Cine

El gran cine por fin llega a Venecia de la mano de Wes Anderson

Yorgos Lanthimos presenta candidatura al León de Oro con 'Poor things', protagonizada por Emma Stone

3 min
El cineasta Wes Anderson en la alfombra roja de la Muestra de Venecia.

VeneciaEl tercer día, el gran cine ha llegado al fin a la Mostra de Venecia. Y lo ha hecho en un singular receptáculo. No en un largometraje candidato al León de Oro, sino en un mediometraje de 40 minutos presentado fuera de competición, titulado The wonderful story of Henry Sugar, dirigido por Wes Anderson y producido por la plataforma Netflix, que lo incluirá en su catálogo el 27 de septiembre. El cineasta tejano regala al espectador su obra más radical, una adaptación del cuento homónimo de Roald Dahl en el que una flamante pero reducida nómina de actores –de Ralph Fiennes a Ben Kingsley– se entregan a la tarea de recitar veloz e íntegramente el texto original mientras interpretan la ficción rodeados de decorados que suben y bajan como telones teatrales. El resultado de este juego escénico es una carta de amor a los vínculos entre el cine, el teatro y la literatura. André Bazin, el teórico del cine más importante de la historia, que escribió a favor de un cine impuro, capaz de dialogar de tú a tú con las demás artes, habría sentido una emoción profunda contemplando el atrevido experimento de Anderson.

El director de Rushmore (1998) y La crónica francesa (2021) ha aprovechado el viaje a Venecia para recoger el premio honorífico Glory to the Filmmaker, que otorga cada año la Mostra. En un encuentro matinal con la prensa, Anderson ha querido destacar que The wonderful story of Henry Sugar funciona como un homenaje al trabajo con la lengua inglesa de Dahl, de quien el cineasta ya adaptó El fantástico Mr. Fox: “Quería aproximarme a su lenguaje poniendo en primer plano la capacidad de los actores para dar forma a la palabra”. Preguntado sobre la vertiente artificiosa de su mediometraje, que anticipa la llegada de otras tres adaptaciones de cuentos de Dahl, Anderson ha defendido el artificio y la teatralidad como elementos integrales de su imaginario: “Muchas veces, cuando haces una película, intentas crear la ilusión de algo, pero a veces me gusta jugar con la posibilidad de enseñar los mecanismos que hay detrás de la ficción”. Esto ocurre de forma flagrante cuando, en el filme, los actores abandonan a sus personajes para aparecer, en otras escenas, ocupándose de mover el atrezo o ayudando a caracterizar a otro actor. "Me gusta pensar que cada fragmento de película que filmo podría ser un documental de lo que ocurre delante de la cámara", ha comentado en un arrebato lírico el director de El gran hotel Budapest (2014).

El cineasta griego Yorgos Lanthimos en la Muestra de Venecia, donde ha presentado 'Poor things'.

Una bella y muchas bestias

Después de la sequía de las dos primeras jornadas, la competición por el León de Oro se ha caldeado con la presentación de Poor things (Pobres criaturas), en la que el griego Yorgos Lanthimos, adaptando fielmente la novela homónima del escocés Alasdair Gray, entrecruza, a la manera del pastiche posmoderno, grandes referentes de la literatura gótica. En la película, Willem Dafoe encarna a una especie de doctor Frankenstein que a su vez es una criatura monstruosa, llena de cicatrices que hacen pensar en un origen no natural. Este médico excéntrico le pide a un discípulo (Ramy Youssef) que supervise, a la manera del Pigmalión de George Bernard Shaw, la educación de la Bella (fantástica Emma Stone), una misteriosa joven que se comporta como una niña pero que experimenta un prematuro despertar sexual. La curiosidad de la Bella por el placer carnal se convertirá en la principal herramienta con la que Lanthimos pone patas arriba los prejuicios de las sociedades patriarcales. Y es que, aunque transcurre en distintos escenarios de la Europa de finales del siglo XIX, Poor things interpela la realidad contemporánea, en una línea similar a la transitada por la barcelonesa Elena Martin en Creatura.

En cuanto al apartado visual, Lanthimos abraza el ideario de Bertolt Brecht, que vincula el artificio escénico con la fuerza política de la representación, y llena las imágenes de transiciones entre el color y el blanco y negro, emplea lentes que redondean la imagen y utiliza zooms aberrantes y grandes decorados construidos en estudio. Es como si Lanthimos hermanara a Stanley Kubrick y Federico Fellini para embestir contra la imposición de jerarquías sociales. En este sentido, no parece casual que Hanna Schygulla, la musa del siempre incendiario Rainer Werner Fassbinder, interprete una de las pocas aliadas que Bella encuentra en su camino hacia el conocimiento y la emancipación.

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