Pensamiento

"La única certeza es que el pensamiento crítico es la respuesta"

La actual directora del CCCB, Judit Carrera, y el primer director, Josep Ramoneda, dialogan sobre los treinta años de la institución

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Judit Carrera y Josep Ramoneda en el CCCB.

BarcelonaEl Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) hace treinta años. Es una especie de fábrica de ideas que nació impulsado por Josep Ramoneda (Cervera, 1949), que fue su primer director, hasta 2011. Desde 2018 la directora es Judit Carrera (Barcelona, ​​1974). Ambos dialogan sobre el pasado, el presente y los retos del CCCB.

José, ¿qué querías que fuera el CCCB? ¿Y se parece a lo que querías que fuera?

Josep Ramoneda: Se parece, sí. Esto es lo más fácil de decir. ¿Qué quería que fuera? En ese momento en Europa había una cierta tendencia a la euforia. Había caído el muro de Berlín y existía la sensación de que se componía un mundo nuevo y debía ser mejor. En este contexto, y también con el papel que había jugado Pasqual Maragall en Cataluña, Barcelona y España, me pareció interesante la idea de la ciudad de las ciudades. Esto es, utilizando la potencia de Barcelona, ​​cada vez más significada como ciudad en el sentido más potente de la palabra. El objetivo era, a partir de la cultura urbana, construir un centro cultural que lo integrase un poco todo, sin tener las características de un museo. Nunca nos planteamos tener colección. Es algo montado sobre la actividad permanente, no sobre la acumulación y la reserva, aunque también existe un archivo de todo lo que se ha hecho. Por tanto, ¿qué es lo que se buscaba? Por un lado, espacios de reflexión sobre el mundo urbano, y por otro, expresiones propias de la cultura en todos los ámbitos que giraran en torno a la cuestión de las ciudades. El espíritu de la casa queda bastante definido con esto, pero el mundo ha cambiado. Y cuando el mundo ha cambiado ya está Judit, yo ya no estoy.

¿Y cómo se renueva este mundo treinta años después? ¿Y ese espíritu?

Judit Carrera: El espíritu de la institución sigue siendo el mismo, esa vocación de institución pública abierta, que tiene capacidad de reflexionar críticamente sobre el mundo a través de diferentes lenguajes y formatos, con esa libertad absoluta de vincular el mundo de la literatura con el mundo del cine, la arquitectura, la ciencia. Esta pulsión de libertad se ha mantenido, y creo que hoy es tanto o más pertinente que entonces. El mundo y el entorno, la propia ciudad de Barcelona, ​​se ha transformado radicalmente en estos treinta años y esto obliga a una exigencia de escucha, de humildad, de "pensar en compañía", que es una expresión de Hannah Arendt que a mí me gusta mucho para reflejar el espíritu del CCCB: nunca hacemos nada solos, sino que siempre pensamos acompañados de otras instituciones, de la vitalidad creativa de esta ciudad y de este país. El CCCB tiene su vocación a la vez de ser una institución muy profundamente arraigada y muy abierta al mundo.

Hace treinta años, decía Josep, había cierta euforia. ¿Qué es lo que tenemos ahora? ¿Un cierto desconcierto?

JC Desconcert es una muy buena palabra porque es esa doble sensación de desorden y de desorientación. Hay una sensación de incertidumbre, de complejidad, también de un cierto miedo respecto al futuro, porque estamos viviendo un cambio de época en tiempo real y con una velocidad muy grande, y existe la sensación de que se está transformando hasta y toda la misma noción de lo que significa ser humano. Nos estamos fusionando con las máquinas, las máquinas comienzan a pensar, están empezando a hablar del debate sobre si tienen conciencia, las máquinas escriben, nos preguntamos cuál es el futuro del trabajo, cuál es el futuro de la educación... Son interrogantes de una magnitud muy grande que generan mucho interés, mucha fascinación y mucha curiosidad, pero también muchos interrogantes y mucho miedo. Y en momentos de miedo, la reacción suele ser querer parar y echar un poco atrás, y ésta es la reacción que está habiendo en muchos gobiernos del mundo, en Europa y también muy cerca de nuestra casa, para intentar dar una seguridad que en realidad no volverá nunca, por mucho que se pretenda.

Probablemente estaríamos todos de acuerdo en que el CCCB tiene una personalidad propia. Cuando nació, ¿pensaste en alguna institución similar, en alguna institución que de alguna manera pudiera parecerse a ella o que fuera inspiradora?

