Una noche de guardia en el hospital: "Esto me hará perder años de vida seguro"
El Estado reducirá las jornadas maratonianas de los médicos, que agravan la salud, dificultan la conciliación y aumentan el riesgo de errores
BarcelonaLa sirena de la ambulancia termina con la calma nocturna de la calle Sant Quintí de Barcelona. El ruido se desvanece pronto porque el vehículo va muy rápido: hay una vida en juego y cada segundo cuenta. Cuando aparca, el ritmo vertiginoso no se detiene: "Marcos [todos los pacientes tienen nombre ficticio para proteger su identidad], ¿sabes dónde estamos? Estamos en Sant Pau". Parece que el paciente lo entiende pero es incapaz de responder con claridad. Tiene 65 años, varias enfermedades crónicas y acaba de sufrir un ictus. Es la una de la madrugada y el servicio de urgencias del hospital funciona a pleno rendimiento, al margen del día y la hora, mientras los vecinos duermen. Nueve profesionales atienden al recién llegado a la vez. En el Box 1, que está reservado para las emergencias más graves, las que requieren una atención inmediata, todo el mundo sabe qué debe hacer en cada momento. Trabajan al unísono, perfectamente coordinados. Algunos llevan 16 horas comenzando la jornada y no terminarán hasta que acabe el turno de noche, que se alargará hasta las ocho de la mañana. Pero el cansancio y la fatiga no son excusa; hay que atender a todo el mundo que atraviese la puerta.
Cada día una media de 500 pacientes pasan por las urgencias del Hospital de la Santa Cruz y San Pablo; un flujo constante de personas que no cesa en ningún momento y que no conduce al colapso por el sobreesfuerzo de médicos y enfermeras, que realizan jornadas maratonianas para garantizar la asistencia sea la hora que sea. "Eso [trabajar tantas horas] me hará perder años de vida seguro, pero es el trabajo que he escogido y me gusta", explica Mireia Albuixech, una de las médicos del centro. El ARA le acompaña, a ella y al resto de médicos que deben hacer guardia nocturna; unos turnos extenuantes que están en el punto de mira del ministerio de Sanidad, que se ha comprometido a reducir el número de horas que realizan los médicos, primero a un máximo de 17 horas, para garantizar el descanso de los profesionales y minimizar el riesgo de cometer errores por el cansancio.
Es un día normal en las urgencias de Sant Pau, entre el 1% y el 2% del medio millar de pacientes que llegarán al hospital serán enfermos muy graves, como Marcos. Son pacientes que tienen un riesgo vital inminente y no pueden esperar porque han sufrido un infarto, una parada cardiorrespiratoria o la disfunción de un órgano y necesitan una atención de alta intensidad para sobrevivir.
Es el caso de Robert, un hombre de 60 años con diabetes que han llevado al hospital por una complicación llamada cetoacidosis diabética, que puede ser mortal. Lo han encontrado en el suelo de su habitación, congelado, después de pasar toda la noche con la ventana abierta porque no podía levantarse. Lleva horas en el área de monitorización, donde ingresan los más críticos de urgencias, pero evoluciona mal y no logran estabilizarlo. A las dos de la madrugada finalmente le derivan en la planta de semicríticos. "Mañana quizá esté en la unidad de cuidados intensivos (UCI), intubado", lamenta el coordinador del turno de guardia de esta noche, Andreu Torres, que ha comenzado la jornada a las 8 de la mañana en un centro de atención primaria. Desde entonces no ha parado.
Más envejecidos, más urgencias
Más allá de los casos graves, que reciben atención al momento, existen pacientes con otros niveles de urgencia. El gran grosor en Sant Pau, que de media tiene un centenar de camas ocupadas cada hora del día, es el paciente crónico, complejo y de edad avanzada. También tiene un alto riesgo y necesita asistencia rápida. Desde 2013 el número de visitas de este tipo de pacientes a urgencias aumenta un 2,5% cada año. Aunque pueden esperar un poco más a ser atendidos, piden mayor observación: los problemas de salud que se solucionan en pocas horas cuando la persona es joven reclaman más tiempo y más pruebas a medida que la edad del enfermo aumenta.
De madrugada, por ejemplo, Carlos, un joven de 34 años, ha llegado por su propio pie a urgencias. "Hola, buenas noches, estoy teniendo una arritmia", ha afirmado. Ha tenido dos con anterioridad y sabe identificar los síntomas y consecuencias: si no se trata a tiempo, puede causar una fibrilación ventricular y desembocar en muerte. Rápidamente, ocho profesionales le rodean en un box y, en absoluta coordinación, siguen el protocolo para tratar ese problema del corazón. Le administran una combinación de fentanilo y propofol para que no sienta dolor cuando le practiquen la cardioversión eléctrica, una descarga de gran intensidad para recuperar el ritmo cardíaco habitual.
