Neurociencia

Cómo cuidar el cerebro de joven para prevenir demencias

Los expertos recomiendan estar en entornos formativos enriquecidos y potenciar al máximo el cerebro en edades tempranas para ayudar a prevenir demencias

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Un médico mirando un escaner del cerebro en una imagen de archivo

GeronaHace un tiempo, para disfrutar de una buena actividad cerebral se recomendaba realizar sudokus a partir de los 60 años. Aunque los sudokus y otros ejercicios que supongan un reto ayudan a mantener en forma la mente, se ha demostrado que la oportunidad de prevenir, intervenir y proteger el cerebro del adulto se encuentra a lo largo de todo el ciclo vital y especialmente en la infancia y adolescencia. En otras palabras, potenciar el cerebro cuando eres joven. Sin embargo, los años de escolarización, según determinadas investigaciones, no son tan relevantes como parecerían y, en cambio, lo es la calidad de la educación y el hecho de que la capacidad cognitiva se potencie al máximo de sus posibilidades.

Lo que nos lleva a esta máxima, de entrada, no es otra cosa que el funcionamiento del cerebro, que se desarrolla por fases y en estas edades de las que hablamos está en construcción. “Hasta los tres o cuatro años, los niños aprenden de forma instintiva cómo es el mundo donde viven, dónde han nacido... Se fijan en cómo los adultos nos comportamos con nosotros mismos y con ellos. Esto les queda grabado a través de las conexiones neuronales, las mismas que después gestionarán sus comportamientos”, aclara David Bueno, doctor en biología y profesor de genética en la Universidad de Barcelona.

La personalidad se irá forjando y lo que permitirá que, llegados a la vejez, el cerebro funcione de forma más óptima será –en gran parte– la vinculación que esta persona haya tenido con ambientes formativos y académicos enriquecidos, y también saludables . Según la psicopedagoga Anna Serra Dolcet, estos enriquecimientos “no sólo pasan por sacar buenas notas y leer libros”, sino por “vivir experiencias constructivas con la familia porque estas personas, vitales para nosotros, nos generan vivencias que quedan impregnadas en nuestras células lulas”.

'The nun study'

En The nun study, un estudio iniciado en 1980 en Estados Unidos en el que participaron más de 600 monjas, de más de 75 años, se hizo un seguimiento de las facultades cognitivas que tenían estas religiosas hasta su muerte. El resultado fue revelador: aunque un 30% de ellas presentaban evidentes signos orgánicos de sufrir Alzheimer –tal y como se comprobó en sus cerebros una vez muertas–, en vida no manifestaban los síntomas clínicos de la enfermedad. "Este efecto era mayor en las monjas que habían tenido altos niveles educativos durante su juventud o bien en aquellas que de jóvenes habían hecho escritos en los que había una mayor riqueza de vocabulario y densidad de ideas", asegura David Bartrés Faz, doctor en psicología. "

Las monjas que habían sido expuestas a ambientes educativamente más enriquecidos en la infancia y juventud presentaban una resiliencia cerebral que hacía que sus cerebros fueran capaces de contrarrestar más los impactos de la enfermedad", añade Bartrés, que también es profesor catedrático de la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad de Barcelona (UB) y, recientemente, expuso este estudio en una jornada en el Montessori Palau Girona. Por tanto, a pesar de la patología, su cerebro funcionaba con más normalidad gracias a la capacidad del sistema nervioso de cambiar su estructura y funcionamiento. “En ese 30%, el cerebro tenía recursos relacionados con la plasticidad funcional de los circuitos neuronales y era más eficiente que el resto. En definitiva, era capaz de contrarrestar la patología, aunque no pararla”, enfatiza Bartrés.

Diálogo cotidiano

Una buena manera para que los niños y jóvenes obtengan más densidad lingüística es que formen parte de la solución en lo cotidiano, propone Serra. “¿Qué hacemos con la ropa tirada en la ducha y los zapatos en medio del comedor? Habrá una oportunidad si existe un diálogo para encontrar soluciones a cosas rutinarias y de convivencia. De esta forma, repararemos y renovaremos el vínculo con nuestro hijo sobre lo que ha pasado”.