JR No. Todo el mundo me decía, incluido el alcalde Maragall: "Esto es el Centro Pompidou de Barcelona". Yo decía que no, que por ser el Centro Pompidou de Barcelona deberíamos tener una colección de arte de 200.000 piezas, una biblioteca que nunca acaba, todo un aparato del estado francés, que no es cualquiera, detrás... Pues no, nada de eso. Nosotros debemos construir nuestro modelo a partir de las capacidades y fuerzas que tenemos. Por tanto, había que apoyar mucho más con un cierto activismo, atrayendo a la gente que vale y que podía hacer cosas nuevas, que al pensar que podemos hacer grandes proyectos cargados de presupuesto. Y el reto que ahora tiene Judit es adaptar esto a un mundo que no sabemos muy bien a dónde va. No lo sabemos quien manda realmente, o si lo sabemos no somos capaces de terminar de explicitarlo, y no sabemos si hay algunos valores compartidos, porque cada vez cuesta más entender. Vemos fenómenos de autoritarismo, de violencia y de totalitarismo que están volviendo, cuando pensábamos que la etapa del totalitarismo estaba en vías de superación.

30 años del CCCB: entrevista de Esther Vera a Josep Ramoneda y Judit Carrera

¿Las relaciones se hacen a través de las personas y no de las instituciones, o las relaciones se hacen con las instituciones, también?

JC Siempre es una suma de ambas cosas: una red de personas, de personalidades, de voces de todas las generaciones, de voces de aquí y de fuera, y al mismo tiempo esta red institucional. Me gusta pensar que cuando el CCCB se relaciona con otras instituciones europeas, por ejemplo, estamos construyendo un proyecto europeo a través de la cultura. Una de las grandes virtudes del CCCB es su grado de libertad intelectual, creo que es realmente su bien más preciado y su singularidad más destacada en relación a todas las instituciones europeas con las que nosotros trabajamos. En este momento de incertidumbre tan grande creo que existe una única certeza y es que el pensamiento crítico es la respuesta. Es lo único que sabemos, que necesitamos más que nunca tener las herramientas para razonar correctamente y poder compartir espacios de encuentro con gente que piensa diferente a nosotros. Hay muy pocos espacios en los que sea posible este debate pausado, coral, plural, tranquilo, que permita convivir con gente que piensa diferente, que es el objetivo de la política y de la convivencia democrática. Y creo que la cultura puede jugar un rol muy importante, y no sólo a través del pensamiento crítico, sino también a través del lenguaje creativo.

¿Cuál ha sido el mejor y peor momento del CCCB?

JR Estas cosas son difíciles de decir siendo parte de ella. Pero es evidente que existe un momento de transición en el que el CCCB pasa algún riesgo después de mi salida. He reconocido muchas veces en público que siempre le agradeceré al Vicenç Villatoro que supo entender la institución y protegerla en un momento, ya en octubre del 2017, en el que podía no ser fácil protegerla y mantenerla. Y Vicente lo hizo, y permitió que después pudiera cogerla Judit con las condiciones perfectamente necesarias para seguir.

¿Para ti Judit?

JC Para mí, como directora, el peor momento ha sido la pandemia. Cerrar la institución durante tres meses, una institución pensada para la presencialidad, para el vínculo entre los públicos y las distintas comunidades, fue un reto enorme, del que también aprendimos muchísimas cosas.

Judit Carrera y Josep Ramoneda entrevistados por Esther Vera en el mirador del CCCB.

¿Y la institución juega el papel que usted quería dentro del barrio? Estar en el Raval no es neutro. ¿Qué significa estar en el Raval? ¿Y significa lo que quería significar para el barrio?

JR Es extraordinariamente positivo para el CCCB estar en el Raval. Aunque en ese momento el Raval era muy diferente, ya se veía venir que podía jugar un papel importante. Y sabiendo que no dejabas de ser un OVNI que aterriza, estás aquí y debes ser capaz de leer el barrio y de hacer las conexiones necesarias para seguir siendo. Con todas las dificultades y sabiendo cómo es el barrio y que el CCCB no deja de ser un espacio algo elitista, creo que se ha hecho y se están haciendo, sobre todo ahora, cosas que le han vinculado al barrio.

¿Se ha convertido en un espacio del barrio y para la gente que vive en el barrio?

JC Sí. Desde sus inicios el CCCB fue una institución muy porosa, muy abierta y muy atenta en el barrio, sin paternalismo, entendiendo justamente que podíamos aprender muchísimo del Raval. Para una institución que nacía como un centro dedicado a la ciudad y al espacio público, el Raval concentra y ya concentraba a mediados de los años noventa prácticamente todos los retos que las ciudades europeas tienen planteados en ese momento. La diversidad cultural y religiosa, la densidad urbana, las dificultades de acceso a la vivienda... Estoy muy orgullosa de la labor que ha realizado el CCCB en el barrio del Raval a lo largo de los años. La pregunta que deberíamos hacernos no es cuál es el problema del Raval, que sabemos que es un barrio muy complejo, con muchos retos, muy difícil y muy frágil, sino qué podemos aprender del Raval.