En un instante vuelve a ser correcto. "¿Ya lo ha hecho?", se pregunta el paciente. Está muy sedado y nada recordará de la intervención. Se pone a hablar en inglés y las personas que le han salvado la vida bromean con él, le siguen el juego y le felicitan por su buen acento. Casi son las cuatro de la madrugada, pero el agotamiento no aplasta los ánimos del equipo, que ya tiene unas 90 camas ocupadas. Dos horas después Carlos recibirá el alta hospitalaria y, al igual que ha llegado, se marchará a pie hasta su casa. Si fuera un paciente de edad más avanzada, en cambio, habría necesitado más tiempo para dejar el hospital y, por tanto, más profesionales y recursos para atenderle.
Altas y derivaciones
Los médicos de urgencias combinan la asistencia a los pacientes y la gestión de la unidad. Procuran atender bien y rápido para que no haya una acumulación de personas, puesto que el principal enemigo de las urgencias es la saturación. Cada vez que se reúnen, repasan el listado de pacientes minuciosamente, a ver si pueden dar alguna alta o derivar a otros centros para disponer de camas vacías y asegurar que el flujo de personas que llega al hospital no colapsa el servicio.
A las cuatro y media de la madrugada vuelven a la guardia las doctoras Marta Docío y Natália Sanz. En una noche de actividad normal como ésta, los médicos de urgencias duermen unas cuatro horas. En Sant Pau tienen habitaciones individuales, pero no todo el mundo en el sector tiene tanta suerte y hay centros en los que deben compartir un espacio para descansar. La llegada de nuevos pacientes no para y en noches más malas, con mucha saturación o mucha emergencia sanitaria, la tregua es de sólo una hora y media.
"Le doy el alta, qué bien", celebra la médico de urgencias Marta Serrano cuando realiza el traspaso de pacientes a las dos compañeras que han vuelto. Se turnan para que siempre haya profesionales despiertos; las consecuencias del cansancio son inevitables. Una vez acabe de informarlas de la situación, podrá ir a descansar un rato: será la primera vez que se detiene en 15 horas que lleva trabajando.
Hacer equilibrios para conciliar
Sin embargo, el traspaso más importante de todos llega al final del turno, a las ocho de la mañana, cuando la energía de los que han hecho guardia ya está bajo mínimos. Antes de irse a casa, el equipo que ha pasado la noche en el hospital y los médicos entrantes se reúnen y repasan, paciente por paciente, el centenar de personas que hay en camas del servicio de urgencias para que todo el mundo esté informado de particularidades y necesidades de los enfermos. Todo bajo la atenta mirada de la jefa del servicio, Mireia Puig, quien explica que ha logrado doblar a la plantilla tras la pandemia para asumir el aumento de visitas que cada año recibe esta unidad del hospital.
La fatiga y el agotamiento no impiden que los seis médicos que han pasado la noche en el hospital hagan el traspaso al equipo que entra, pero sí suponen un impedimento para otras muchas cosas. "No se puede hacer nada después de una guardia. Me olvido las bolsas cuando voy a comprar, se me caen los platos... Hago cosas muy extrañas", explica Serrano. Sus hijos también han normalizado estos horarios abusivos ya muy temprana edad ya han aprendido a mirar el calendario para saber si, por ejemplo, les tocará pasar el día de Navidad sin la madre, como este año. "Espero que no sean médicos", reconoce con frustración.
Quienes tienen hijos hacen equilibrios para compaginar las noches con su familia, como la doctora Albuixech, que aprovecha que su pequeño está en la escuela para dormir unas horas, aunque sean menos de las que le convendrían. "Yo ese sacrificio lo hago por mi hijo", remarca. Pero los que no tienen también sacrificios. "Hacer una guardia muchas veces implica renunciar a algo", explica el doctor Torres, que recuerda planes con amigos, cumpleaños, almuerzos familiares y escapadas a casas rurales que no ha podido hacer para estar en el hospital. Hace cinco años, por ejemplo, que el día de Navidad le pasa a urgencias porque entre los médicos deben repartirse los festivos y así se asegura que tiene la Nochevieja para él.
La médico Ana Villarejo, otra de las profesionales que ha pasado la noche en urgencias, ha trabajado 90 horas en los últimos nueve días. Está más animada que la última guardia, en la que reconoce que lo pasó mal. "Estamos obligados a descansar 24 horas después de una guardia, pero hay semanas que hacemos doblete e incluso triplete", que quiere decir que haces dos o tres guardias a la semana, dice. Todos remarcan que esta problemática es del sistema sanitario español y destacan el buen equipo de Sant Pau y el liderazgo de Puig. La jefa de servicio cree que deben disminuirse las horas de guardia en urgencias, garantizar el descanso de los profesionales y transformar el modelo actual, pero también que se necesitan manos y un análisis de qué servicios sanitarios son prioritarios a la hora de impulsar esta reducción. De momento, los médicos y las enfermeras siguen hipotecando su salud y su descanso.
Ya comienza un nuevo día. El bullicio se apodera paulatinamente de Barcelona y la calle Sant Quintí se llena de personas que van arriba y abajo con las pilas cargadas después de una noche de descanso. Entre ellas se camuflan seis médicos del Sant Pau que van a desayunar, cansados pero satisfechos después de una noche eterna, antes de caer redondos en la cama.