Energía

El equilibrio europeo entre tener unos almacenes llenos y dejar de depender del gas

Ursula von der Leyen sostiene que Europa pasará un invierno "liberada" del gas ruso

4 min
Un barco metanero, en una imagen de archivo.

MADRIDDe reconocer posibles cortes eléctricos a respirar tranquilos y celebrar que ya apenas se depende del gas ruso. Así ha evolucionado en el último año y medio la actitud de la Unión Europea en lo que se refiere a la seguridad energética. Desde el verano del 2021 y sobre todo a raíz de la guerra en Ucrania, el chantaje del Kremlin sobre el Viejo Continente con la amenaza de cerrar el grifo del gas –un 55% del combustible fósil que consumía la UE era de origen ruso- levantó el peor de los presagios: no poder garantizar el suministro eléctrico de cara a un invierno duro y una demanda disparada.

Ante este escenario y ya en plena guerra en Ucrania, Bruselas puso algunos deberes a sus estados miembros: buscar nuevos proveedores, aprovisionarse de gas natural (llenar los almacenes subterráneos) y reducir el consumo. Ahora, después de avanzar hacia estos objetivos, la Unión Europea encara un invierno “liberada” del gas de origen ruso, sostenía la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, la semana pasada. De hecho, a principios de agosto, el ejecutivo comunitario daba por terminada la dependencia de Rusia tanto en lo que se refiere al suministro de carbón y petróleo como de gas natural. En este último caso, la dependencia estaba "desapareciendo", en palabras del portavoz comunitario, Adalbert Jahnz, recogidas por la agencia Efe.

¿Cómo se materializa todo ello?

A modo de ejemplo, los almacenes subterráneos de gas natural en Europa están en el 91,86% de su capacidad. Destaca, en particular, el caso español, donde los almacenes alcanzaron el 100% de su nivel de aprovisionamiento, según el registro GIE-AGSI del 25 de agosto (lo que se traduce en unos 34.234 GWh). Nunca se había guardado tanto gas bajo tierra en los tres almacenes subterráneos con los que cuenta España. Esto significa haberse adelantado más de treinta días a la fecha fijada por Bruselas para llegar a estos niveles e incluso haberlos superado: existía la obligación de alcanzar un aprovisionamiento del 90% a 1 de noviembre del 2023 para respirar tranquilos de cara al invierno.

Tener los almacenes llenos da tranquilidad, como ha señalado en reiteradas ocasiones la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, porque rebaja la preocupación por acceder a esta materia prima. Pero para llenarlos España ha tenido que regasificar parte del gas que guarda. No todo lo que llega lo hace por gasoducto, sino que importamos gas natural licuado (GNL), sobre todo a raíz de la presión rusa, pero también de la tensión con Argelia, principal proveedor de gas por tubo. De hecho, ésta es también una de las claves del giro de la Unión Europea en el último año en materia energética.

En este sentido, las regasificadoras y sus tanques –un total de seis, más la planta de El Musel, en Asturias, activa desde hace poco– están funcionando también a niveles históricos. Según datos de Enagás, están al 70% de su capacidad. Sólo la planta del Puerto de Barcelona tiene, en estos momentos, 457.585 metros cúbicos de GNL, cuando la capacidad total es de 760.000 metros cúbicos. Estas plantas no sólo ayudan a regasificar el gas, sino que también lo guardan temporalmente y, a su vez, sirven como puerto de reexportación. Una vez llega un barco metanero, éste descarga y después carga otro barco que reexporta el gas.

¿Potenciar el gas natural licuado a largo plazo?

Todo ello no sólo no tranquiliza a los ciudadanos, sino también al mercado, y en particular al mercado de futuros, que desde enero de este año está registrando un descenso constante de los precios. El caso más paradigmático es el de la evolución de los precios TTF (referencia europea del gas del mercado de futuros): de los 300 euros/MWh en agosto del año pasado a los 30 actuales, aunque de cara a los meses de invierno se registra una pequeña alza por la previsión de que incremente la demanda y ante cualquier aviso de inestabilidad, como ha ocurrido con la posible huelga en dos plataformas de gas de Australia, que podrían disminuir hasta un 10% la exportación de gas de ese país.

En paralelo, Bruselas tiene un camino fijado: el de dejar de depender del gas. De hecho, gran parte de los fondos europeos se están dirigiendo a la transición energética, es decir, a las renovables y no financiar infraestructuras vinculadas al gas, como pueden ser las regasificadoras. Aquí, sin embargo, también se abren diferentes cuestiones, entre ellas cómo evitar que el mercado, ahora más diversificado, no pierda la estabilidad a largo plazo que, por ejemplo, aportaba Rusia respecto a los contratos comerciales firmados para amplios períodos de tiempo.

Europa aún no tiene una gran cantidad de contratos a largo plazo vinculados al mercado de gas natural licuado, sino que predomina el corto plazo e incluso la especulación diaria de los llamadostraders o intermediarios. El caso, precisamente, de la posible huelga en Australia es un claro ejemplo, para el sector, de uno de los debates pendientes. Si bien éste no es uno de los principales socios estratégicos para el Viejo Continente, cualquier cosa que trastoque ese mercado salpicará también a Europa: "Si Australia reduce la producción, sus principales clientes irán a buscar GNL a otros mercados, como es el caso de la China o Japón", apunta una fuente del sector, que a su vez asume que si se quiere un mix renovable, generalizar el largo plazo "no parece lo más adecuado". "Quizás para la industria, el resto podría ir al día a día", añade.

stats