'Los papeles de Herralde' repasa algunos de los hitos, batallas y polémicas del fundador de Anagrama a lo largo de la historia de la editorial barcelonesa

Jorge Herralde: "Llegué a ofrecer 300.000 dólares por una novela de Tom Wolfe"

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Jorge Herralde, en casa suya, esta semana

BarcelonaNo es ningún secreto que a Jorge Herralde (Barcelona, 1935) le gusta trabajar entre montañas de papeles y que, a menudo, solo él es capaz de encontrar lo que busca entre los numerosos catálogos, dosieres, contratos y libros que acumula. Los papeles de Herralde (Anagrama, 2021) rescata "un arsenal de documentos hasta ahora no conocidos" del archivo de la editorial que permiten rehacer la historia de Anagrama, fundada en 1969 en Barcelona, a partir de la correspondencia del editor con autores, agentes, periodistas y otros editores.

Es un volumen generoso en anécdotas, empezando por los problemas con la censura franquista desde el primer libro –un ensayo sobre El Capital, de Karl Marx–, las aventuras etílicas con Charles Bukowski, la tensión con la agente Carmen Balcells, la amistad con Sergio Pitol, Álvaro Pombo y Carmen Martín Gaite y la larga polémica con Javier Marías, que al poco de Mañana en la batalla piensa en mí (1994) dejó Anagrama, muy descontento con la editorial, no solo por "el insoportable trato del editor", sino también debido a reiteradas "inverosimilitudes en las liquidaciones" de las novelas, tal como cita el ensayista y catedrático Jordi Gracia, que además de la elección del material se ha ocupado de ponerlo en situación en textos reveladores que suman 150 de las casi 500 páginas del volumen.

Jorge Herralde recibe al ARA en su casa, en el barrio de Sarrià de Barcelona. El único pequeño desorden permitido en la estilosa sala de estar son los libros y papeles que tiene en la mesita de centro, la oficina improvisada que complementa el despacho de Anagrama donde, hasta el inicio de la pandemia, se le podía ver todavía a diario. El editor, que acaba de cumplir 86 años, no ha perdido ni una migaja de la agilidad y contundencia verbales que lo han acompañado durante más de cinco décadas de trayectoria y que lo han convertido en "un tótem" –para usar la palabra con la que lo describe Gracia– tan carismático como temido.

En el libro afirma que su lema editorial es "kamikaze, ma non troppo". ¿Por qué?

— Refleja una vocación mía, y de Anagrama, que ha sido correr muchos riesgos, pero a la vez darme cuenta de en qué momentos había que hacerlo y cuándo no tenía sentido. Esto lo podríamos ejemplificar con el caso del libro político de izquierda y de extrema izquierda cuando llegó el desencanto. Persistir en esta vía habría sido editar para nadie. De golpe no había lectores para el libro político.

Esto fue exactamente en 1977. Anagrama era una editorial que ya tenía ocho años. En aquellos momentos ya tenía muy claro que el ingeniero que iba a ser había dado paso al literato que se quería ganar la vida publicando libros.

— Mi primer proyecto editorial serio fue unos años de antes de Anagrama, con Jorge Argente y Esther Tusquets [que dirigió Lumen durante casi 40 años]. Desde entonces la ingeniería me había interesado más bien poco. Leía mucho y me había subscrito también a la New York Review of Books, al Publishers Weekly y a varias revistas francesas. Iba dando vueltas a cómo encontrar la manera de convertirme en editor, y al final llegué a la conclusión de que empezaría a editar y ya veríamos qué pasaba. Los inicios de Anagrama fueron, curiosamente, con una colección en catalán. Publicamos solo cinco libros, pero eran muy buenos, de autores como Jean-Paul Sartre, Claude Lévi-Strauss, Cesare Pavese, Antonin Artaud y Paul A. Baran.

Este inicio no fue del todo bueno.

— Una proeza tan loable desembocó en un fracaso estrepitoso. De ninguno de los libros en catalán vendimos más de 3.000 ejemplares.

