Magda Polo Pujadas

El interés del paisaje sonoro del filme 'La zona de interés'

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El jardín familiar y el campo de exterminio en la película 'La zona de interés'.

BarcelonaLa película La zona de interés, del director Jonathan Glazer, basada en la novela homónima de Martin Amis y con música de Mica Levi, ha sido galardonada esta noche en la gala de los Oscar 2024 con dos Oscar, uno, a la mejor película internacional y, el otro, al mejor diseño de sonido, de Tarn Willers y Johnnie Burn.

El comandante del campo de Auschwitz Rudolf Höss (Christian Friedel), un funcionario de la barbarie y de mirada gélida, y su esposa Hedwig (Sandra Hüller), sumisa y conformista, se esfuerzan en construir una vida para su familia aparte del horror del Holocausto. La mayoría de las escenas pasan en una preciosa casa con jardín justo al lado del campo de exterminio donde, a diario, se revela el dolor y el sufrimiento extremo, por los sonidos que hacen referencia a los rasgos de las ejecuciones, al funcionamiento de los crematorios ya los gritos de los prisioneros. Se acaba haciendo un paisaje sonoro sobre la banalidad del mal de forma exquisita y sutil. No hay rastro visual del horror del Holocausto, pero, precisamente, de eso se encarga el sonido, que actúa como fuera de campo.

Hace tiempo que sostengo que el sonido es una fuente de conocimiento; más aún, que el paisaje sonoro, en sí mismo, acentúa de manera incuestionable la importancia que tiene el giro aural en nuestra sociedad actual, a pesar de haber sido sus protagonistas el giro visual y el lingüístico. Estoy convencida de que ni Murray R. Schafer ni Barry Truax, los padres del World Soundscape Project, imaginarían que el paisaje sonoro daría para tanto.

Si en el cine imagen, palabra y sonido o música son los ingredientes más importantes, es la primera vez que una película encuentra en el sonido el lenguaje más sobrecogedor que comportó el exterminio en manos de los nazis de la Segunda Guerra Mundial. Y no sólo eso, sino también cómo el diseño del sonido contrasta con la paz y la “normalidad” de una familia nazi que sólo se preocupa por su bienestar y sólo escucha a los pajaritos de su jardín. El sonido pasa a ser la finalidad en esa película; no es un medio, es un fin. Y dentro de esa función es lo que describe el significado y sentido argumental de la película. Quizás ya empieza a ser hora de que a los técnicos de sonido se les empiece a llamar también músicos, y que se deje de hablar del sonido como ruido, ya que incluso el ruido puede ser música.

El sonido, en La zona de interés, tiene un carácter narrativo y dramático. Las imágenes nos cuentan una verdad, la de los verdugos; y el sonido y la música, la otra verdad, la barbaridad que viven las víctimas de la ideología nacionalsocialista. La música de Mica Levi es infernal, de sonidos graves y constantes que acaban subiendo por los pies y se detienen en el corazón porque ya no se puede soportar más su crudeza, pero que en la primera fundición en negro, al empezar la película , se fusiona con el canto de los pájaros de la familia Höss, y contrastan así ambas grandes verdades de la película. Los Höss oyen, pero no escuchan; los espectadores del cine tenemos la obligación de escuchar y comprender, pero nunca de quedarnos en el oír. Y el sonido de La zona de interés está muy lejos de la música que edulcora las imágenes. La música de Levi sugiere, evoca y dice, de forma concisa, la verdad. Cuando esto ocurre, el campo y el fuera de campo son y se convierten en lo mismo.

Cuando la fui a ver al cine, La zona de interés me llevó a la cabeza el recuerdo de pasar por debajo de la Puerta de Brandeburgo en noviembre de 1989 en Berlín, justo cuando se celebraba la unificación de las dos Alemanias, en medio de una multitud ruidosa, llamativa y con fanfarrias. Cuando estaba allí compartía piso con una señora, fraude Klem, que me contaba que, cuando era pequeña, ella vivía cerca de Hamburgo, y que pasaban filas y filas de judíos cuando ella jugaba con sus amigos en la calle. Los llevaban a campos de concentración. Estupefacta, escuchaba cómo ella me decía que la mayoría de los alemanes no eran conscientes de lo que ocurría con toda aquella gente, sólo que se les decía que no eran buenos para la prosperidad de su nación alemana. Y yo, ingenua de mí, una chica de la llanura de Vic que había aterrizado en Berlín para hacer la tesis doctoral, le comentaba que no podía creérmelo, que permitir aquello era atroz y que era el peor de los mundos posibles.

Pero cuando vi la película La zona de interés lo entendí todo. Se puede estar ante el horror más aberrante del mundo y la maquinaria más pesada de la crueldad y, contradiciendo al filósofo TW Adorno, escribir poesía.

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