El lenguaje podrá ayudar al niño y adolescente a superarse. Ahora bien, si ponemos palabras pero, después, quien lo recoge son los progenitores, aquí no se producirá una acción de aprendizaje de la responsabilidad. "La palabra no tendrá sentido", advierte esta experta, que subraya la importancia de la repetición. “Lo que repite el adulto, el hecho de continuar indicando lo que hay que hacer, para el adolescente y el niño supone una palanca para hacer posible una consecución, es decir, que acabe colgando la toalla y aseando los zapatos, por ejemplo.

En cambio, los adultos pensamos que como ya hemos hablado de ello una vez, no hace falta repetirlo más. Los grandes aprendizajes de la vida quieren mucho tiempo: lo repetiremos a los 3 años, a los 9, ya los 18 también lo continuaremos repitiendo. Una cosa es que lo entienda y la otra que tenga el autogobierno para gestionarlo. Los niños y jóvenes necesitan progenitores y tutores que les vayan recordando las cosas: la ropa sucia va al cubo...”, ejemplifica Serra.

El cerebro del niño sobreprotegido

"Es bueno que el niño se sienta sostenido por los adultos y no menospreciado, pero tampoco debe estar sobreprotegido". Así lo afirma David Bueno, doctor en biología. A su juicio, el menospreciado no se valorará y el sobreprotegido tampoco, porque creerá que no sirve. "Tendrá muy baja autoestima y dificultad para superar las frustraciones porque siempre le habrán dado la razón". Más adelante podría presentar problemas motores. “Los adultos siempre se lo han hecho todo... Son niños que no saben vestirse, entre otras cosas. Cuando no pueden pasar la mano por la manga, en cambio, aprenden a manejar la frustración”. Estar con ellos de forma presente, no sólo físicamente sino también mentalmente, es una forma de ayudarles. “El rato que compartimos, hay que estar en plena atención y mirarles a la cara cuando nos cuentan cosas para transmitir nuestro estado interno, no contestando mensajes de WhatsApp”, concluye Bueno.

Rendimiento cognitivo, un predictor de la demencia

Aunque la educación se erige en un puntal importante, no es la única protectora de la manifestación clínica de la demencia cuando te haces mayor. Al margen de los ambientes formativos (recordemos que no valen sólo los años sino la calidad), el grado de capacidad cognitiva desarrollado en la juventud también es enteramente. Lo dice Bartrés en referencia a otro estudio, realizado en Oslo, en el que a través de pruebas de inteligencia se evaluaron más de 200.000 personas cuando eran jóvenes y después se volvieron a evaluar clínicamente cuando tenían más de 65 años .

“El rendimiento cognitivo de cuando eres joven es la variable que más claramente predice el riesgo de demencia”, apunta la investigación. Según este doctor, "cuanta más capacidad cognitiva e intelectual hayas alcanzado de joven, más protegido estarás de la demencia". Y para potenciar la capacidad cognitiva haría falta, a su juicio, “más programas educativos que permitieran a los niños llegar al máximo de su desarrollo de acuerdo con las características individuales”.

Sin embargo, además de estimular el cerebro de forma continuada durante toda la vida, para prevenir los factores de riesgo de esta enfermedad y muchas más también es necesario tener buenos hábitos de vida, lo que incluye una buena alimentación, hacer deporte y dormir bien, entre otros.

El lenguaje de los jóvenes: blanco o negro

En la adolescencia, los jóvenes hacen visible el enriquecimiento o empobrecimiento de su lenguaje. “Suelen tener pocas palabras para describir cómo se sienten: de puta madre o hechos una mierda. Es decir, están en blanco o negro”, puntualiza Anna Serra Dolcet, psicopedagoga. Según ella, la poesía y la literatura –aparte de poder desarrollar habilidades para poner palabras a cómo se sienten cuando se frustran y enfadan así como la capacidad de llegar a acuerdos con los adultos– dan “mucha riqueza de vocabulario en una etapa, a menudo, de empobrecimiento lingüístico”.

Esta experta alerta de que el uso excesivo de pantallas “anestesia totalmente” a quienes abusan y, a la larga, “puede provocar un deterioro de las neuronas por el hecho de dejar de utilizar la capacidad cerebral en toda su extensión”.

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