Esta cifra en los tiempos que corren no es precisamente baja.

— Nos atrevimos con el catalán un poco por culpa de Josep Maria Castellet, que desde los tiempos de Seix Barral conocía a fondo la literatura internacional, y entonces había puesto en marcha, en Edicions 62, la colección El Balancí, que era fantástica. Tenía la fortuna de no tener ninguna competencia, en aquellos momentos, y pudo elegir a los autores que quiso. En poco tiempo publicó unas setenta traducciones... Pensé que si alguien sensato como Castellet hacía esto era porque tenía una viabilidad, ¡y resulta que no! El batacazo de Edicions 62 fue muy fuerte, pero consiguieron salvar El Balancí. En la segunda etapa, las traducciones fueron muy pocas. La conclusión lógica que sacamos de todo esto es que no había suficientes lectores catalanes para las traducciones.

Anagrama volvió a publicar una segunda colección en catalán entre 1997 y 2014.

— Sí. Quizás no aprendimos lo bastante bien la lección. Publicamos 92 títulos, de lo mejor de Anagrama: Kapuscinsky, Amis, Barnes, Ford, Carver... Los resultados fueron decepcionantes, pero no suicidas. Anagrama elegía los originales, Empúries se cuidaba de las traducciones y nosotros nos ocupábamos de la promoción. Duró bastantes años, esta colección.

En 2014 llegó la tercera colección en catalán, Llibres Anagrama, de la cual han salido hasta ahora 83 títulos.

— Combinamos traducciones con libros de autores catalanes. Fichamos a la gran Isabel Obiols, que había conocido en muchas ruedas de prensa, cuando trabajaba en El País. Era callada, pero cuando hacía alguna pregunta era siempre muy pertinente. Como queríamos publicar autores que escribieran en catalán decidí montar un premio. Es un mundo muy singular, el del catalán, porque no solo hay premios de grandes grupos como Planeta, sino también premios de cariz institucional contra los que el editor no puede luchar nunca.

Teniendo en cuenta estas tres incursiones en la publicación en catalán, ¿la última es la más satisfactoria?

— Totalmente. Ahora no sufrimos nada. Buscamos autores nuevos, pero no solo porque sean nuevos, sino porque creemos que lo pueden hacer muy bien. Queremos hacer política de autor con ellos, como hemos hecho en castellano, tanto en Narrativas Hispánicas como en Panorama de Narrativas, pero de momento están un poco perezosos. Irene Solà, que ganó el premio Libros Anagrama en 2019 con Canto yo y la montaña baila, ya está trabajando en una nueva novela. Ahora he leído la primera, Els dics [Los diques]: tiene un sentido del humor y una elegancia que dejan boquiabierto.

Además de las colecciones en catalán, Anagrama también ha traducido a numerosos autores catalanes al castellano, como por ejemplo Miquel de Palol, Sergi Pàmies y Quim Monzó. Este último protagonizó una polémica en 1994, cuando se canceló el programa del Gran Wyoming de TVE1 donde tenía que aparecer por miedo a la repetición del gag sobre las infantas que había hecho en TV3.

— Monzó y Wyoming se conocieron en una comida donde se cayeron muy bien. Yo estaba allí, nos reímos mucho. La fama de Monzó en España cogió impulso gracias a esta medida absolutamente cafre de cancelar el programa. De la traducción de El porqué de las cosas vendimos 5.000 ejemplares.

La tensión con determinados medios, especialmente El País, aparece en varias cartas.

— Tuvimos muchos problemas sobre todo durante tres décadas cruciales.

Tres décadas son mucho tiempo.

— Sí. Cuando se fundó, a muchos nos pareció que era nuestro diario. Poco después nos dimos cuenta de que estaba sujeto a muchas manipulaciones y nos pareció una traición. Para una editorial como Anagrama, que estaba apostando por la narrativa, esta política nos hacía mucho daño. En el libro aparecen las intervenciones críticas, que son una minoría. Lo que no encontraremos son la mayoría, las cartas de agradecimiento, que han sido muchas, pero que habrían sido más cansadas de leer.

