Joan Laporta y Dani Olmo poniendo en las oficinas del Barça.
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Lo peor no es que el Barça esté a las puertas de otro rush final agónico relacionado con el fair play financiero. Al fin y al cabo, desde que Joan Laporta ganó las elecciones de marzo del 2021 y se hizo un club a medida, el barcelonismo ya se ha acostumbrado a las correderas para inscribir a jugadores en la Liga. Ha visto todos los colores. Desde las célebres palancas del 2022 hasta los avales con dinero de la directiva, pasando por la engarronada de Barça Vision, la patada en el culo en Gündogan y las lesiones severas –Christensen y Araujo– convertidas en oportunidad. Sólo faltó el remedio para las lágrimas de Messi.

Lo peor no es que Dani Olmo, sin duda uno de los mejores centrocampistas de Europa, no sepa al 100% si podrá seguir jugando en el Barça. Ya tuvo que armarse de paciencia en verano, cuando después de su traspaso millonario tuvo que esperar dos jornadas para debutar a las órdenes de Hansi Flick. Tampoco lo más grave es que Pau Víctor, con un sueldo modesto en relación con sus compañeros de vestuario, esté en el mismo purgatorio por culpa del escapismo que reina en los despachos azulgranas, donde se estila que el tejado se construya mucho antes que los cimientos. Total, si el delantero santcugatense ahora no entra, le cederán para que se foguee. Ningún problema. Está todo controlado. Nada que Laporta haya previsto.

Lo peor no es que el Barça viva permanentemente por encima del límite salarial aunque el discurso oficial insista en que el enfermo está salvado y que los sueldos deportivos están normalizados. Según los datos que la Liga aportó el pasado lunes al juez, el club está excedido en 157 millones, lo que choca bastante con los 60 millones que, según Laporta, se necesitan para devolver a la regla del 1:1, que es la que permite operar con normalidad, sin prendas, en el mercado de fichajes. Llegados a este punto, ya no cuela disparar contra el órgano regulador que preside el ínclito Javier Tebas, que ya se ha puesto de perfil en otras ocasiones, provocando incluso las quejas de otros clubs. Que nos moque a mamá después de que ni la justicia nos dé la cautelar.

Lo peor de todo este pollo no es que Laporta lo solucione vendiendo más joyas de la abuela –asientos vip del futuro Camp Nou a inversores árabes– o avalando con su dinero. Lo grave es que encima tendremos que darle de las gracias, como si esto fuera un triunfo incontestable. Poco importará que el Barça pierda aún más patrimonio o que el presidente ponga ahora de su bolsillo, cuando sube su cuarto año de mandato, los millones que le faltaban por avalar antes de tomar posesión. Poco importará que se gobierne la marca más universal de Catalunya como una cadena de ultramarinos de Kansas City. Deberemos callar, aplaudir y desear que la pelota entre... hasta el próximo desaguisado.

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