Obituario

'Ell, la donya, el gripau' y Formentera

Pau Riba y Mercè Pastor fueron de los hippies que se marcharon a la isla pitiusa y tuvieron dos hijos allí

Pau Riba en una imagen del 1985
Pere Antoni Pons
06/03/2022
3 min

CampanetJuntamente con India, Nepal, Marruecos y algunos lugares más de todo el planeta, la pequeña isla pitiusa de Formentera fue, a finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, uno de los epicentros mundiales del movimiento hippie. Muchos jóvenes de todas partes se fueron allí para vivir una vida diferente de la que el mundo les imponía. Huían de los valores de la sociedad de consumo, de la moral cristiana y burguesa, del materialismo de Occidente. Decían que perseguían la utopía de la libertad, la comunión con la naturaleza, la autenticidad comunal y íntima. Pau Riba fue uno de aquellos hippies de Formentera.

Muchos de los hippies que se establecieron en Formentera eran, igual que Riba, de buena familia. Algunos vivieron la aventura del hippismo durante unos años y, al final, acabaron llevando unas vidas perfectamente convencionales. Otros quedaron colgados de los limbos de la droga y la marginación. Y otros, todavía, fueron capaces de vivir intensamente la experiencia –el viaje mental, moral, sensorial y biográfico del hippismo– y de incorporar el bagaje sin quedar entrampados. Este fue el caso de Riba.

Tal como explicaba hace unos meses Donat Putx en un magnífico artículo publicado en la revista Enderrock, Pau Riba desembarcó en la isla en enero de 1971. Tenía veintitrés años y, con él, iba su compañera, Mercè Pastor, embarazadísima del que sería su primer hijo, Pauet. Huían de una Barcelona que sentían que los expulsaba, después de que el músico hubiera editado, en dos partes, aquella obra maestra total de la cultura catalana moderna titulada Dioptria. En Formentera, la pareja Riba y Pastor ya había pasado un tiempo allí, en 1969, para probar el LSD. Ahora pasarían los cuatro años siguientes y tendrían a sus dos hijos.

Para el músico, la estancia fue fundacional tanto desde un punto de vista vital como creativo. No solo escribió las canciones de uno de sus discos emblemáticos, Jo, la donya i el gripau, sino que también lo grabó y, además, en unas condiciones que eran toda una declaración de principios. Putx explica que el disco no se grabó en un estudio típico, sino en la casa donde Riba y Pastor vivían, un cortijo de piedra conocido con el nombre de Can Pep Carlos “que se iluminaba con luz de petróleo y se calentaba con fuego de leña”. Tomando aquella decisión, que no tan solo era técnica, sino también conceptual, Riba rechazaba el ascetismo y el refinamiento de la cultura y abrazaba –digámoslo como en la época– la impureza cósmica de la realidad en toda su plenitud.

Todo el disco es un canto de celebración para el nacimiento inminente del primer hijo de Riba y Pastor. Por eso, musicalmente, hace pensar en un particularísimo cancionero infantil lisérgico. Y por eso, también, las letras se alejan de la sofisticación maliciosa de las de Dioptria y adoptan los códigos de la poesía neopopularista. Recordamos que el neopopularismo –entendido como la reinterpretación hiperconsciente, audaz e irreverente del cancionero tradicional– había sido una de las vías por donde las vanguardias habían tratado, en los años 20, de liberar la creatividad literaria.

Riba, en las letras de las trece canciones del disco, usa todos los recursos propios del género: los motivos temáticos sencillos, las onomatopeyas, las repeticiones (la canción Mama nen dura tres minutos y medio y solo dice “mama nen, mama nen, gripau”), las rimas divertidas, los juegos de palabras (“avioloncel”), las deformaciones de sentido (“la mar remuga, la marramua”)... El caso de La dansa de la terra es todavía más extremo: no hay letra, sino un puro canto fonético, una salmodia ininteligible que funciona como un pretexto para hacer música e incitar a bailar, pero que también representa un regreso a la verdad de antes del lenguaje articulado y racionalmente significativo.

Todo el disco es una celebración del amor por el hijo que está a punto de nacer y por la compañera que lo engendrará: “Quan la Mercè està contenta / somriu i pica de mans”. Incluso una canción tan inquietante, o directamente siniestra, como La vella del fons del pou es un canto a la vida. La canción habla de una vieja en el fondo de un pozo, “morta de panxa enlaire”, “morta sense esperança”, pero –y este pero es fundamental–  “els seus ossos són ben vius / sota el fang que hi ha sota l’aigua, / entre closques de cargols, / d’escarabats i sargantanes”.

stats