Los papeles de Herralde contrarresta una afirmación del editor François Maspero, que fue amigo –y autor– suyo, que afirmó que "Anagrama había pasado, con la Movida madrileña, de la política a la literatura".

— Fuimos muy amigos, con Maspero. Las cosas no le fueron muy bien; recuerdo que además de editar libros montó la librería La Joie de Lire, donde estaba toda la literatura de izquierdas del momento. El deporte preferido de los progres de la época era robar libros, y se resintió mucho, Maspero, porque lógicamente no denunciaba a nadie. La Joie de Lire acabó cerrando, igual que la editorial. Él vivía en parte de hacer traducciones del castellano al francés.

Los efectos de la censura y de una España predemocrática se notan no solo durante los últimos años del Franquismo, sino también en plena Transición.

— Después de morir Franco todavía tuve cuatro secuestros de libros. Fueron los más sonados, que consiguieron el rechazo nacional e internacional. Parecía que hubiera manía persecutoria a Anagrama.

Por suerte, esta manía pasó a la historia.

— Habían despedido a todos los censores. La manía se acabó por ausencia de personal cualificado.

Los papeles de Herralde muestra la trastienda del editor, las amistades y los rifirrafes. Lo que usted mismo ha definido como "el arsenal secreto".

— Quizás no pondría tanto énfasis en el adjetivo. Más que secreto, es un arsenal de documentos hasta ahora no conocidos.

Una de las presencias persistentes en toda la correspondencia es con la agente Carmen Balcells. Tuvieron una relación complicada.

— Muy complicada.

Negativa y positiva, a la vez. En 1996, ella le llega a escribir esto: "Tú y yo hemos jugado tanto al chisme y a la confidencia en las interminables sobremesas que he llegado a creerme, con todas las diferencias de clase, de siglo y de sexo que nos separan, que eras mi alter ego".

— Le habría podido contestar "questo è troppo", esto es demasiado. No lo hice. La relación con Balcells fue compleja. Como curiosidad, recuerdo que a principios de la editorial y casi también a principios de la agencia, hicimos tres o cuatro comidas con Joaquim Jordà y ella. Joaquim era inteligentísimo y divertido, había trabajado mucho para nosotros. En estas comidas no paramos de reír en ningún momento. Al final de la última de estas comidas, Balcells se levantó de la mesa y dijo: "Pero, ¿qué hago yo aquí? ¡Yo tengo que trabajar!" No podía estar perdiendo el tiempo con gente que no le daría ni una peseta. Ella se lo pasaba muy bien, decía que lo mejor de su oficio era que trataba con genios. Puedes disfrutar mucho de los genios y aprender muchas cosas. Puede pasar, como era su caso, que gracias a los genios vivas muy bien.

Herralde, con Lali Gubern y Tom Wolfe

En otro fragmento del libro, recuerda que Mònica Martín –jefa de prensa de Anagrama entre 1991 y 1997– dejó la editorial "para reciclarse como agente literaria (el futuro de la edición)". Esta mención al futuro de la edición es irónica, ¿no?

— Más bien sarcástica. El futuro del que hablaba es un futuro en el que el bienestar económico de las agentes se ha incrementado. Ha habido agentes beneméritas y otras nefastas, del mismo modo que ha habido editores que se han preocupado básicamente por sus autores, por la buena literatura y por los lectores, y otros que se han preocupado por la cuenta de resultados. Hay una parte significativa de agentes que han querido hacer negocio. Andrew Wylie, por ejemplo, que con otros agentes se ha comportado con una gran desvergüenza, a un grupo reducido de editores que respetaba intentaba no perjudicarlos. Si sus peticiones eran altas no lo eran, en cualquier caso, como las que hacía Balcells.

