Marruecos

El barrio destruido de Marrakech que las autoridades "quieren esconder"

Campos de refugiados improvisados ​​inundan los pueblos del Atlas, que se sienten abandonados por el gobierno

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Una calle del barrio judío de Marrakech, o Mellah, que ha quedado destruida por el terremoto.

Asni (Al-Haouz)Mientras los equipos de rescate siguen trabajando en los pueblos del Atlas para encontrar a las víctimas del terremoto que el viernes sacudió Marruecos y limpiar de escombros la zona, el barrio judío de Marrakech (conocido como el Mellah) sigue congelado en la noche del viernes . Hay calles completamente cortadas y casas destruidas hasta los cimientos. La escena podría ser de una ciudad de Al Haouz –la región montañosa en el epicentro del seísmo–, pero está en el corazón de la ciudad. Aquí no hay dificultades para que llegue la ayuda. En principio. "Te diré por qué aquí no han limpiado los escombros: porque aquí no hay turistas, solo marroquíes", denuncia Reda, vecino del barrio y que trabajaba como guía turístico. El peor terremoto en sesenta años ha dejado ya en todo el país a 2.862 muertos y 2.562 heridos, según el último balance.

En una de las casas derrumbadas del barrio, acostado a oscuras, está Abderazak. Tiene 17 años. Mina, su madre, le coge la mano para enseñarnos los dedos ensangrentados y rojos. Parecen estar infectados. “El viernes por la noche se lanzó a excavar en los escombros para rescatar a la gente que había quedado atrapada. Se le han quedado las manos así. Queríamos comprar medicinas para curarlo, pero son demasiado caras y nadie nos ha dado ninguna ayuda ”, susurra la mujer.

Abderazak, de 17 años, estuvo rescatando a gente atrapada en los escombros el viernes, en el barrio Mellah de Marrakech, y quedó herido.

Durante el día, ella, su hijo y su marido vuelven a los escombros del edificio para no estar tantas horas a la intemperie. Por la noche se acuestan en la plaza Tinsmiths. A primera vista, lo que llama la atención es la presencia de tres furgones policiales. El centro está vacío y solo se ven las terrazas de los bares. Pero si se mira con más atención, debajo de las arcadas hay decenas de familias acampadas tras sábanas y fulares extendidos. Son los vecinos del barrio que han perdido su casa y los que temen volver porque está muy dañada. Aunque están en un sitio de fácil acceso, no han recibido ni agua ni comida.

Reda explica que por la mañana se ha presentado un hombre con el coche cargado de comida y agua para repartir entre las víctimas. Cuando la policía le ha visto, explica el chico, le han dicho que no podía hacerlo aquí, que se fuera a ayudar a los campamentos que hay en las afueras.

“La policía evacuó a la gente y la llevó a la periferia. Allí están sin agua, ni comida, ni baños. Quieren esconder a la gente y limpiar la ciudad”, sentencia Adir. Está sentado frente a una de las muchas tiendas cerradas en las callejuelas del Mellah. También hay hoteles cerrados. Explica que hay 16 personas fallecidas, aunque las autoridades solo han reportado 14 defunciones en Marrakech. Entre los fallecidos se encuentra un amigo de su hermana y el hijo de 2 años de un amigo suyo. Cuando lo dice los ojos se le empañan y aprieta los labios intentando contener la pena.

Este barrio, a pesar de ser uno de los sitios más turísticos de la ciudad, también es uno de los más pobres. “La gente que vive es muy pobre, lo que ganan al día se lo comen por la noche. Los que tienen el dinero son los franceses, que son los propietarios de los riads (palacios tradicionales)”, afirma Adir. Él, al igual que Reda y la familia de Abderazak, se siente abandonado por las autoridades. “No es la primera vez que el gobierno nos deja tirados, ya pasó con la pandemia”, sentencia Adir mientras se enciende un cigarro.

Muchos ya tienen asumido que la situación va por largo. El tío de Reda está recogiendo todo lo que puede de su casa. Ambos ya se han mentalizado de que dormirán "dos meses en la calle".

Campos de refugiados en el Atlas

Varios kilómetros más al sur, una decena de tiendas de campaña azules están instaladas en una explanada a la entrada de Asni, un municipio del Atlas que cuenta con unos 20.000 habitantes. La gente se agolpa cerca de los furgones desde los que algunos voluntarios reparten comida y agua. La necesidad y la incertidumbre hacen que estallen algunas peleas entre los hombres. Mucha gente todavía no ha recibido nada. Una mujer mayor enseña dos botellas de agua de cuarto de litro y pide dinero para comprar más. “Eso es todo lo que me ha dado el gobierno. No tengo suficiente ni para mí. Tengo mis nietos a cargo”, susurra.

