Leila Nachawati Riego: "Llamamos tercera generación a ciudadanos españoles"

Periodista, escritora, activista por los derechos humanos

Leila Nachawati
5 min

BarcelonaLeila Nachawati Riego, periodista y escritora gallegosiriana, es una activa defensora de los derechos humanos. De padre sirio y madre gallega, ha desarrollado su carrera entre los dos mundos y, por eso, es una voz que debe escucharse. Forma parte de la Asociación por el Progreso de las Comunicaciones, una red internacional de derechos humanos que promueve la justicia social a través de las tecnologías de información y comunicación. También imparte cursos sobre violencia y medios de comunicación en la Universidad Carlos III de Madrid.

Han pasado 25 años de la violencia de El Ejido y ahora estamos digiriendo la de Torre Pacheco o elincendio de la mezquita de Piera. ¿Existe un hilo conductor entre estos incidentes en un país como España que tradicionalmente se ha definido como un país no racista?

— Es cuestionable que España no sea un país racista. España forma parte de un Mediterráneo donde existe una tradición en la que el norte siempre ha mirado al sur con condescendencia y siempre ha mirado al sur con clichés, con imágenes preconcebidas, como ocurre muchas veces entre puestos fronterizos.

¿Por qué la violencia se centra en la migración magrebí?

— Tenemos una historia muy amplia y antigua que data de siglos. Sin duda tiene un momento clave también en esta expulsión de los musulmanes y de los judíos de Al-Ándalus y toda la construcción posterior que se ha hecho de la idea de España, tal y como se presenta ahora, sobre todo por parte de estos grupos conservadores o ultras, parte de esa noción de España que es una ficción y que es herencia sólo de la identidad cristiana. En realidad, España es un crisol de miles de culturas, de muchísima infinidad de culturas, por la que han pasado diferentes civilizaciones y pueblos y donde ha habido una presencia muy fuerte del árabe y del musulmán que sin embargo se niega. Entonces, partimos de aquí y partimos de la historia también entre España y Marruecos y de aquella falsa hermandad que vendía el régimen de Franco, puesto que hay muchísimos clichés y muchas visiones racistas, orientalistas y de condescendencia hacia el otro del sur que explican mucho la deshumanización actual que vivimos hoy y que fructifica en casos como hace unos años.

Si había dudas, Torre Pacheco ha dejado claro que les grupos xenófobos están muy organizados. ¿Se les ha dejado crecer, se les ha tolerado porque hemos querido creer que eran cuatro alocados?

— Es evidente que se ha dado alas a discursos que hasta hace poco estaban en los armarios y que estamos viendo que, por supuesto, es una cuestión local, es una cuestión nacional, pero también muy europea y global. Se ha permitido que ciertos discursos de incitación al odio campen libremente bajo un supuesto paraguas de la libertad de expresión. Y con esta excusa se ha permitido que crecieran estos grupos y que estén ahora muy crecidos en un contexto que es, desde luego, local. Es muy murciano, pero también es muy español, y vemos que se ataca al más débil, a las personas migrantes, a las personas refugiadas, que son las más vulnerables y las que más protección necesitan. Atacan precisamente el eslabón más débil de la sociedad.

¿España definitivamente deja de ser una excepción, sin grandes enfrentamientos raciales?

— No creo que España haya sido una excepción en Europa. Creo que tenemos un gobierno que es una excepción en Europa. Pero esto no quiere decir que no haya un caldo de cultivo y que no haya un movimiento social, político, que vaya en esa dirección desde hace ya muchos años. Lo que ocurre es que los movimientos migratorios en España son más recientes. España era un país de emigrantes hasta hace muy poco y es un país que recibe inmigración desde hace pocas décadas.

Entonces, ¿Torre Pacheco puede ser el inicio de lo que vivieron en Europa hace años?

— España tiene una tradición de menos tiempo y, sin embargo, no ha aprendido cómo no enajenar al otro. Tenemos aquí personas que las llaman de tercera generación, algo que no existe. Son ciudadanos españoles que en muchas ocasiones no tienen ningún contacto con el idioma árabe, no tienen ningún contacto con la religión musulmana, no tienen ningún contacto con Marruecos ni con Argelia y, sin embargo, no se les permite ser españoles. Entonces se les genera todo tipo de sentimientos de no integración en un país que los rechaza. Ésta es la lección que nos mostraba Francia y que por desgracia no hemos aprendido.

Ésta era la pregunta que le quería hacer. ¿Cometeremos los mismos errores?

— Cuestiones que se están viendo en Francia o en Alemania desde hace mucho más tiempo ya las vivimos ahora en España sin haber aprendido nada, empezando por la cuestión que no hay inmigrantes de segunda generación. Hay inmigrantes y después sus hijos, que son ciudadanos españoles. Pero España, al igual que el resto de Europa, ya no es, si lo ha sido alguna vez, la sociedad blanca, homogénea, cristiana en la que a muchos les gusta reflejarse.

¿Qué somos ahora?

— Estamos en una Europa y en una España conformada por diferentes culturas, religiones, un tejido social mucho más diverso de lo que muchas veces se representa en los medios de comunicación e incluso en los espacios públicos. Y no asumir esa diversidad y esa riqueza hace que se vea como un enemigo en vez de verse como parte de lo que ya todos somos.

Las mujeres musulmanas con hiyab son señaladas, fotografiadas en la calle para colgar las imágenes en las redes y hacer escarnio público. ¿Por qué se ven como enemigo?

Se señala a las mujeres musulmanas porque son, de nuevo, el eslabón más débil dentro del eslabón más débil. Estamos hablando de varias capas de opresión por ser mujeres, musulmanas, migrantes o refugiadas. Entonces, cuando hay una señal o una indumentaria tan visible como puede ser un hiyab, ya que son un blanco más fácil todavía, se las ataca. Y precisamente por el hecho de que sean mujeres, yo creo que desde el feminismo es muy importante ver esa intersección entre el machismo y el racismo, que suelen ir juntos. Estos grupos ultras, como no podía ser de otra forma, además de ser racistas también son misóginos, también son machistas, son un compendio de todos estos supuestos valores tradicionales, que más que valores son atentados contra la dignidad humana y los derechos humanos.

¿La izquierda se ha despistado en esta cuestión?

— No sé si se puede hablar de la izquierda política y social como algo homogéneo. Creo que existen diferentes agendas, diferentes intereses, diferentes visiones. Ojalá hubiera un consenso basado en la defensa de valores, de principios, de derechos humanos y de nuestra propia Constitución, que hiciera que defender este tipo de postulados no pudiera ser un arma arrojadiza y no supusiera ganancia electoral.

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