Ciencia

Investigan la muerte de un científico en Barcelona y las muestras sospechosas de la enfermedad que estudiaba

Tres instituciones indagan si la defunción y el hallazgo en el laboratorio de la UB están relacionados

Imagen de una prueba en un laboratorio.
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BarcelonaPrimero fue el hallazgo de un congelador lleno de muestras biológicas no identificadas de la enfermedad neurológica y mortal de Creutzfeldt-Jakob en un laboratorio de la Universitat de Barcelona (UB). Luego, la muerte de un investigador experto en esa patología que meses antes había manifestado síntomas compatibles con la enfermedad. La gravedad de los hechos ha llevado a la UB, titular del laboratorio, a abrir una investigación interna para saber si hay relación entre ellos, según ha avanzado El País.

La apertura del expediente hace tres meses –al que se han sumado el Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (Idibell) y el Centro de Investigación Biomédica en Red (CIBER) como instituciones vinculadas al científico finado – también quiere desentrañar el origen de las muestras. Es decir, identificar quién, cómo y cuándo las llevó a un espacio no apto para su tratamiento. Fuentes conocedoras del caso afirman que, de momento, ya se ha descartado que llegaran a la Facultad de Medicina de la UB, en Hospitalet de Llobregat, siguiendo el circuito de bioseguridad preceptivo.

Fuentes universitarias explican que a finales del 2020 aparecieron de forma fortuita un millar de muestras de líquido cefalorraquídeo –que circula por los espacios vacíos del cerebro y la médula espinal– que eran sospechosas de ser infecciosas. Las encontró Isidre Ferrer, catedrático de Patología y Terapéutica Experimental y miembro del Idibell, en un congelador a 80 grados bajo cero en el laboratorio 4141.

La mayoría eran de personas con la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob y otras demencias neurodegenerativas, pero también las había de animales. Nadie sabía cómo habían llegado allí porque no había ningún registro de entrada, lo que rompe todas las reglas y controles de transporte y tratamiento de muestras para investigar. Ahora bien, según El País, estaban en un cajón reservado para el grupo de enfermedades priónicas, concretamente para un investigador que hacía un mes había pedido la baja porque había enfermado.

Cierre del laboratorio

El investigador de baja sufría síntomas compatibles con la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, que es letal y carece de tratamiento, y acabó muriendo hace un año. “A finales de 2020 nos comunican una sospecha de enfermedad de un investigador y su posible asociación a unas muestras no registradas y potencialmente sospechosas de ser infectivas. Pero nosotros nunca habíamos tenido constancia de ningún accidente laboral en este contexto”, explica al ARA el director del Idibell, Gabriel Capellà. Ante el hallazgo de las muestras y el riesgo de que fueran infecciosas, la universidad decretó el cierre inmediato y la descontaminación del laboratorio.

El científico, al que sus compañeros califican de prestigioso y brillante, se había incorporado al laboratorio 4141 en enero de 2018 después de pasar cuatro años especializándose en el Centro Médico Universitario de Gotinga (Alemania), donde trabajó a las órdenes de la neuróloga Inga Zerr, referente internacional en la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. Su principal línea de investigación era la identificación de sustancias del líquido cefalorraquídeo que puedan ser útiles en la detección de demencias de progresión rápida, como la enfermedad que puso fin a su vida.

En estos casos, la proteína priónica celular (PrPC) cambia de forma (se pliega incorrectamente) y se acumula de forma anormal (priones), causando una demencia de progresión rápida. La esperanza de vida es de unos pocos meses y los síntomas son graves: los afectados experimentan confusión y problemas de memoria, espasmos musculares y pérdida de coordinación.

Según un comunicado del Idibell, la causa de la muerte de este científico fue una “posible afectación priónica”, que es una de las vías de investigación sobre el origen de la enfermedad que él estudiaba, con “una posible iatrogenia [una enfermedad adquirida por contacto con materiales contaminados durante un procedimiento médico o científico ]”. Ahora las tres instituciones investigan si el científico manipuló las muestras peligrosas sin autorización en el laboratorio 4141.

Dos años sin análisis

“Es inverosímil que pueda ocurrir esto; que lleguen unas muestras que no están acreditadas en ninguna parte y que no sepamos de dónde vienen, que no podamos garantizar su trazabilidad. Precisamente por eso tenemos biobancos y formamos a los investigadores para que conozcan los requisitos”, afirma Capellà. Idibell subraya que su comité de bioseguridad nunca ha autorizado ningún estudio con muestras priónicas en el campus de la UB porque no dispone de instalaciones de alta seguridad, que son necesarias para desarrollar experimentos con elementos de alto riesgo biológico.

Según Capellà, en el 2018 los investigadores pidieron una autorización para trabajar con muestras priónicas, pero el comité se negó. "Aquel mismo año hicimos un convenio con el Centro de Investigación en Sanidad Animal (CReSA) para poder trabajar este tipo de muestras en un ambiente preparado, con todas las garantías", explica. El laboratorio de la UB no tiene campana de bioseguridad ni por lo general está habilitado para manipular elementos de esta tipología. En ese laboratorio habían trabajado unas ocho personas, algunas de las cuales están recibiendo apoyo psicológico por la inquietud de haber podido estar en contacto con el material.

También se decidió enviar las muestras a las instalaciones de máxima seguridad del CReSA, el único autorizado para tratar estos elementos. Sin embargo, las instituciones implicadas no enviaron a analizar estas muestras sospechosas hasta pasados dos años del hallazgo. "Este caso es un ejemplo de la complejidad que supone la coexistencia de investigadores contratados y consorciados", admite Capellà. En diciembre del 2022 las remitieron a un centro de referencia del País Vasco cuyas técnicas son muy sofisticadas para la detección de priones, el CIC bioGUNE, y los resultados confirmaron, en marzo de este año, que algunas de las muestras eran infectivas. Sin embargo, Capellà niega que se quisiera “esconder” nada y subraya que la prioridad de las instituciones era limitar el riesgo biológico para los investigadores. "Y eso lo logramos", dice.

La oficina de seguridad de la UB considera que las muestras podrían ser un problema solo en caso de inoculación accidental o ingestión durante la manipulación. Pero una documentación interna, avanzada por El País, constata la alarma desencadenada en el recinto. “Los técnicos e investigadores expresan su preocupación por el hecho de que, hasta ahora, no se haya podido determinar el origen de la enfermedad del doctor. Les queda la duda de si pueden sufrir el mismo proceso dentro de algunos años a partir de la contaminación no controlada que puede haberse generado en el laboratorio”, señala un documento del 22 de diciembre del 2020. “Este miedo les hace sufrir un estado de angustia permanente, con problemas de insomnio y de irritabilidad”, advierte el informe.

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