De cero a tres, pantallas nada

Cuando la primera palabra de un niño es 'Alexa'

En muchas familias los asistentes de voz son como la mascota, uno más de los habitantes de la casa

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un padre y una niña miran una película en streaming en su casa

BarcelonaCorre por las redes un vídeo humorístico en el que se ve como un hombre que vive en una casa domótica, donde todo funciona por órdenes de voz, intenta entrar con la cara desfigurada después de una intervención en el dentista, y como no puede hablar claro el asistente de voz no reconoce las órdenes que le da, ni le abre la puerta, ¡ni le funciona nada de nada! Después de reír, muchos reflexionamos que real puede llegar a ser la situación.

Desde hace unos años los asistentes digitales de voz, como Alexa, Siri o Google Assistant, han ido siendo habituales en nuestras casas, vehículos y entornos de trabajo. De modo que cuando un niño llega al mundo a menudo ve a la madre o al padre hablando (aparentemente solo) con alguien, porque o bien habla por teléfono o bien da órdenes a un dispositivo.

Actualmente, pues, un bebé no sólo oye música o la tele, de fondo, sino que ve cómo sus personas de referencia interactúan con la voz con algo que puede hacer sonar una música, o resolver una duda, contar un chiste, indicar una ruta con el coche o poner en marcha otro dispositivo... Por tanto, pronto incorporan este dispositivo como un ser más con quien conviven.

Una madre me contaba cómo su hija de dos años pide música al asistente de voz justo después de abrir los ojos cada mañana. Y otra que su hijo de cuatro juega a "veo-veo". Lo habitual es pedirle que cuente chistes, que se tire un pedo o cosas que hacen reír a los niños. De hecho, en muchas familias es, como la mascota, uno más de los habitantes de la casa.

El caso es que comienza a haber estudios para observar cómo los asistentes de voz podrían convertirse en categorías ontológicas por derecho propio en la comprensión emergente del mundo de los niños. Es decir, si los niños que han nacido con la interacción familiar con estos dispositivos tienen poco diferenciadas las capacidades de los humanos de las máquinas precisamente por sus posibilidades interactivas.

La voz hace vínculo

Sabemos que los niños identifican la voz de la madre desde unas semanas antes de nacer, y sólo escuchar la voz ya se pueden tranquilizar cuando tienen pocos meses. Tenemos toda una tradición de canciones de cuna y de tonadas y versos y sonidos que casi automáticamente nos surgen cuando cunamos a una pequeña criatura... En definitiva, sabemos que la voz hace vínculo! Por eso sabe mal cuando madres y padres se fían tan poco y acuden a sonidos enlatados, a listas de música de determinadas plataformas oa asistentes de voz para serenar, distraer o delegar su presencia.

¡Un bebé prefiere la voz de la madre (aunque ella piense que desafina) que el ruido blanco del secador de pelo! ¡Un niño necesita mucho más disfrutar de un adulto explicando chistes o haciendo sonidos que hacen reír que de un dispositivo, aunque éste tenga un número infinito!

¡Los niños aprenden deprisa de lo que hay en su entorno habitual, y para ellos eso es la normalidad! Por eso sabe tanto mal saber que hay niños que buscan refugio emocional en un dispositivo cuando la madre o el padre se han enfadado con ellos, y le piden música para no escuchar los gritos. O cuando la primera palabra de un niño con TEA no es ni mama ni papa, sino Alexa.

Hablar, cantar, escuchar, susurrar, reír, recitar... son formas de acompañamiento auditivo infinitamente mejores para el desarrollo emocional de los niños que cualquier dispositivo de voz o reproductor de sonido. ¡Incluso volviendo del dentista!

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