En Los papeles de Herralde encontramos la pequeña trifulca por fichar o no a Roald Dahl. Si Anagrama ofrece 1.000 dólares en 1981, Balcells pide el doble. El caso más sonado es el de la novela que Tom Wolfe tenía que escribir después de La hoguera de las vanidades, que Anagrama había publicado en castellano en 1988.

— En un determinado momento de su trayectoria, Tom Wolfe por un lado necesitaba más dinero –quizás para hacerse una casa, no lo recuerdo–; a la vez, conseguir un gran adelanto era símbolo de estatus. Wolfe no podía cobrar menos que cualquier otro autor en aquellos años. Estaba muy agradecido a Anagrama, incluso antes de La hoguera de las vanidades, porque le habíamos publicado todos los libros de Nuevo Periodismo. Su agente había sido Deborah Rogers, la mejor agente de la historia de la edición, pero después de La hoguera... cambió por Lynn Nesbit. Se hizo una gran subasta internacional de la siguiente novela. Yo iba subiendo la cantidad de dinero que estaba dispuesto a pagar. Llegué a ofrecer 300.000 dólares por una novela de Tom Wolfe. ¡El libro no tenía ni siquiera tema ni título!

Sería Todo un hombre, que acabó publicando Ediciones B después de pagar 500.000 dólares.

— Quizás San Gutenberg intervino e hizo que aquella novela fuera un fracaso morrocotudo en todo el mundo.

El caso es que Tom Wolfe acabó volviendo a Anagrama con Bloody Miami en 2013.

— Y lo trajimos a Barcelona. Dijo que allá en la Pedrera, cuando salió al balcón y le hacían multitud de fotos desde bajo, se sintió no como un rey, sino como un Papa.

En otra carta leemos el agradecimiento de Patricia Highsmith en 1987. No era alguien que elogiara fácilmente a nadie.

— Arrastraba una fama bien merecida de tener muy mala leche y de ser hosca. Era alguien que tenía una fama enorme, pero aquí estuvo muy bien: ¡en San Sebastián le pedían autógrafos caminando por la calle! Gracias a aquel viaje a España, finalmente quedó demostrado que Patricia Highsmith tenía alma.

En relación a Patricia Highsmith, hay una carta en la que se enfada mucho con un artículo aparecido en la revista El Mundo en 1985. Se afirmaba que Anagrama había bloqueado los derechos de Highsmith en catalán.

— Dos cosas de las que no se puede acusar a Anagrama es de haber bloquear derechos ni de haber perseguido autores de editoriales independientes. Son dos de nuestras pequeñas virtudes. En la carta decía, en relación a aquel artículo, que del mismo modo que Catalunya sería pornográfica o no sería, eran necesarios, aunque no muchos, fascistas catalanes. Recomendaba al periodista que, siguiendo la deseable normalización, propusiera la traducción del Mein Kampf.

En algunas de estas cartas vemos a un Herralde que a veces devuelve bofetadas y agravios contra la editorial o algunos de los autores.

— Sobre todo en relación a los autores. La defensa de los autores es muy importante.

Esta defensa enconada es una de las marcas de la casa de Anagrama. Lo vemos cuando, en la década de los 70, batalla por encontrar nuevos ensayistas y cuando, en los 80, la lucha es por encontrar narradores. Pienso, por ejemplo, en Álvaro Pombo, que ganó el primer premio Herralde de novela con El héroe de las mansardas de Mansard.

— En 1984 escribí una carta a Miquel Riera, entonces director de Quimera, donde hablo de la crítica muy desfavorable que acababan de publicar sobre El héroe de las mansardas de Mansard. Lo que me molestó fue sobre todo que hablaban del exceso de promoción del libro. Le contesté citando a treinta autores de primera línea que lo habían elogiado y que no tenían nada que ver con Anagrama.

El héroe... fue el libro que consagró a Pombo.

