lel.

De vez en cuando, algún turista despistado pregunta si a través del parque se puede llegar arriba de la montaña: "Siempre les digo que ni lo intenten; que sigan la carretera como si fueran un coche, pero que ni se les acuda cruzar el parque", explican los vecinos, que procuran que las diferentes caras de Montjuïc no lleguen a mirarse.

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