Crítica literaria

Si te sodomizan con un rábano serás un 'culraventado'

Eloi Creus ofrece una traducción gozosamente recreativa de tres grandes comedias de Aristófanes

Una escena de 'Los pájaros'
14/06/2024
3 min
  • Aristófanes
  • Ediciones de 1984
  • Traducción de Eloi Creus
  • 446 páginas / 24,50 euros

Las Comedias aladas son tres obras escritas en el siglo V a. Durante el siglo XX se empezaron a recuperar “sin tanta censura ni pudor”, como indica, en el prólogo, Eloi Creus, el traductor. Ahora bien, esta recuperación tuvo que ver con la condición de herramienta política de las comedias más que con la calidad del artefacto poético. La espléndida traducción de Creus —un texto catalán que nos admira por la belleza y el ingenio de sus soluciones— nos invita ahora a apreciar el clasicismo de la obra aristofánica (y, de retop, a cuestionar la berrea que la comedia es un género menor respecto a la tragedia): el argumento de cada una de las historias que gloso permite una casi escalofriante aplicación a nuestros días, sin embargo, a su vez, la solidez y la profundidad del texto avalan con creces la validez de la comedia para profundizar algunas de las miserias del alma humana.

Las dos primeras, La paz y Nubes, están protagonizadas por sendos campesinos. En La paz, un viñador que se llama Raimer viaja al cielo para acordar desenterrar la Paz (que hace tiempo que, allá arriba, vive enterrada bajo un montón de piedras). Las cosas, en la tierra, han ido, cada vez más, a mal borras, y había que hacer algo. Nubes —en mi opinión, la más hilarante, la más mordaz— nos presenta un hombre rudo, también de payés, Capgiríades, que se ha casado con una joven de casa buena. El hijo ha cogido el talante de la madre: tiene un hueso en la espalda y, además, sufre el vicio de apostar en las carreras de caballos. Para tratar de resolver la situación, su padre asistirá al Pensaminario, donde pretende que Sócrates en persona le enseñe a ser un buen sofista (en principio, Capgiríades había pensado que el instruido fuera el hijo, pero a éste el estudio le resbala ). La única obsesión del protagonista es adquirir unas buenas herramientas oratorias y dialécticas que le permitan burlar a sus acreedores en los juicios a los que debe enfrentarse.

Los juicios también planean sobre la acción de la tercera comedia, Los pájaros, en la que dos personajes convertidos en alados se envuelven en el firmamento y tienen la feliz pensada de crear una ciudad. "El sabio puede aprender mucho de todos los enemigos", dice oportunamente el Corazón. Sin embargo, el hecho es que, a pesar de estar tan lejos de la tierra, las diferencias empiezan a apuntar, y el conflicto se va haciendo cada vez más evidente.

La riqueza de los juegos de palabras

La traducción de Creus es un gozo: “Muy bien, pues, si es así puedes tomar la Cosecha / por tu mujer. Ve a vivir al campo con ella, / y follar mucho... uvas y así tendrá racimos”. Hay, en las tres obras, parodias de los tres grandes poetas trágicos griegos: Esquilo, Sófocles y Eurípides. En su traducción gozosamente recreativa, Creus disuelve todo de referencias autónomas —parodias de algunos versos de Salvat-Papasseit, de Maragall, de Carner, de alguna canción popular— que hacen la lectura placentera (pruebe a hacerla en voz alta). Los juegos de palabras son constantes. Uno que ha sido sodomizado con un rábano es un culraventado. Otro, pallús rematado, uno Talos de Mileto. Hay topónimos que nos resultan vagamente familiares: Caballadas o Call de Atenas... Y los personajes se encuentran delante un bien de Zeus de algo, o emprender según qué les cuesta Zeus y ayuda!

A Como una mosca enganchada a la miel (Godall) su debut poético, Creus no parodia a otros poetas, sino que más bien les homenajea. La suya es una poesía muy libresca, que no deja de ofrecer guiños a versos de otros (Leopardi, Penna, Desclot...). En un texto final, el de las “Direcciones”, el autor afirma que pesa el tema de la pérdida o, mejor dicho, el del “apego a la pérdida”. Es una pérdida amorosa, simbolizada por aquella “cama troceada que sonríe”. A pesar de que la rigurosísima conciencia formal a menudo deja en un segundo plano lo que podríamos considerar la verdad de las poesías, hay versos que nos muestran una herida: “Y ya no me consuela ni ese desconsuelo: / que el amor no puede si no quiere la suerte”. Y, sin embargo, hasta ese dolor de la impotencia va pasando abajo: “Ah, el poder del pasado sobre el corazón, ¡cómo flaquea!” Quizás sí, al fin y al cabo, se vive “más bien sin el amor”. ¡Un estreno muy prometedor!

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