— Antes solo había publicado un libro de poemas y una novelita. Quince años después, lo visitamos con Lali [Gubern] en casa y, mientras merendábamos, le pedí que fuera a buscar las famosas cartas de rechazo de otras editoriales. Se había hablado mucho de esto. Sacó solo dos. Una de Pere Gimferrer, que le decía que no de forma muy civilizada, y otra de Miquel Riera, que también lo había rehusado. Él, que acusaba a Anagrama de la campaña de promoción, había rechazado aquella misma novela.

Los papeles de Herralde no habla únicamente de casos controvertidos. Podemos seguir también la relación de amistad, que duró décadas, con Hans Magnus Enzensberger y Sergio Pitol.

— Con Pitol nos unía una amistad estrechísima. Siempre que íbamos al DF nos venía a esperar con su chófer al aeropuerto o nos encontrábamos en la puerta del hotel donde siempre nos alojaba y donde le reverenciaban como si fuera Dios. Recorríamos juntos todas las librerías y nos veíamos también con toda la pandilla de amigos izquierdosos de la época. Vicente Rojo, que acaba de morir, Neus Espresate, Carlos Monsiváis, Augusto Monterroso.

Monterroso fue de aquellos autores por quien Anagrama tuvo que luchar: después de recuperar algunas compilaciones de cuentos suyos había que conseguir que el nuevo libro, Los buscadores de oro, apareciera en Anagrama. En este trabajo de seducción de los autores el editor tiene un punto diplomático.

— De diplomático con dotes persuasivas.

Una de las muchas historias en este sentido que aparecen en el libro tiene que ver con Charles Bukowski, que Anagrama empezó a publicar en 1977.

— Firmamos el contrato en la City Lights de San Francisco. Ferlinghetti no estaba, estaba perdido en algún lugar, escribiendo poesía, lo cerramos con la editora. Era un momento en el que Bukowski todavía no era muy conocido, en las revistas a las que yo estaba suscrito todavía no aparecía.

Más adelante, en uno de los viajes a California en 1980, se encontró con Bukowski y acabaron bebiéndose ocho botellas de vino.

— El coche de Bukowski estaba medio estropeado y teníamos que ir muy poco a poco para que no se parara y nos dejara tirados. Apareció un policía que nos pidió la documentación. En el asiento trasero estaban las ocho botellas de vino...

¿Todo esto acabó con una multa?

— Sí, sí. Lo que me daba miedo era que salíamos de San Pedro, en el puerto de Los Angeles, y que nos quedáramos allá. Tuvimos la suerte de encontrar a un grupo que le dijo a Lali: "Are you a movie star?". Como vimos que eran mexicanos y hablaban castellano les preguntamos cómo podíamos llegar a Sunset Boulevard.

Otros autores amigos que aparecen son Javier Tomeo, Carmen Martín Gaite y Alfredo Bryce Echenique.

— A este último lo conocí a través de un amigo común, José Ramón Llobera, que había traído una colección de antropología a Anagrama. Ellos dos habían coincidido estudiando en el Goethe Institut en Alemania, y él le sugirió que nos encontráramos. Fue entonces cuando conocí al Bryce Echenique más charlatán, alguien que podía estar cinco horas explicando historias de su familia. En Perú, los presidentes del gobierno eran palafreneros al lado de los Bryce Echenique. Le acabamos publicando muchas de sus novelas y libros de crónicas. Ha salido hace muy poco el tercer volumen de Antimemorias, su despedida definitiva de la literatura.

A veces, además de tener dotes de diplomático el editor también tiene que ser un poco psicólogo. Gestionar las fragilidades de los autores es complicado.

— El ego de los autores es un material delicadísimo. Hay que ponerlo en relación, y en lucha, con los egos de tantos otros autores. Los hay que ganan premios y otros no. Los hay que son traducidos y otros que no.

Fiesta de los 30 años de Anagrama en Londres, con autores como Martin Amis, Julian Barnes, Kazuo Ishiguro y Hanif Kureishi

En la fiesta de los 30 años de Anagrama en Londres vemos a autores como el futuro premio Nobel de literatura Kazuo Ishiguro, Vikram Seth y Hanif Kureishi. A la izquierda están Martin Amis y Julian Barnes, el uno junto al otro. Lo que no podíamos saber hasta ahora es que estaban muy enfadados entre ellos.

