ANÁLISIS

Por mantener abiertas las escuelas

Pere Soler
3 min
El doctor Pere Soler

Desde su cierre precoz al inicio de la primera oleada de la epidemia por SARS-CoV-2 en nuestro país, las escuelas han estado siempre en el punto de mira. La carencia de datos iniciales y el miedo que el virus se comportara como lo hacen otros virus respiratorios –como puede ser el de la gripe– hacían justificable el cierre.

Del mismo modo, la incorporación progresiva de conocimientos sobre el comportamiento benigno del virus sobre la población pediátrica trajo a la reapertura de los centros, no sin incertidumbres, a mediados del mes de septiembre. En aquel momento, la inmensa mayoría de pediatras de Catalunya insistimos en la necesidad de esta reapertura y, a la vez, nos comprometimos a analizar en detalle el comportamiento del virus en nuestros niños y adolescentes, tanto en cuanto a los cuadros clínicos que provoca como a su capacidad de transmisión de la enfermedad en diferentes ámbitos como pueden ser la escuela, las actividades extraescolares y en casa.

Considerábamos, y consideramos, que el beneficio de la escolarización supera con creces los potenciales riesgos para los menores y sus familias. Y se ha hecho, no sin suponer un esfuerzo adicional de profesionales, sobre todo de la atención primaria, con una importante carga asistencial derivada del estudio de las sospechas –pocas veces confirmadas– de covid-19 entre la población pediátrica que atienden.

Los resultados de estas investigaciones se pueden resumir en cuatro puntos que creo que son clave a la hora de tomar una decisión sobre mantener las escuelas abiertas ahora que estamos ya en una segunda oleada de la epidemia. En primer lugar, el covid-19 se manifiesta con cuadros clínicos leves e inespecíficos en una inmensa mayoría de niños de todo el mundo. En segundo lugar, el porcentaje de positividad de las muchísimas PCR hechas entre esta población ronda el 6,5%, casi la mitad del que encontramos entre la población general. En tercer lugar, la transmisión de la infección a partir de un caso pediátrico a sus grupos de convivencia estables son muy poco frecuentes. Hay que pensar que cerca de un 80% de estos casos no contagian a ninguno de sus compañeros ni sus maestros o profesores. Finalmente, una vez en casa, la transmisión de niño a adulto es muy minoritaria, como demuestran los datos tanto retrospectivos como prospectivos del estudio COPEDICAT, que incluye a más de 700 niños y sus familias.

Espejo social

Todo esto no quiere decir que el riesgo en la escuela o el riesgo de transmisión del virus a partir de un niño o adolescente sean cero. En ningún caso. De hecho, las escuelas son el espejo de lo que pasa en la sociedad. Y hay que tomar las medidas adecuadas para hacer que las escuelas sigan siendo espacios seguros y que los más vulnerables –abuelos y abuelas, familiares con enfermedades que suponen un riesgo de sufrir formas graves de la COVID-19– no se vean afectados por el virus. Es una tarea que hace falta que llevemos a cabo conjuntamente el gobierno, los profesionales y la sociedad en general.

Niños y jóvenes necesitan ir a la escuela. Y nuestra gestión de la epidemia no se lo puede impedir, puesto que no son una población afectada ni juegan un papel determinante en la transmisión del virus. Las escuelas abiertas son un reflejo de la apuesta por la educación, nuestro futuro, y su cierre posiblemente lo es del fracaso de nuestra sociedad.

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