JR Antes de inaugurar el CCCB por la calle esta de aquí enfrente pasaba muy poca gente. Y a partir de las 8 de la noche no era fácil hacer venir a la gente aquí. Y después vino la universidad, y fue otra cosa que dio aire y movimiento y gente diversa. Macba nació varios años después que nosotros. Ahora ya no es un barrio estigmatizado, es un barrio en el que hay muchas cosas distintas, con potencia y reconocimiento.

JC A veces hablamos todavía de la población nacida en el extranjero o la inmigración como si fuera un fenómeno nuevo, y en estos momentos ya estamos en terceras y cuartas generaciones. La pregunta que debemos hacernos es quiénes son, porque son ciudadanos catalanes y debemos entender quiénes son, conocernos más. Por tanto, todo lo que sea generación de puentes de conocimiento y de reconocimiento mutuo me parece que es importante. Por ejemplo, trabajamos con un grupo de jóvenes asiático-descendientes que se llaman Catarsia, que son las limpias o las bisnietas de las primeras mujeres filipinas, paquistaníes y chinas que vinieron a Barcelona. Son unas chicas que han estudiado aquí, en la universidad catalana y que están realizando una labor de recuperación de sus legados o culturas de origen sin renunciar a la cultura de destino. Esta idea de cultura como palimpsesto, como capas que se superponen y que tienen la capacidad de coexistir, enriquece muchísimo la vida cultural de esta ciudad, pero todavía tienen tendencia a ser muy invisibles. La labor de una institución cultural como el CCCB también implica dar visibilidad a estas nuevas realidades que ya llevan muchos años paseando por nuestras calles.

¿El riesgo de la institución era el elitismo? ¿Un cierto elitismo que distanciara a la institución de esto, del barrio, de la sociedad, de lo que realmente pasa?

JR Podría ser un riesgo. Es decir, es evidente que es una institución en la que el factor calidad y nivel cultural pesa, y por tanto esto puede tener un giro elitista. Pero deja de ser un riesgo en el momento en que está aquí y abierta a todo el que quiera incorporarse, y con programas suficientes para que se establezca una relación con cierta naturalidad con, por ejemplo, las escuelas y la gente joven del barrio. Puede tener un deje de marca cultural, es inevitable, pero esto sería más imputable a que los niveles de educación no evolucionan como deberían evolucionar.

JC A mí me gusta imaginar al CCCB como un espacio de traducción en el sentido más filosófico del término. Entender que somos capaces de traducir la complejidad de todos los lenguajes culturales, intelectuales, etc. al máximo de gente posible y al máximo de diversidad posible. Esto es un reto muy complicado, pero también es muy bonito, porque cuando consigues que debates de una complejidad filosófica muy amplia lleguen a cientos de personas, dices: aquí hay algo que estamos haciendo bien. Nosotros hacemos de intermediarios, hacemos de mediadores o de intersección entre el conocimiento articulado y, por supuesto, de trayectorias intelectuales y académicas muy largas, y un público muy general. Ésta es una de las singularidades del CCCB desde sus orígenes.

JR Esto es muy importante, la creencia esta de que si quieres extender la cultura tienes que bajar la calidad es perversa, es la forma de asegurar que no la vas a extender nunca, porque lo que vas a extender es la ignorancia.

Antes hemos hablado del momento más complicado. ¿Cuál ha sido el mejor momento del CCCB?

JR Hay muchos, me cuesta elegir. En cierto sentido y por cariño con la persona, una de las primeras que me ha venido a la cabeza es la exposición La Trieste de Magris (2011), con Claudio Magris como protagonista en el centro de la escena. Es algo de aquellos que dices: ostras, ves, valía la pena hacer todo ese esfuerzo. Pero también las masivas presencias en algunas de las conferencias que se han realizado. Recuerdo el debut de Zygmunyt Bauman, por ejemplo. Y también situaciones que dices que parece que no pueden tener demasiada importancia, pero tener aquí mismo a media docena de intelectuales de alto nivel y ver las mezclas de complicidad, competencia y desprecios también es interesante. También la llegada del Sónar fue un momento interesante, porque fue una sorpresa; además, con este terceto siempre ocurrían cosas [el terceto son Sergio Caballero, Enric Palau y Ricard Robles].

JC Me hice mayor con el CCCB, como visitante. Por tanto, para mí un momento emocionante fue cuando empecé a trabajar en el CCCB, después de haber venido y de haber disfrutado de una institución que tenía esa capacidad de hacerte aprender y hacerte emocionar. Esta combinación es muy extraordinaria y los que trabajamos en ella o los que vivimos el CCCB de cerca, sabemos que pasa muchísimas veces. Una de las cosas que quizás más me satisface de los últimos años, incluso antes de haber sido la directora, es la capacidad que hemos tenido de crear público. En el CCCB hemos generado un público, hemos creado una necesidad, unas ganas de debate público de calidad, ya mí esto es algo que me llenó mucho orgullo.

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