— Los colocaron juntos, pero se les ve distantes. Barnes se había enfadado mucho porque Isabel Fonseca, mujer de Martin Amis, acababa de dejar a la agente Deborah Rogers y había fichado por Andrew Wylie. Hasta ese día todavía no se habían visto. Vikram Seth, que estaba muy cerca de ellos, me dijo que solo les oía hablar de Wimbledon.

Todos estos autores eran el dream team británico de Anagrama.

— Muchos de ellos, cuando los empecé a publicar, eran todavía poco conocidos en Inglaterra. Les costó bastante tener traducciones y que funcionaran. En Anagrama nos costó entre 15 y 20 años que las ventas fueran buenas. Ahora todos ellos son reconocidísimos, e incluso Ishiguro se convirtió en un inesperado premio Nobel.

Para que los autores tengan una cierta repercusión hay que hacer política de autor. Esto lo vemos en muchos casos del libro, no solo en los británicos, también con autores franceses como Jean Echenoz.

— Triunfar le costó muchísimo a Echenoz. Pero a partir de Me voy la cosa cambió. A Vila-Matas le pasó lo mismo a partir de Bartleby y compañía [2000].

La relación con Vila-Matas acabó al poco de Dietario voluble (2008), pero fue muy larga. Aquí encontramos una carta del 1975 en la que le propone traducir a Copi.

— Sí.

La ruptura con Javier Marías en 1996 fue una de las más sonadas. El escritor ha prohibido que se pueda reproducir ninguna de sus cartas, habría dado quizás para un volumen como el de Thomas Bernhard con su editor Siegfried Unseld.

— Jordi Gracia incluyó tres o cuatro cartas en las que se puede ver cómo insistía yo en varios editores internacionales para que tradujeran a Javier Marías. Él, en cambio, me llegó a decir que yo estaba celoso de sus éxitos.

Solo conocemos la versión de los hechos de Jorge Herralde; hoy por hoy, Marías no habla de ello. Lo único que hizo fue convertirlo en un personaje de Negra espalda del tiempo, el primer libro que publicó en Alfaguara, en 1998.

— Es muy sabido que Marías tiene muchas oportunidades de ganar el premio Nobel. Las tres veces que he estado en Estocolmo por el Nobel, he podido hablar con miembros del jurado y no solo comentaban que Marías puede recibir el Nobel de literatura, sino que tiene muchos números para ganar el premio Nobel de la paz, sobre todo por los artículos que publica cada semana en El País.

En el libro se comenta que Marías le llamaba cada domingo por la tarde para quejarse.

— Sí. No se dejaba ni un punto, ni siquiera una coma.

Uno de los últimos autores que aparece es Roberto Bolaño. El primer libro que publicó en Anagrama fue Estrella distante en 1996. Por indicaciones de los herederos tampoco se ha podido incluir ninguna carta del autor.

— Durante cinco o seis años, Carmen Balcells había representado a Roberto Bolaño, y antes de Anagrama no había conseguido ningún contrato. Empezamos con una novela breve, que quizás era para un público minoritario, pero era muy buena. No creo, sin embargo, que Anagrama lo descubriera, sino en todo caso supo reconocer su talento.

Casi al final del volumen encontramos una carta que Paul Auster le envió en 2011, cuando vendió los derechos de bolsillo de sus libros a Seix Barral. Auster había publicado en Anagrama desde El palacio de la luna (1990).

Auster ha sido de los autores que me ha escrito cartas de amor más impresionantes. Habíamos ido juntos de viaje por varios países de Latinoamérica, y también por España. Cuando tomó esta decisión sobre los libros de bolsillo me escribió que "continuaría siendo un autor de Anagrama hasta el último aliento". Al final entiendo que el dinero le iba muy bien, quería asegurar el futuro de su mujer e hijos.

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