Fotoperiodismo

Ricard Garcia Vilanova: "Se ha demonizado a Libia por las torturas a los migrantes, pero las redes de tráfico empiezan en África y llegan a Europa"

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El fotógrafo Ricard Garcia Vilanova

Ricard Garcia Vilanova (Sant Cugat, 1971) es uno de los periodistas que conoce mejor la Libia post-Gaddafi. Diez años después de la revuelta que derrocó al dictador, el país vive inmerso en una guerra civil y se ha convertido en un estado fallido donde las mafias aprovechan el caos para hacer negocio, también con el tráfico de personas. Este viernes presenta en el CCCB The Libyan Crossroads. Pasaje mortal a Europa 2010-2020, un libro con las fotografías que ha hecho estos diez años de trabajo cubriendo la guerra, el infierno de los migrantes y también los rescates del Open Arms.

¿Qué ha querido explicar con el libro?

— El qué, el cómo, el cuándo y el porqué de todo lo que pasa en Libia. Una idea clave es no demonizar a los libios: una cosa es la sociedad y la otra las mafias. La inmensa mayoría de libios no tienen nada que ver con el tráfico de personas. Son las mafias las que esclavizan y torturan. Pero en un país inmerso en la guerra y sin instituciones, el contexto es perfecto para las mafias. Enseño los centros de detención y también los rescates del Open Arms, tal como se hacen ahora con todo el protocolo de covid. En la segunda parte explico la revolución, la guerra y la lucha contra el Estado Islámico. La tercera es sobre los países de origen de los migrantes, en África Central, en el Magreb y en Oriente Próximo.

Son diez años de trabajo a pie del cañón. 

— Sí, y te das cuenta con pena de que las injerencias externas han hecho que Libia siga inmersa en la inestabilidad y en guerra desde el 2014. Y también que el problema va mucho más allá de Libia: hace dos años asistí a la detención de un traficante de origen nigeriano y quedaba muy claro que los tentáculos de la red se extendían desde África hasta Europa. El sur de Libia, donde no hay gobierno ni ninguna autoridad, se ha convertido en un terreno propicio para las mafias y los grupos terroristas. 

¿Estamos saturados de imágenes como las que hace a bordo del Open Arms?

— Sí, es un problema. Nos movemos por empatía y por proximidad, y esto queda muy lejos de nuestra realidad cotidiana. En Europa no se empezó a hablar de los refugiados ni del Daesh [acrónimo árabe del Estado Islámico] hasta que empezaron a llegar. Ahora parece que solo nos importa lo que pasa en casa. Y con la pandemia todavía más. Tengo la sensación de que nos hemos replegado. 

¿Dónde están los límites para retratar el sufrimiento ajeno?

— El límite es totalmente subjetivo, condicionado por factores culturales, sociales, religiosos y morales. El límite para mí es cuando yo no querría ser el protagonista de esa imagen. 

Además de hacer fotografías, también escribe.

— Porque ha habido momentos en los que me he encontrado completamente solo y me he visto obligado a escribir. También hago vídeos. Pero ojalá que pudiera trabajar solo como fotógrafo, porque no puedes estar para todo. 

Diez años después, ¿cree que se puede dar por muerta la esperanza de cambio en el mundo árabe? 

— Hay un proceso que empezó en 2011 y, de una manera u otra, seguirá porque la sociedad ha cambiado y las nuevas generaciones tienen unas aspiraciones que no encuentran en su vida. El caso más triste es Siria o Libia, que todavía están en guerra, pero otros países van haciendo cambios. Es un proceso inacabado. Ahora voy a Siria y después quiero volver a Libia para cubrir el décimo aniversario: todo dependerá de hasta qué punto la gente esté dispuesta a arriesgarse.

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