El poder curativo de caminar en la naturaleza
El senderismo consciente y los baños de bosque emergen como potentes herramientas para mejorar la salud física y mental
Hay una paz muy concreta que sólo llega cuando dejas de pelear. Gemma Bañeres lo descubrió un día cualquiera, sentada al pie de un árbol, en medio del bosque. Durante años, la fibromialgia le había impuesto un cuerpo exhausto, una mente en alerta y una vida atravesada por la frustración. Pero ahí, rodeada de sombra verde y silencio antiguo, algo se rompió por dentro. "Sentí que ya no tenía que demostrar nada. Solo ser. Y por primera vez en mucho tiempo, me sentí en paz conmigo misma", recuerda. Luego lloró, no de dolor, sino de alivio: había encontrado un lugar en el que no había que resistir.
En un momento en que el ritmo de vida acelera y las pantallas nos acaparan la mirada y la mente, cada vez más personas buscan en la naturaleza una forma de volver a respirar. Sean caminatas lentas entre pinos, senderismo adaptado o baños de bosque guiados, las actividades en entornos naturales se convierten en una puerta de entrada a un bienestar profundo ya menudo olvidado. A medida que la ciencia empieza a explorar sus efectos, emerge una pregunta clave: ¿qué ocurre realmente dentro de nosotros cuando nos adentramos en el bosque? Voces de participantes, profesionales de la salud e investigadores abren caminos entre la ciencia, la medicina y una forma más profunda y conectada de relacionarnos con la naturaleza.
"El bosque no me cura –dice Bañeres– pero me ayuda a no romperme del todo". Empezó a dar baños de bosque cuando la fibromialgia se lo había quitado casi todo: el trabajo, la energía, incluso las ganas de ver a gente. Al principio, el simple hecho de sentarse en el suelo y escuchar cómo las hojas se movían con el viento le provocaba una calma desconocida. Con el tiempo, aquellos encuentros con la naturaleza se convirtieron en un refugio en el que podía reconectar con el cuerpo sin culpa, dejar de exigirse y replantar —poco a poco— la autoestima entre árboles.
No es un caso aislado. Isabel Verdaguer, ecoterapeuta y fundadora de Biotop Natura, ha guiado cientos de sesiones desde que en 2014 se formó en la Asociación de Terapia del Bosque y Naturaleza (ANFT). Uno de los episodios que recuerda con más emoción es el de una pareja que llegó por curiosidad y, pocas semanas después, le escribió para explicarle que esa experiencia había sido el detonante para marcharse de la ciudad y empezar una nueva vida en un pueblo rodeado de naturaleza. En otros casos, asegura haber visto cómo personas con acúfenos —una percepción persistente de un zumbido o silbato en las orejas— dejaban de oírlo por primera vez en años, o cómo artistas bloqueados reencontraban la inspiración.
Un espacio de reparación
Desplazarse por el bosque no sólo suaviza la mente, sino que activa el cerebro. Caminar sobre terrenos irregulares, como senderos llenos de raíces o pendientes naturales, estimula la actividad de zonas cerebrales implicadas en la atención y el equilibrio. Un reciente estudio mostró que estas condiciones aumentan la activación de la corteza cingulada y otras áreas relacionadas con la toma de decisiones y la coordinación motora, mediante un incremento de la actividad en bandas de ondas theta (un tipo de onda cerebral asociada a estados de relajación profunda, meditación y aprendizaje).
Este cansancio suave que muchos relatan después de un baño de bosque no es sólo una metáfora emocional: es una respuesta fisiológica. "En entornos naturales se reduce el nivel de cortisol, se regula el sistema nervioso autónomo y se activan procesos de reparación", explica la doctora Mayte Serrat, fisioterapeuta y psicóloga, referente de la terapia Fibrowalk y presidenta de CIM Project (Club Inclusivo de Montaña). En personas con fibromialgia, estos cambios pueden ser especialmente notables: menor tensión muscular, menor percepción del dolor y una calidad de descanso difícil de alcanzar en el día a día.
"El bosque ya nos beneficia por sí solo", dice Alex Gesse, formador del Forest Therapy Hub, organización líder que promueve la conexión entre las personas y la naturaleza para mejorar la salud y el bienestar. "Pero con una guía profesional los efectos se multiplican", concluye. Por eso han creado protocolos como el FTHub Method, que buscan sistematizar y validar las intervenciones basadas en la naturaleza.
También existe una línea emergente de investigación que apunta al impacto fisiológico de las sustancias volátiles que emiten los árboles, especialmente los pinos. Varios estudios muestran que la inhalación de monoterpenos como el alfa-pineno y el beta-pineno, presentes en los bosques de coníferas, reduce la frecuencia cardíaca y la presión arterial, y puede favorecer la salud cardiovascular. Además, estas moléculas actúan como antioxidantes y moduladores del sistema inmunitario, mejorando la respuesta de las células NK, implicadas en la defensa contra infecciones y los tumores.
