La guerra en Ucrania ataca la inseguridad alimentaria en Oriente Medio

La región, que ya sufría un encarecimiento de los alimentos, es muy dependiente de la importación de Rusia y de Ucrania

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Un hombre elige ramas de menta en un mercado de Qamishli, en el Curdistán sirio.

El CairoEn los mercados de buena parte de Oriente Medio, el inicio de 2022 estuvo marcado por una desazón creciente. Las perturbaciones en la cadena de suministros provocadas por la pandemia y los daños en varios cultivos recientes causados por fenómenos meteorológicos extremos atribuidos al cambio climático habían contribuido a un preocupante aumento de los precios de los alimentos esenciales que empezaba a asfixiar a los sectores más vulnerables. En febrero, los precios de los alimentos llegaron a lograr un máximo histórico, por encima incluso de los niveles de principios del convulso año 2011. Y fue en medio de esta preocupante espiral que Rusia lanzó la ofensiva contra Ucrania, abriendo la puerta a una crisis sin precedentes.

La ansiedad que generó el estallido del conflicto entre muchos gobiernos y ciudadanos de la región estaba fundamentada. Rusia y Ucrania son dos de los principales exportadores mundiales de productos esenciales como el trigo, el maíz y el aceite de girasol. Tanto, que la zona del mar Negro aporta alrededor de un 12% de las calorías comercializadas en el planeta, buena parte de las cuales acaba en países cercanos de Oriente Medio. En este contexto, los efectos de la guerra representan una amenaza directa para la seguridad alimentaria de muchos países de la región –también de África subsahariana–, donde alrededor de un tercio de los ciudadanos ya no tenía acceso a una dieta saludable antes de la invasión, y donde los sistemas de protección social son muy débiles y han sido tradicionalmente el origen de un profundo malestar social y el chispazo de protestas populares.

“Es una situación sin precedentes. Lo único comparable es posiblemente la Segunda Guerra Mundial”, alerta Omer Karaspan, que ha trabajado durante 30 años en el Banco Mundial. “Nunca ha habido nada parecido, con tantos factores por el medio y tantos países que son tan críticos para la situación alimentaria viéndose afectados –añade–, y en Oriente Medio, que representa el 6% de la población mundial, pero el 23% de las personas con inseguridad alimentaria aguda en el mundo, será un verdadero problema”, avanza.

Raciones de pan

Uno de los países de la región en reaccionar de forma más contundente ha sido Egipto, un país con más de 100 millones de ciudadanos, unos 70 millones de los cuales tienen derecho a acceder a raciones de pan subvencionado; que es a la vez el importador más grande de trigo del mundo y depende en un 60% del suministro de Rusia y de Ucrania. Desde el estallido de la guerra, El Cairo no ha podido importar trigo por los elevados precios y ha prohibido la exportación de productos básicos, como trigo y harina, para intentar esquivar la crisis con las reservas y la producción locales. Un 85% de los egipcios, además, ya no podía permitirse una dieta saludable en 2019 y se calcula que, si los ingresos en el país caen un tercio, el porcentaje aumentaría casi hasta el 95%.

En Sudán, que se encuentra sumido en una profunda crisis económica desde que hubo un golpe de estado militar en octubre, la situación es todavía peor. Se calcula que la mitad de la población, unos 20 millones de personas, sufrirán este año niveles críticos de inseguridad alimentaria, el doble que el año pasado. Y la actual subida de precios de los alimentos básicos y del gas, y la fuerte caída del valor de la moneda nacional ya han empezado a desencadenar protestas en todo el país.

Particularmente difícil se presenta también la situación en países en conflicto, como Siria y Yemen, o inestables, como Libia y el Líbano, que ya sufren una gran inseguridad alimentaria. En Siria, tres cuartas partes de la población sufre inseguridad alimentaria y el corrupto gobierno central hace tiempo que ha convertido el hambre en una arma política, y Yemen ya sufre una de las peores crisis humanitarias del mundo e importaba un 35% de trigo de Rusia y Ucrania. El Gobierno de Libia, donde un 12% de la población ya necesitaba ayuda alimentaria antes de la invasión, ha decretado estrictas medidas de control, pero no puede imponerlas en todo el país. Y el Líbano, que según el gobierno importó en 2020 el 80% del trigo de Ucrania y donde más del 80% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, solo tiene capacidad para almacenar reservas para un mes.

Coches haciendo cola para poner gasolina en Beirut, en el Líbano.

Malos pronósticos

El resto de la zona del Magreb se encuentra igualmente en un escenario preocupante. Marruecos, por ejemplo, se ha visto afectado por una sequía devastadora y desde principios de año ya se han producido una cuarentena de protestas en varias localidades del país desencadenadas en gran medida por los altos precios de los alimentos. Y Túnez, que compra afuera alrededor de un 70% de sus necesidades de trigo, sobre todo en Rusia y en Ucrania, es muy frágil ante choques exteriores. En los últimos meses ha tenido dificultades para pagar las importaciones y ha sufrido escasez puntual de algunos productos, como la harina, en un clima marcado ya por una alta tensión social.

A pesar de la fragilidad del contexto actual, expertos como Karaspan advierten que la situación podría degenerar todavía más el próximo año. Así, Karaspan explica que Ucrania está teniendo problemas para poner en marcha nuevos cultivos y para encontrar mano de obra, y que Rusia no está claro cómo podrá exportar por las sanciones que se le han impuesto. Además, China ha sembrado este año un tercio menos del trigo previsto debido a unas inundaciones y los precios de los fertilizantes también están por las nubes, lo que ahora ya se empieza a traducir en menos producción, menos cultivos y menos ganado. “Es una crisis multidimensional –remarca– y no sé si alguno de nosotros está realmente preparado para asumir la magnitud de lo que habrá que hacer [para paliarla]”.

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