Crítica literaria

Limpiar las casas de muertes solitarias

'La brigada de la soledad' de Milena Michiko Flašar gira en torno a dos protagonistas tristes y perdidos

La escritora Milena Michiko Flašar
29/11/2024
3 min
  • Traducción de Tiana Puig i Soler
  • Cuadernos Crema
  • 320 páginas. 24 euros

Por esta bella novela he conocido el significado de la palabra japonesa kodokushi, “un fenómeno que nace del aislamiento social”. En Japón cada vez hay más hombres, sobre todo hombres, que envejecen solos, sin familia, sin amigos, y que mueren, también, solos. Por eso, hay empresas que se dedican a vaciar las casas de unas personas que se han ido de este mundo sin que nadie tuviera mención. A vaciar ya limpiar, porque los cadáveres pueden permanecer días, si no semanas incluso, pudriéndose en una casa donde nadie entra hasta que no llega la brigada de la limpieza.

El silencio de los muertos es el título de una conocida poesía de Joan Vinyoli, que motivó que Eduard Márquez escribiera una de sus novelas más impresionantes: Cinco noches de febrero (2000). He recordado los versos del barcelonés gracias a la historia de esta autora nacida en 1980 en Sankt Pölten, hija de padre austríaco y madre japonesa, que ha ambientado su novela en una ciudad nipona. Suzu es una joven de veinticinco años que se siente perdida. Realiza trabajos precarios. Mantiene también relaciones amorosas inestables, sin compromiso. Cuando la echan del restaurante donde trabajaba, encuentra trabajo en una de estas empresas que limpian las casas de muertes solitarias. Y aquí conoce a Takada, un muchacho que está tan perdido como ella o más, y que esconde secretos que remontan a una infancia desgraciada.

Cuando entran en una vivienda donde se ha muerto alguien, Sakai, el jefe de la empresa, pide permiso, como si se dirigiera al fallecido, respetuosamente. Acaban de componer la brigada de la limpieza dos forzudos: Yamamoto y Suga. En sus versos, Vinyoli nos recomienda: “no hablemos, / sin embargo, de los muertos y hagámonos lentamente / al pensamiento de que algo de ellos / está muy cerca”. Tanto Suzu como Takada son jóvenes con una tirada clara en la introversión. Solitarios irredentos, ambos. Él conserva un tic de su chica triste: se rasca la uña del pulgar de una mano con una uña de la otra mano. Ella está un poco harta de los emoticonos insulsos que le envía a menudo su madre. Y también lo está de una pareja de vecinos muy viejos que pelean todo el día y que, cuando coincide, parece que solo estén interesados ​​en hacer lavadero. Suzu tiene un hámster, que no se fía nada de ella. Por otra parte, el trabajo no es fácil, porque, entre otros factores, hay que luchar contra el ofenosa fetor que viene de la fermentación de un cuerpo muerto. Y contra aquella malsana estuba: "Las casas donde encontrábamos los cadáveres parecían cámaras de vapor donde sudábamos el tocino". La autora no hace nunca un grano demasiado, de este tipo de descripciones. Sin embargo, cuando recorre son muy eficientes.

Errores de corrección

La soledad de los fallecidos parece reflejar la de los dos protagonistas. Takada lee un tratado sobre el No-ser. Suzu ha reducido mucho el contacto con sus padres, y reencuentra a una amiga del instituto con quien constata que no hay nada en común. Pero la muerte, que es la fuente de negocio de la empresa, curiosamente ha vuelto a conectar a la protagonista con la vida (la poesía de Vinyoli acaba diciendo: “Usa de los muertos así”). Es una historia muy sugestiva; y la traducción, bien leedora. Pero hay un grave problema de corrección, y me parece necesario destacarlo. Errores gruesos, de diversa índole. De sintaxis (las cursivas son mías): “¡a un 'Sí, señor!' le había seguido a otro”; “No se me habrían caído los anillos...”; “la casa sete debió de caer encima...; “No se me hubiera pasado nunca por la cabeza”. De léxico: “¿Y por qué siete huevos...?”, “de veintiún botonesns”, “probar-un bocado”, “cocidos al dente”, “tenía los bíceps más grandes”, “se't sacan las ganas”... ¡No es un aspecto menor!

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