Antoni Sanz, coordinador del proyecto NAT (Terapias de Actividad en la Naturaleza) del Grupo de Investigación en Estrés y Salud (GIES) y del Instituto de Investigación del Deporte (IRE-UAB) de la Universidad Autónoma de Barcelona, asegura que estos cambios no son pasajeros: "Los beneficios no se pasan".
No es magia, es ciencia y metodología
Los beneficios de los baños de bosque a menudo se perciben de forma intuitiva. Pero, en paralelo, cada vez más proyectos científicos buscan cuantificar sus efectos. "Hay mucha gente que dice que la naturaleza es buena para la salud, pero muy pocas técnicas han sido realmente testadas", advierte Gesse. Su objetivo: establecer criterios que permitan evaluar, con rigor, las intervenciones basadas en la naturaleza.
El estudio Forest Bathing in the Mediterranean (2020), publicado en Frontiers in Public Health, demostró que las sesiones basadas en el Shinrin-Yoku —la práctica japonesa que da origen a los baños de bosque— generan efectos positivos medibles en el bienestar emocional y la reducción del estrés. De hecho, estos estudios subrayan que recorrer un camino entre árboles nada tiene que ver con habitarlo con atención plena y abrirse a todo lo que puede ofrecer. Una revisión publicada en elInternational Journal of Mental Health Nursing lo corrobora: los baños de bosque mejoran el estado de ánimo, reducen la ruminación y aumentan el cariño positivo.
Sin embargo, tal y como señala Antoni Sanz, "lo más significativo es todo lo que todavía no sabemos". Es necesario profundizar en estudios clínicos, longitudinales y comparativos. La ciencia también apunta a una distinción crucial: no es lo mismo simplemente estar en la naturaleza que participar en una práctica guiada y consciente. Por eso Gesse insiste en la responsabilidad de los profesionales formados y alerta sobre los riesgos del sciencewashing —el uso superficial de la ciencia para dar legitimidad a metodologías no contrastadas. "No podemos romantizarlo todo. La naturaleza no es magia. Pero, con honestidad y conocimiento, puede ser medicina."
Prescripciones verdes
Más allá del bienestar individual, cada vez más voces plantean que el contacto con la naturaleza podría formar parte estructural de los sistemas de salud. Tras la pandemia, la necesidad de abordajes más integrales y preventivos ha puesto en primer plano las llamadas prescripciones verdes: recomendaciones terapéuticas que incorporan actividades como los baños de bosque o el senderismo consciente dentro del tratamiento médico.
Programas como los impulsados por entidades como CIM Project, que trabaja con personas diagnosticadas con fibromialgia, ya han integrado estas prácticas con resultados esperanzadores: reducción de ansiedad, mejora del autocuidado y refuerzo del vínculo grupal. "Es un cambio de paradigma", señalan desde el sector, en el que cada vez hay más profesionales interesados en esta línea.
Desde el mundo académico, investigadores como Sanz trabajan para generar protocolos y formación para el personal sanitario. Uno de sus objetivos es que la atención primaria pueda ofrecer propuestas personalizadas, viables y seguras. Pero para consolidarlo se necesitan estudios clínicos robustos y demostrar también el impacto económico positivo de estas intervenciones.
Actualmente, uno de los retos principales es precisamente éste: ¿quién debe asumir su coste? Aunque la naturaleza es gratuita, las sesiones guiadas requieren formación, seguimiento y estructura. Sin embargo, la inversión en estas prácticas se ve reforzada por la evidencia de beneficios que van más allá de la esfera emocional, que llegan incluso al ámbito metabólico. Varios estudios han demostrado que andar más de 3.000 pasos al día en espacios verdes puede reducir el riesgo de desarrollar un síndrome metabólico, con mejoras en la glucosa en sangre, la presión arterial y el perfil de grasas.
Iniciativas como las del Forest Therapy Hub, que trabajan conjuntamente con instituciones públicas, velan por garantizar que esta integración se haga con rigor y respeto tanto para los participantes como para los entornos naturales. Mientras tanto, especialidades como la pediatría ambiental comienzan a considerar el contacto con espacios verdes un factor clave de salud infantil, y cada vez más médicos se interesan por esta vía. El camino está abierto, pero para que los baños de bosque formen parte del sistema público de salud, el entusiasmo deberá traducirse en estructura y compromiso institucional.
Puede ser sólo el comienzo. El verdadero reto es llevar esta conexión con la naturaleza hacia adentro y mantenerla viva en lo cotidiano, como un gesto constante de cuidado, escucha y coherencia con el mundo que habitamos. Los baños de bosque no son sólo una experiencia agradable: son una invitación a repensar cómo nos cuidamos y cómo nos relacionamos con el entorno. No se trata de una moda, sino de un posible giro de mirada en la forma de entender la salud. "El baño de bosque no es una fuga, sino una práctica que nos ayuda a volver —resume Sanz—. Volver al presente, al cuerpo, al vínculo con los demás y con la naturaleza. Y eso, en un mundo que nos desconecta constantemente, puede ser muy transformador."