Asni es el segundo pueblo que aparece después de salir por el sur de Marrakech, a una hora en coche, aunque debido a las piedras que todavía hay por el camino ahora se tarda más. Pese a estar tan cerca de la ciudad, los recursos que han llegado no son suficientes. Cerca del campamento de refugiados, el ejército ha desplegado una base donde descargan los camiones. Cuando nos acercamos a hacer una foto, un militar nos echa y mueve el dedo para decir que no.

Las tiendas que ha instalado el gobierno en Asni son totalmente insuficientes para la cantidad de damnificados que existen en este pueblo del Atlas.

A estas alturas, cuando la ventana de 72 horas para encontrar personas con vida bajo los escombros se va cerrando, el gobierno de Marruecos solo ha aceptado la ayuda de cuatro países (España, Reino Unido, Qatar y Emiratos Árabes Unidos) bajo el argumento de que “una falta de coordinación sería contraproducente”, según recoge Al Jazeera.

Dormir en una casa en ruinas

“Seguimos durmiendo en los escombros de la casa porque no nos han dado nada”, explica Hakima Ihahi, que nos lleva hasta lo que queda de su hogar. La pequeña casa de dos plantas está llena de escombros por los trozos de paredes y techo que han caído. Los pedazos de platos y ollas se esparcen por toda la cocina, que queda expuesta en las escaleras de la calle por el gran agujero abierto. En la planta superior es donde Hakima y sus hijos, de 19 y 25 años, estaban durmiendo cuando les sorprendió el terremoto. Justo delante de la puerta hay una habitación que ha aguantado. Dentro hay un colchón de matrimonio azul oscuro. "Aquí es donde dormimos", explica la mujer.

Hakima camina un poco coja porque tiene el pie derecho muy inflamado. “Me cayó un pedazo de escombro encima, pero cuando fui al hospital me dijeron que volviera a mi casa y esperara a que viniera un médico”. El sanitario aún no ha llegado.

El interior de casa de Nadia en Asni, después del terremoto de Marruecos.

Cuando salimos del edificio nos encontramos a su hijo pequeño, Abdel Majid, que todavía va con un casco de scooter. No abre la boca y parece mirar al vacío. Con él y Hakima vamos a la casa de al lado, es la de su hermano. La imagen es aún peor: escombros y más escombros, en la sala central hay una antena parabólica que cayó con el techo. Hakima señala la habitación junto a la entrada, inundada de piedras. “La niña de mi hermano estaba durmiendo aquí y se le cayeron pedazos encima. La sacamos tan rápido como pudimos”, explica. Hakima no puede dejar de mirar a su alrededor mientras sopla. “Tengo dos hijos, no tengo comida, no tengo casa, no tengo nada. Por favor, enviadnos ayuda”, pide mientras estalla a llorar. Las víctimas del terremoto llevan la situación con dignidad y firmeza, pero a menudo, cuando lo verbalizan, se rompen.

El hermano de Hakima y propietario de la casa, Driss, aparece para consolarla. Estamos a punto de salir a la calle cuando se produce un momento de pánico porque cae un pequeño trozo de pared. Fuera nos espera otra vecina, Nadia Bahiya, de 30 años. Habla algo de español porque suele hacer de temporera en Almería recogiendo fresas.

Jadija, con tres hijos, ha perdido al marido en el terremoto

Su casa es un poco más arriba. También tiene parte del techo derrumbado y las paredes derruidas. Nos acompaña su hermana mayor, Jadija, que también vivía con Hakima. Nos cuenta muy entera que su marido murió en la noche del terremoto. Ahora ha quedado ella a cargo de sus tres hijos. “Solo nos han dado una tienda, ni agua, ni comida. Los vecinos nos ayudamos con lo poco que tenemos”, expone.

De vuelta al campamento aparece Busha, un vecino de la misma barriada que tiene vendados un pie y la mano derecha. Con esa misma mano nos ofrece un puñado de almendras que le ha dado un hombre. Pese a la escasez, la hospitalidad marroquí se impone. En las tiendas ocurre lo mismo. Un hombre que chapurrea español nos ofrece el té que su familia prepara sobre un hornillo. El interior de las tiendas es precario. Si hay algún colchón o mantas son las que los propios vecinos han conseguido o las que les han dado ciudadanos de otros lugares de Marruecos.

Voluntarios vienen de Rabat y Casablanca para ayudar

En las carreteras del Atlas, especialmente en la entrada de Amizmiz, había colas de coches de gente llegada desde Rabat y Casablanca para ayudar. BMW, Porsches y Mercedes contrastan con la pobreza que impera.

El sol del mediodía hace que el interior de las tiendas hierva de calor. A todo el mundo a quien preguntamos qué harán en los próximos días nos responden que el gobierno les ha dicho que esperen en las tiendas hasta que encuentren una solución. Pero a partir de noviembre, en las zonas que superan los 1.000 metros de altitud, pueden empezar a caer las primeras nevadas.

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