Edad Media

Los perros en la Barcelona medieval: animales de carga o vidas privilegiadas

Un estudio de la UB analiza los restos óseos de diferentes yacimientos y las huellas localizadas en el monasterio de Pedralbes

Uno de los perros localizados en el yacimiento de Mestres Casals y Martorell
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BarcelonaEl subsuelo de Barcelona esconde muchos capítulos de la historia de la ciudad: desde el urbanismo hasta la dieta alimentaria, pasando por la relación de los habitantes con los animales de compañía. Mascotas, los humanos tienen desde tiempos remotos y el tipo de animal, a menudo, dependía del estatus social. En la Edad Media, las clases acomodadas presumían de monos, ardillas y hurones, y conejos, especialmente en los monasterios femeninos; y todo tipo de pájaros, desde mirlos hasta halcones. Sin embargo, lo que más abundaban eran gatos y perros, porque eran los animales que podían permitirse ciudadanos de todas las clases sociales.

Los yacimientos excavados en la ciudad, dentro el proyecto Paleo Barcino y Monbones de la Universidad de Barcelona, han dado muchas pistas sobre cómo era la relación entre los barceloneses y los perros. En un reciente estudio, los investigadores explican los resultados obtenidos en yacimientos entre los siglos IX y XV. No sólo se han analizado los restos óseos que se han encontrado en distintos puntos de la ciudad, sino también las 134 huellas que dejaron a los perros en las dependencias del monasterio de Pedralbes, fundamentalmente en las galerías de los dos pisos del claustro. "Evidentemente, este material no se logró in situ, pero el estudio de la documentación permite considerar que mayoritariamente procedía de talleres alfareros de Barcelona, ​​que estaban en la calle Tallers", explican los historiadores y arqueólogos Marina Fernández y Jordi Nadal, que han liderado el estudio. Las huellas eran sobre todo de perros de tamaño medio, pero también había una de un perro de grandes dimensiones y otro muy pequeño.

"La forma en que nos relacionamos con los perros no ha cambiado mucho", asegura Nadal. En ese momento las razas de perros no recibían los mismos nombres que ahora, porque no fue hasta el siglo XIX cuando se hizo una clasificación más exhaustiva, pero sí sus proporciones eran similares a las de los perros actuales. Abundaban sobre todo los animales de tamaño medio, entre 40 y 60 centímetros de altura de la cruz, y más escasamente animales de tallas o bien más pequeñas o mayores.

Dos estilos de vida muy diferentes

Había dos realidades bastante distintas. Por lo general, los perros que vivían en la periferia, en el ámbito rural, acostumbraban a tener una vida bastante más miserable que los que vivían dentro del tramado urbano. Sin embargo, vivir en ciudad tampoco garantizaba una existencia plácida. Se ha podido comprobar que algunos perros urbanos tenían las apófisis espinosas curvadas, lo que podría indicar que se habían utilizado como animales de carga. "En el ámbito rural se utilizaban otros animales como caballos, burros o bueyes, pero en el ámbito urbano algunas calles eran demasiado estrechas para estos animales ya veces se utilizaban perros. Ahora puede parecer sorprendente, pero hace cien años todavía era bastante habitual utilizarlos como animales de carga; hay muchos ejemplos en el Flandes del siglo XIX o cuando se utilizaron perros belgas para arrastrar ametralladoras durante la Primera Guerra Mundial", detalla Nadal. De hecho, en un artículo de Le Figaro del 17 de agosto de 1907 se anunciaba la creación de un club en Bélgica para mejorar las condiciones y la protección de los perros de tiro que se utilizaban para transportar leche, verdura, fruta o ropa de lavandería.

Figura de un galgo procedente de un artesonado del palacio de la calle Lledó de Barcelona.

En la calle Subtinent Navarro, donde durante la Edad Media había construcciones adosadas en la cara externa de la muralla romana, se han encontrado 390 restos de perros. Uno de los animales, que vivió en el siglo XI, medía 47 centímetros de altura en la cruz. Como otros perros destinados a ser mascotas, tenía una morfología anómala, con unas patas demasiado pequeñas para aguantar un cuerpo de grandes dimensiones. "Son patologías bastante frecuentes. Tienen malformaciones genéticas porque están hechos para agradar a los humanos y para que alguien lo cuide, no para valerse por sí mismos", dice Nadal. Son un tipo de perros que se conocen desde la romanización y suelen tener dificultades de locomoción y patologías asociadas a problemas de movilidad. Aunque no se pueda hablar de razas, se cree que podían tener una morfología similar a los corgi galés de Pembroke o los basset hound, según Navidad.

En Sotstinent Navarro, la tipología de perros era bastante más diversa que la que había bajo el solar que se excavó entre las calles Mestres Casals y Martorell, y Arc de Sant Cristòfol. Allí, fuera de las murallas, había un establecimiento rural con huerta y viñedo. Los tres perros analizados medían entre 55 y 57 centímetros. Había una hembra con muchas patologías, fundamentalmente provocadas por traumatismos. Otra hembra tenía apófisis dorsales y las vértebras torácicas y las lumbares dobladas. El macho había muerto viejo y tenía muchos traumatismos. En este caso, existe una homogeneidad racial porque todos se parecían. Compartían el haber recibido muchos palos y una dieta muy pobre y deficiente.

Los perros y los ajusticiados en las horcas

En Barcelona habría bastantes perros porque en algunos momentos también se convirtieron en un problema social. En el Ceremonial de los magníficos consejeros y regimiento de la ciudad de Barcelona, que recogían dietarios de la ciudad entre mediados del siglo XIII y principios del siglo XVIII, se les menciona en distintas ocasiones. Por ejemplo, una de las preocupaciones del gobierno municipal eran los perros callejeros descontrolados. En 1382 se escribe que la ciudad de Barcelona tuvo que pagar unas reformas a Miquel Aguilar Calvari para proteger mejor las horcas de la Trinidad. Los perros habían provocado destrozos porque se habían comido parte de los restos humanos de los ajusticiados en las horcas.

Otra dificultad era qué hacer con los perros cuando se morían, que se abandonaban. En julio de 1483, en los dietarios de la ciudad se habla del oficio de tirar perros y gatos al mar. Por tanto, se estableció un oficio específico que consistía en recoger los cadáveres de los animales de compañía y echarlos al mar. "Con estos estudios no sólo documentamos parte de la cultura de la ciudad en relación a los animales domésticos, sino que también nos sirve para aportar nueva luz al crecimiento de la ciudad a lo largo del tiempo", concluye Jordi Nadal.

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